Espíritu navideño
por Canta y camina
Estamos a las puertas de la Navidad y mires donde mires las cosas están fatal y me distraen de los asuntos de Dios hasta el punto de sorprenderme que ya estemos en la tercera semana de Adviento.
Menos mal que a Dios no le molestan mi limitación ni mi despiste, lo que le importa es que le ame con todo mi ser, con toda mi mente, con todas mis fuerzas y que espere el nacimiento de Cristo con ilusión, que le abra mi corazón para que pueda vivir en mí.
Hay cosas feas, malas, terribles que no se entienden ningún día del año pero en Navidad se entienden menos o duelen más.
A menudo pienso como Santiago y Juan, los Hijos del Trueno, y quiero que Dios haga bajar fuego del cielo y arrase a toda la gente mala y sus maldades. Sin embargo Él envió a su propio Hijo hecho un embrión humano en el interior de una mujer, de forma silenciosa y sin ninguna parafernalia. Esto me da qué pensar.
La Navidad es una fiesta cristiana, es la celebración del nacimiento de Cristo, pero hoy día muchos cristianos han dejado que el espíritu navideño se diluya y se han subido al carro del consumismo desenfrenado: cenas y comidas de empresa o con amigos, modelito nuevo para cada fecha señalada, regalos, comidas especiales, viajes…
¿Por qué hay que gastar sin medida en Navidad, como si durante el resto del año no calculáramos los gastos? ¿Por qué tenemos que mostrarnos felices todo el tiempo, como si las preocupaciones habituales no existieran? ¿Por qué tenemos que comer o cenar con familiares a los que durante el año evitamos porque no nos podemos ni ver? ¿Por qué hay que hacer regalos caros que el resto del año no nos podemos permitir?
A ver, a mí me encanta hacer una comida especial de vez en cuando, darme un capricho, que me hagan regalos, estrenar ropa, ir a la peluquería y ponerme guapa, reunirme con la gente a la que quiero y hacer fiesta, pero no me gusta hacer esas cosas porque la sociedad, el calendario o la corrección política me lo impongan.
Porque, ¿qué pasa con las personas que en Navidad no pueden hacer ni una sola comida de fiesta, que no pueden hacer ni un solo regalo a sus hijos, que no pueden estrenar ni un par de calcetines, que viven una guerra, una catástrofe natural o que están en paro o viviendo en la calle o cualquier otra situación difícil? Esas personas no pueden vivir la Navidad, ¿las borramos del mapa en estas fechas?
Me encanta celebrar el cumpleaños de Cristo porque soy cristiana pero no olvido que el festejado es Él, que la celebración es por Él. Y para celebrar la Navidad no necesito cosas materiales, será Navidad aunque no pueda cenar langosta ni comer turrón, porque el espíritu navideño es una actitud, una disposición interior.
Y pienso también que para vivir el espíritu navideño no es imprescindible ser cristiano, ni siquiera ser creyente, que basta con ser una persona de bien, honesta, leal, trabajadora, amable, humilde, generosa, que ame a su familia y a sus amigos, que ayude a los demás, que no cree mal ambiente ni haga daño.
El espíritu navideño no debería ser algo difuso e indefinido, un "buenismo" que flote en el ambiente entre el 15 de noviembre y el 7 de enero, sino una disposición interior universal y permanente en cada ser humano.
¡Feliz Navidad, ahora y todo el año!