Un respirito, porfa...
por Canta y camina
Un sacerdote sabio y con mucho sentido común y sobrenatural me dijo una vez, hablándome de alguien que decía no creer en Dios, que esa persona estaba enfadada con Dios y que enfadarse con Él era en cierto modo creer porque no te enfadas con alguien que para ti no existe.
Yo sí creo en Dios. Más aún, forma parte de mi entorno habitual, interactúo con Él, hablo con Él todos los días, le tengo en la cabeza y a veces me enfado con Él, como con cualquier otra persona. Pero lo normal no es enfadarme sino más bien quejarme, protestar, soltarle algún sarcasmo cuando ya estoy hasta las narices de problemas o dificultades. Suelo decirle cosas como “Tío, te estás pasando un pelín”, “Estoy hasta las mismísimas…”, “Podías darme un respirito, ¿no?” y cosas así. Él me conoce y sabe que aunque se lo digo en serio no se lo digo en serio. Que puede pedirme cualquier cosa por mucho que me cueste, que yo siempre le daré mi SÍ. Tengo tanta confianza con Él que no da asco como dice el refrán, sino que da gusto, mucho gusto, gustazo. Sé que Él no se va a molestar por mis palabras, que no se va a ofender por una salida de tono ni por una frase hiriente. Está muy por encima de eso y es mi Padre, ¿acaso los padres no pasamos por alto una impertinencia de nuestros hijos cuando nos damos cuenta de que en ese momento no servirá de nada corregirles? Además, “fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito.” 1 Cor 10:13
Esta frase me recuerda a la película de Disney “La bella durmiente”, cuando las 3 hadas le regalan al príncipe Felipe las armas con las que luchar contra Maléfica transformada en un dragón espantoso: el Escudo de la Virtud y la Espada de la Verdad. En la larga secuencia de la lucha contra el dragón hay un fotograma brevísimo en el que Felipe pierde el equilibrio y está a punto de caer al abismo, se te pone el estómago del revés pero afortunadamente lo recupera y puede seguir luchando, es una imagen de Felipe casi a contraluz, muy pequeñita pero se ve muy bien.
Es mi momento Disney favorito desde que vi la peli por 1ª vez, por muchas pelis que salgan y mucha tecnología digital que tengan. El príncipe Felipe será siempre mi héroe Disney preferido, porque veo en él valores y actitudes que me ayudan en mi vida cristiana. Puedes decirme que esto está traído por los pelos pero te aseguro que no es así, no tengo que pararme a pensarlo, me sale solo: una frase en una canción o en un libro, una imagen en una película, algo que oigo... me llevan a pensar cómo afrontar una situación difícil o me consuelan en un momento dado. No es mérito mío, no me entreno para ello, es algo que Dios me ha regalado con mi forma de ser, no es adquirido pero lo agradezco hasta el infinito y más allá porque me resulta muy útil.
Volviendo al príncipe Felipe: me parece una verdadera faena el regalito de las hadas, no me digas, en vez del escudo y la espada podían utilizar su magia para derrotar ellas al dragón y ahorrarle al chico semejante tareíta… pero no, no es eso lo que pasa porque aunque es un cuento no todo es como en los cuentos, tú me entiendes, su magia es limitada y el príncipe tiene que poner de su parte.
Me gusta porque se parece mucho a mi propia vida y después de pasarlo fatal, sufrir, pasar miedo, pelear y agotarse físicamente, aguantar la presión y verse al límite de sus fuerzas, Felipe ¡vence al dragón!
No está sólo del todo pero las hadas no le resuelven la papeleta, le dan las armas para que él luche. Ellas no le ponen en la situación de pelarse a muerte con un dragón, es la vida la que le lleva a ese punto. Tampoco pueden usar su magia para disolver al dragón en el aire, pero hacen por Felipe todo lo que pueden, todo lo que está en su mano, que no es solucionarle el problema pero sí ayudarle a que él trate de solucionarlo. ¡No me digas que esto no se puede aplicar a la vida cristiana!
Por un lado Dios no nos coge y nos coloca en un situación difícil como si fuéramos figuritas: “¡hala, voy a coger a Pepi o a Juanma y los voy a colocar en una sala de espera de un hospital donde están operando a su hijo!”, no, es el discurrir de los días el que nos va llevando, nada nos pasa de repente o al menos no es lo habitual.
Por otro lado Dios es omnipotente y podemos pensar que está en su mano chasquear los dedos y cambiar las cosas pero no es un mago de varita y chistera ni un genio de la lámpara que concede deseos, ni un desgraciao que procura fastidiarnos todo lo que puede.
Por otro lado Dios tiene su forma de pensar y hacer y tiene sus tiempos, que no se parecen en nada a los nuestros, por eso a veces no hay quien le entienda y nos impacientamos. De ahí viene esa frase tan conocida de Santa Teresa, que un día se quejaba al Señor de tanta prueba y dificultad y Jesús le dijo: “Teresa, así trato yo a mis amigos”, y ella le responde: “Claro, por eso tienes tan pocos.” Puede parecer sarcasmo, reproche, amargura… Yo más bien lo tomo como una muestra de la confianza que se tenían los dos, además de gran sentido común y sentido del humor de ella. ¡Me encanta Santa Teresa!
Volviendo al tema, Dios no nos resuelve los problemas al instante pero tampoco nos abandona sino que está pendiente de lo que pasa y nos da las herramientas para que nosotros hagamos todo lo que podamos y cuando no podamos hacer más, acudamos a Él y le pidamos “ayuda especializada”.
A veces nos paramos sin saber si reír o llorar y le decimos a Dios: "podías darme un respirito, ¿no? ¿Por qué no le pides algo a otro, para variar?” El no sólo no se va a picar sino que seguro que se ríe porque le hará mucha gracia, te entenderá y se enternecerá y aunque te haga esperar, te dará tu Escudo de la Virtud y tu Espada de la Verdad, y mientras luchas a muerte contra tu dragón Él estará a tu lado, convirtiendo en flores las flechas que llueven sobre ti.