Muchas gracias
por Canta y camina
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Santa Teresa de Jesús, la santa de Ávila, la santa andariega.
Es mi santa preferida, siempre me ha caído bien por su buen humor, su sentido común y sobrenatural, la naturalidad con que aplica la visión sobrenatural a las cosas corrientes y a las extraordinarias, por lo decidida que es a la vez que sencilla y normal.
Me gusta mucho su forma de escribir, que parece que escribe igual que habla, y ese castellano antiguo me fascina.
Hace pocos días tuve que ir a su ciudad natal, Ávila. Fue un día de retos: primera vez que iba sola a la ciudad, primera vez que iba sola al hospital a una consulta médica, tenía que coger el autobús temprano y pasar todo el día allí porque el de vuelta a mi pueblo salía por la tarde, buscar cómo llegar de la estación de autobuses al hospital y viceversa… cosas normales que a mí me parecían montañas.
Fui superando cada reto con mucho esfuerzo y con la ayuda de personas a las que pregunté, gente amable y dispuesta a ayudar. El primero el conductor del 6, que me indicó que para llegar al hospital tenía que cogerlo en sentido contrario, el segundo un pasajero que iba al mismo sitio que yo y se ofreció a avisarme para bajar y acompañarme y además me indicó dónde tenía que coger el 6 para volver a la estación de autobuses.
La tercera fue la recepcionista del hospital, que me preguntó si sabía ir a la consulta y me dijo cómo llegar a la cafetería, pues no había desayunado porque estaba nerviosa y me moría por un café calentito. La cuarta, la encargada de la cafetería, a la que al terminar de desayunar di las gracias por su amabilidad y se sorprendió y me dio las gracias a mí por darle las gracias.
Es una cosa muy normal, dar las gracias, pero se ve que a ella pocas personas le agradecen que haga bien su trabajo. Yo siempre doy las gracias, incluso cuando un conductor para en un paso de cebra para dejarme cruzar la calle.
La quinta persona maravillosa con la que me crucé esa mañana fue la otra recepcionista, que me dijo a dónde podía ir a dar un paseo mientras esperaba la hora de mi consulta, pues faltaban horas, e incluso salió conmigo a la puerta para indicarme por dónde ir.
Después de mi paseo me fui a la capilla del hospital a estar un rato con el Señor. Hacía tiempo que no me arrodillaba ante Jesús sacramentado. Empecé a hablar con Él y de pronto me di cuenta de que estaba llorando como una Magdalena. Con Jesús me pasa siempre que estoy preocupada por algo, me encuentro tan a gusto con Él, tan en confianza, que lo mismo me río que lloro, como con la familia o los mejores amigos.
Y cuando se me pasó y seguimos los dos de charla se me ocurrió de repente, que no se me ocurrió a mí sino que me lo sopló el Espíritu Santo, preguntar por el capellán. Así que volví a la recepción y les pregunté a esas mujeres tan acogedoras, y una de ellas me dijo que había cuatro capellanes pero en ese momento no estaba ninguno y que iba a llamar al que a ella le gustaba más porque aunque todos eran muy buenos sacerdotes este en concreto era una persona excepcional.
El capellán estaba atendiendo a su labor en otro hospital pero dijo que en cuanto terminara venía a verme. Así, sin más, de repente, alterando sus planes de trabajo y su horario.
Estuvimos hablando mucho rato y me escuchó sin prisa, sin mirar el reloj ni una sola vez y me transmitió amor de Dios y paz. Este sacerdote es un sacerdote como Dios manda, buen pastor que carga sobre sus hombros a la oveja que estaba perdida, hermano, padre, luz en la oscuridad, bálsamo para las heridas del alma.
Llegué a la consulta del médico con el corazón aligerado y salí del hospital con un ánimo totalmente distinto al que tenía al llegar.
Me fui paseando hasta la Plaza del Grande, disfruté del sol abulense, me recreé en la vista de las murallas, me paré ante la estatua de Santa Teresa obra de Juan Luis Vasallo
y después de comer me di otro paseo para volver a la estación de autobuses por otro camino.
Ninguna de las personas que ese día fueron tan importantes para mí, tan acogedoras, amables, atentas… leerá este artículo pero yo quiero darles las gracias de todas formas porque sin ellas saberlo, haciendo su trabajo de todos los días o dedicándome unos minutos me ayudaron a escalar la montaña de un día difícil, con su forma de tratarme pusieron flores a los lados de un camino que al principio era áspero, con su sonrisa me hicieron sentir bien, con su conversación me hicieron sentir que no era anónima.
Las personas que he ido conociendo en estos 10 meses que llevo viviendo aquí -salvo pocas excepciones- son así, acogedoras, amables, generosas, trabajadoras, desinteresadas. Es verdad que al principio parecen muy reservadas pero cuando te van viendo todos los días y te van conociendo se muestran así como digo, que da gusto.
Por eso en el día de Santa Teresa doy las gracias a todas las buenas personas de esta tierra que he tenido la suerte de conocer.
Y recuerda: