Reflexionando sobre el Evangelio
¿Humildad o marketing?
En el Evangelio de hoy, el Señor nos señala algo que resulta insoportable para el ser humano del siglo XXI: busquemos vivir como cristiano sin hacer de ello un show. Hoy en día se nos propone continuamente evidenciar nuestra fe por medio de todo tipo de actividades. No se nos pasa por la mente que se pueda vivir la fe de forma reservada, discreta y profunda. Se asimila ser cristiano con ir señalándose como un líder dentro de un show orquestado. Una representación que desea que la sociedad nos perdone ser lo que somos. Quizás deberíamos de pararnos a pensar la razón que nos lleva a organizar tantos eventos-shows.
La postmodernidad nos lo dice muy claro: el marketing personal y colectivo, es lo más importante.
Nos dicen que tenemos que ser “visibles y adecuados” para prediponer a los demás a que “nos puedan elegir”. Nos motivan a promocionar nuestras actividades, para se den cuenta de todo lo bueno que hacemos y de paso, nos sintamos parte de la “tribu católica”. Todo esto es pura postmodernidad: resaltar y autoafirmarse por medio de apariencias. Pertenencia emotivista y cerrada, que al mismo tiempo no conlleva demasiado compromiso verdadero. Para estas instancias eclesiales somos lo que aparentamos y lo que sentimos.
«Cuando oréis, dice Jesús, entrad en vuestra habitación» ¿Cuál es esta habitación sino el mismo corazón, como lo indica el salmo en el que está escrito: «lo que digáis en vuestro corazón, en vuestra habitación lamentadlo? « (Ps 4,5). «Y después de haber cerrado las puertas orad, dijo, a vuestro Padre en secreto» no basta con entrar en su habitación, si la puerta permanece abierta a los inoportunos, por esta puerta se introduce subrepticiamente las banalidades exteriores, que invaden el interior. Desde fuera, como hemos dicho, las realidades pasajeras y sensibles penetran por la puerta, en nuestros pensamientos, es decir, por nuestro sentido y perturban nuestra oración, por una muchedumbre de fantasmas vanos. Es preciso pues cerrar la puerta, lo que quiere decir resistir a los sentidos para que una oración plenamente espiritual suba hasta el Padre, brote de lo profundo de nuestro corazón, donde oremos al Padre en secreto. (San Agustín. Sermón sobre la montaña, 3, 11)
¿Qué fantasmas vanos? ¿Banalidades externas? Los fantasmas vanos son los deseos de relevancia. Sentirnos aceptados, bien vistos y valorados positivamente por la sociedad actual. El objetivo es ser elegidos en el supermercado de trending topics postmodernos. Mientras, los medios nos utilizan vendiendo una imagen de falsedad, desunión y odio interno. Una imagen negativa que vende y es comprada con agrado por la sociedad.
Desgraciadamente las luchas internas “venden” y de esta venta viven demasiadas personas.
¿No deberíamos ser hermanos que se aman por encima de nuestras sensibilidades y tendencias? ¿No deberíamos de rechazar convertirnos productos que se venden para beneficio de todos, menos de la misma Iglesia? El Evangelio de hoy resulta demoledor para una iglesia fundada sobre la roca del marketing social.
¿Qué nos dice Cristo en el Evangelio? Básicamente que vivamos la fe con humilde discreción, desde el secreto.
¿En secreto? Entonces, ¿Cómo podemos conseguir que la Iglesia siga siendo relevante en esta sociedad postmoderna y global? Seamos un poco críticos con el momento que vivimos. Nos rodea una sociedad basada en apariencias, simulacros y marketing social. ¿Realmente queremos ser relevantes dentro de tal enjambre de banalidades exteriores y fantasmas vanos? ¿En qué parte de los Evangelios se dice que tenemos que ser relevantes desde el punto de vista social? Fijémonos en el Buen Samaritano. actuó sin decir quien era y sin reclamar protagonismo alguno. Su objetivo era el necesitado, no salir en los medios ni ser aplaudido. Hoy en día vemos a más de un titiritero de la solidaridad que no se pierde una foto para la prensa.
Se nos olvida que el Reino de Dios no es de este mundo. ¿Qué hacemos intentando que nos elijan como el mejor producto socio-cultural de la oferta? Es Dios quien nos escoge cuando nos acercamos a Él con sincera humildad.
Releamos la parábola del banquete de boda. Se invitó a los más relevantes a participar en el banquete sin promociones, regalos o cualquier tipo de aparato de marketing. Estos primeros invitados rechazaron la invitación porque no era relevante para ellos. Se excusaron diciendo que tenían cosas más importantes que hacer. No se trataba de llenar el banquete, sino de que estuvieran presentes quienes sinceramente querían participar. Se buscó a personas sinceras en los cruces de los caminos. Cristo señala que muchos son los llamados, pero pocos los que llegan a aceptar la invitación. Quienes asisten humilde y sinceramente son escogidos con amor. Quienes llegan aparentando y buscando sus intereses personales, sin el traje adecuado para la boda, les espera el “llanto y crujir de dientes”. Que mensaje más duro para los oídos postmodernos del siglo XXI. Un mensaje que no aparece en ninguno de los eventos-show porque sería "inadecuado" y la invitación sería rechaza. Rechaza como fue rechazada la primer invitación al banquete.
Ser coherente con la Voluntad de Dios no produce complicidades sociales. No se dan palmaditas en la espalda ni sonrisas solidarias. Más bien todo lo contrario.
Las peleas internas no son Evangelio. Danos golpes unos a otros mientras los partidarios de cada bando aplauden, no es Evangelio. Retorcer las Sagradas Escrituras para poder vender a la sociedad un “producto atractivo y competitivo”, tampoco es Evangelio. Cristo nos pide llevar la Buena Noticia, el Evangelio completo, a todo lugar y persona. Evangelizar no necesita de shows mediáticos, sino del testimonio sincero, humilde de vida de cada cristiano. Salir a los cruces de los camino e invitar a quien pase al banquete. ¿Shows? Más bien autenticidad y humildad. ¿Qué no le interesa a nadie? No pasa nada. Apresurémonos, porque el banquete puede empezar en cualquier momento y nosotros no deseamos quedar fuera.