Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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30 años después, Monseñor Romero sigue siendo un gran desconocido

por Alberto Royo Mejia

A juzgar por algunos medios de comunicación (sin ir más lejos, Religiondigital) parecería que los Obispos salvadoreños se están impacientando y diciendo que la Iglesia se ha olvidado del martirio de Mons. Romero. En realidad no es así, ni por parte de los  Obispos de aquel país ni mmucho menos por parte de la Santa Sede, en la que se estudia cuidadosamente la Causa de Beatificación del Arzobispo. Es cierto que los Obispos han escrito una carta, pero es normal,  ya que al cumplirse los 30 años de la muerte, un modo de conmemorarlo es la carta en la que se expresan los deseos de verle pronto en los altares. La carta es muestra de cariño fraterno hacia el Prelado asesinado y algo habitual en este tipo de aniversarios. Por otro lado, la Santa Sede se está tomando el tiempo que corresponde, ni más ni menos, que mucho más se tomaron con Pío XII o con Carlos de Foucauld y nadie pensó que eran santos olvidados. Ya se sabe que las cosas de palacio van despacio.

Pero el aniversario nos da la oportunidad de reflexionar sobre la figura de Romero, envuelta como pocas en una aureola mediática no siempre veraz. Asesinado sin duda por proclamar la verdad incómoda, será la Santa Sede la que tendrá que determinar si el hoy Siervo de Dios Monseñor Oscar Arnulfo Romero puede ser llamado mártir en el sentido teológico-canónico del término y como tal merece la gloria de los altares, dejando a parte la opinión ya conocida de periodistas, políticos, sociólogos e incluso teólogos, que al final se tendrán que someter al juicio autoritativo de la Iglesia, cuando ésta se defina. Realmente, a estas alturas del proceso -que va lento no por falta de interés por falta de Roma, sino porque su tramitación en fase diocesana se ha alargado muchísimo- no podemos saber qué pasará al final y a qué conclusión llegarán los expertos de Roma.

Lo que sí sabemos ya es que la figura real de Mons. Romero es mucho más rica y complicada de juzgar de lo que muchos nos quieren hacer creer, presentándole como el paladín de la revolución a favor de los pobres y desheredados. De su amor a los pobres y desheredados no hay duda, como debería ser el caso de cualquier ministro del Señor, como tampoco hay duda de su amor a la Iglesia y su devoción a la Virgen, pero de su fervor revolucionario podemos nutrir muchas dudas…

El 8 de febrero de 1977 fue nombrado arzobispo de San Salvador, hasta ese momento obispo de Santiago de María. Su elección fue alabada por el sector más progre del clero salvadoreño, no porque él fuera de esa tendencia, sino porque entre los otros candidatos que se barajaban, Romero aparecía como el más fácil de convencer aunque en no pocas ocasiones había criticado el compromiso político del clero. Parece que l 22 de febrero tomó posesión del arzobispado y de 24 al 28 de febrero de 1977 monseñor Romero se encerró con un grupo de sacerdotes en el Seminario San José de la Montaña. Fue aislado por completo, incluso no se le permitió que se le hablase, y para ello se puso una religiosa en la portería del Seminario. Entre los sacerdotes que le practicaron durante esos días un psicoanálisis, como lo afirma el padre Placido Erdozain en su opúsculo “Monseñor Romero, mártir de la Iglesia Popular” se encontraban Inocencio Alas, Astor Ruíz, Fabián Amaya, Rutilio Sánchez y Alfonso Navarro. Durante esos días le analizaron la situación nacional vista a través del análisis marxista.

Descubrieron el fallo psicológico y personal de monseñor Romero, esto es, que era un hombre bueno y moldeable. Los sacerdotes del “Grupo” se ofrecieron como grupo de apoyo en el gobierno pastoral de la arquidiócesis. El primero de marzo de ese año declaró monseñor Romero que su línea pastoral sería la de Medellín y que se solidarizaba con la línea pastoral del Grupo de sacerdotes que, en esa línea, realizaba una pastoral “liberadora”, no obstante que ese grupo le había impedida tomar posesión de la arquidiócesis en la catedral. Hasta se momento monseñor Romero siempre se había manifestado en contra de la línea pastoral de Medellín. Declaró igualmente que no tendría ninguna relación con el Gobierno en protesta por la masacre acaecida a las 10:30 de la noche del día anterior, 28 de febrero. En esa ocasión aparecieron las Ligas Populares 28 de febrero (LP-28), grupo armado comunista. Ese mismo día salió el primer Boletín de la Oficina de Prensa del arzobispado de San Salvador.

El día 12 de marzo de ese mismo año a las 17:30 de la tarde fue asesinado el P. Rutilio Grande, párroco de Aguilares, con sus dos acompañantes, Manuel Solórzano de 62 años de edad y Nelson Rutilio Lemus de 15 años. En la Misa de sepelio del padre Rutilio Grande, a la cual asistió todo el episcopado y ante la sorpresa y estupor de todos los obispos, monseñor Romero afirmó en la homilía fúnebre que apoyaba la línea de acción pastoral del padre Grande como la línea de la auténtica pastoral de la Iglesia. El domingo 20 de marzo decretó monseñor Romero la suspensión de la celebración de la Misa en todas las iglesias y capellanías de la arquidiócesis y convocó a una misa única en la catedral contra el sentir de la Nunciatura.

Los padres revolucionarios comenzaron a trabajar febrilmente en el arzobispado después de la toma de posesión del mismo por Monseñor Romero, algo inaudito y nunca visto hasta ese momento en el país. Con frecuencia se veía en las oficinas del arzobispado a los jesuitas Francisco Estrada, Ignacio Ellacuría, Isidro Pérez Stein y otros más. El padre Rafael Moreno, doctor en marxismo, era el jefe de relaciones públicas del arzobispado. El Magisterio paralelo manejaba también todas las informaciones del arzobispado, la radio YSAX estuvo en manos del padre Angel María Pedrosa. Algunos hablan incluso de un verdadero lavado de cerebro al obispo por parte de los sacerdotes marxistas.

A la pregunta que se le hiciera a uno de ellos, ¿por qué los sacerdotes revolucionarios colaboraban tan activamente en el arzobispado de San Salvador? Aquel contestó: “acuerpando a este pobre hombre que no sabe qué hacer con esta diócesis en un momento tan difícil, y viendo qué es lo que la UCA puede hacer por el arzobispado”. Según el mismo entrevistado, Monseñor Romero Estaba guiado por el equipo pesado de estos sacerdotes y por la inteligencia de la UCA.

Varias personas invitaron a monseñor Romero a su casa para ayudarle a reflexionar sobre la posibilidad de evitar que le usasen a él como instrumento para sus propios objetivos ya que algunos hechos lo demostraron así. Al principio Monseñor Romero se mostró agradecido e interesado en dicha ayuda. Pero alguien se propuso apartarlo de dichas reuniones mensuales.

El padre belga Pedro Declercq reunió en su Colonia Zacamil a varias exreligiosas que dejaron o fueron expulsadas de sus Congregaciones respetivas por diferentes motivos, a las cuales se añadieron algunas señoritas activistas de la revolución comunista y así fundó una nueva congregación de religiosas. Así nació la Congregación de Monjas de la Iglesia Popular, de la “Nueva Iglesia”. Estas religiosas, con cruz de madera al pecho, aparecieron en varias oficinas del arzobispado. Una de ellas fue la secretaria privada de monseñor Romero, otra la encargada del archivo del arzobispado.

El “triunfalismo” que se había criticado y combatido meses antes en el trabajo pastoral de la Iglesia, renació ahora en torno a la persona de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, en quien el Grupo de Reflexión Pastoral o la Iglesia Popular, como se le llamó después, encontró la coyuntura propia para una verdadera instrumentalización de la Iglesia católica para la causa comunista. La Iglesia Popular acorraló a monseñor Romero prestándole orientación, asesoramiento y ejecución en la acción pastoral.

El 14 de febrero de 1978 se le otorgó a Monseñor Romero el doctorado honoris causa de parte de la Universidad de Georgetown en los Estados Unidos. El 7 de diciembre de 1978 monseñor Romero fue propuesto como candidato para el premio Nobel de la paz por 118 miembros del parlamento británico. Más tarde la universidad de Lovaina, Bélgica, le otorgó el doctorado honoris causa.

Un grupo de militares lograron involucrar a Mons. Romero en el proyecto de golpe de Estado porque no les convenía tener en su contra al arzobispo de San Salvador. El 15 de octubre de 1979 se produjo el golpe de Estado. El gobierno del general Romero había perdido su prestigio y autoridad. Se instaló una junta revolucionaria de gobierno formada por dos militares que declararon que la Junta se completaría con la incorporación de tres civiles que fueron escogidos por el Ejército e incorporados tres días después.

El 25 de octubre de 1979 el BPR (Bloque Popular Revolucionario) y las LP-28, grupos marxistas-leninistas, declararon traidor al arzobispo (esto se produjo cuando advirtieron que los militares, a quienes había apoyado Monseñor Romero, empezaban a librarse de infiltrados marxistas-leninistas) Un grupo de religiosas le interpeló reprochándole su traición y declarando que ellas se seguirían firmes en la lucha al lado del BPR El mismo día la agencia noticiosa ACAN-EFE denunció a los sacerdotes revolucionarios como autores intelectuales del golpe de Estado.

Al hacer un análisis del Gabinete de Gobierno, se constató que en su mayoría estaba formado por elementos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) dirigida por sacerdotes disidentes. Al día siguiente el arzobispo Romero emplazó a la junta revolucionaria para que diera cuenta de los reos políticos y de los “desaparecidos” reclamados por los grupos marxistas-leninistas. En la homilía de las Misas dominicales que celebró en la catedral durante el mes de diciembre de ese mismo año, trató de recuperar las simpatías de los grupos comunistas. Ambos grupos, el BPR y las LP-28 rechazaron por dos veces la mediación que les ofreció Monseñor Romero.

A mediodía del 19 de diciembre de 1979 las Ligas Populares 28 de Febrero tomaron el edificio del Seminario San José de la Montaña donde se encontraban las oficinas de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES) y del arzobispado. Tomaron como rehenes al secretario de la curia de San Salvador, padre Mariano Brito, al secretario adjunto, padre Rafael Urrutia, y a dos secretarias del arzobispado. El arzobispo estaba ausente, librándose así de quedar como rehén. Pero los ocupantes reclamaban su presencia para que mediase ante la Junta para la liberación de algunos miembros de las LP-28 que fueron capturados durante el desalojo de varias empresas y propiedades agrícolas que ellos habían tomado días atrás. En una ocasión salieron del seminario el obispo presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor José Eduardo Alvarez, quien estaba en su oficina, el secretario y la secretaria. El objetivo de las LP-28 era el Arzobispo Romero”.

El Papa Pablo VI llamó al arzobispo Oscar Arnulfo Romero a Roma para enterarse de primera fuente de la labor pastoral del arzobispo y darle las recomendaciones e indicaciones del caso para evitar males posteriores. Después de la muerte de Juan Pablo I, Juan Pablo II llamó también a Roma al Arzobispo y el encuentro con el nuevo Papa dejó muy impresionado al prelado salvadoreño.

El domingo siguiente a su regreso de Roma señaló las injusticias y desmanes de los grupos marxistas-leninistas. La respuesta, al interior del arzobispado, fue inmediata. Al día siguiente, lunes, los sacerdotes de la Iglesia Popular y las religiosas de la “Nueva Iglesia” que trabajaban en las oficinas del arzobispado, en el edificio del seminario San José de la Montaña, abandonaron sus despachos en señal de protesta. Mons. Romero confesó el hecho en la homilía del siguiente domingo en la catedral: “Me han dejado solo”.

Monseñor Romero había traicionado a los grupos comunistas y a la causa marxista-leninista, pero viendo el peligro que ello conllevaba, quiso congraciarse con los grupos comunistas volviendo, en la homilía de los domingos subsiguientes, al sistema de denuncia en contra del Gobierno, haciendo caso omiso de las injusticias comentadas por los grupos comunistas o señalándolas de forma paliativa. El personal del arzobispado que abandonó sus oficinas volvió de nuevo a sus puestos de trabajo. Las relaciones entre los grupos marxistas-leninistas, FPL (Frente Popular de Liberación) LP-28, ERP, FAL (Fuerzas Armadas de Liberación) con el arzobispo se hicieron, ante estos vaivenes, cada vez más tirantes.

El mes de febrero de 1980 Mons. Romero escribió una carta al presidente del secretariado del Episcopado de América Central (SEDAD) pidiéndole que publicara un documento de apoyo para su persona, porque había caído en una situación difícil de la que él no podía salir. El servicio de Inteligencia del Gobierno (ANSESAL) le había hecho saber que tenía conocimiento del peligro que corría su vida. En la homilía dominical del 23 de marzo de 1980 invitó y ordenó a los soldados y agentes de seguridad que no obedecieran la orden de combatir al pedirles y exigirles no matar más hermanos salvadoreños.

Mons. Fernando Sáenz, que después llegó a ser Arzobispo de El Salvador, y sucesor de Romero, entonces Vicario Delegado del Opus Dei en aquel país, le invitaba regularmente a las convivencias para sacerdotes que organizaba cada mes la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. El Arzobispo, que siempre estuvo cercano a esta benemérita institución de la Iglesia, acudía con gusto a estas reuniones, donde quizás se podía expresar como él era en realidad El día 24 de marzo de 1980 tuvieron una de esas convivencias. Al principio habían previsto otra fecha, pero Mons. Romero pidió que la cambiasen porque no le venía bien y tenía mucho interés en asistir a aquel encuentro.

He aquí la descripción que hace Mons. Sáenz del último día de Mons Romero: “Hacia las 10.30 de la mañana aquel día fui a recogerle a las oficinas del Arzobispado, que estaban situadas entonces en la actual sede del Seminario Menor. Le saludé y me dijo que acababa de recibir un documento sobre la formación de los seminaristas en el llamado Curso Propedeútico. Deseaba que aprovecháramos aquel encuentro sacerdotal para estudiar y comentar el documento. Fuimos en carro hasta la playa de San Diego, donde nos habían prestado una casa para la convivencia. Sin embargo, a pesar de las previsiones que se habían hecho, hubo una confusión, y cuando llegamos la casa estaba cerrada. Decidimos sentarnos sobre la hierba del pequeño jardín y comentamos aquel documento a la sombra de unas palmeras. A continuación extendimos un mantel sobre el suelo y disfrutamos de una agradable comida y de un rato de sobremesa. Al poco llegó el guardián de la casa, que se excusó por lo sucedido y nos trajo unas sillas. Durante aquella tertulia hablamos de cuestiones muy diversas. Entonces era frecuente que las guerrillas urbanas ocuparan los templos, y Mons. Romero nos dijo que estaba preocupado por la custodia de los vasos sagrados y los ornamentos litúrgicos de la catedral, que eran antiguos y de gran valor histórico, Le sugirió a un sacerdote que los custodiara en un lugar seguro mientras durara la situación de desorden. Y seguimos conversando sobre asuntos variados. Recuerdo que le propuso al párroco de San José de Guayabal que cultivara maíz y frijoles en el entorno de su parroquia, para que pudiera servir de aprovisionamiento al seminario. Luego hablamos del Padre Pro, de los cristeros mexicanos, etc. A las tres nos sugirió que acabáramos la reunión, porque debía regresar a la ciudad, donde tenía un compromiso. Y hacia las tres y media lo dejé en el Hospital de la Divina Providencia.”

Tres horas más tarde, a las seis y cuarto, mientras celebraba la Santa Misa, Romero era asesinado. Le habían disparado desde el exterior del templo. Miles de personas velaron su cadáver en la Basílica del Sagrado Corazón y unas cincuenta mil acudieron a su funeral en la catedral. Mientras se celebraba, estalló una bomba en los alrededores, entre tiroteos y ráfagas de ametralladora, a causa de la cual murieron 27 personas y más de doscientas resultaron heridas.

ALBERTO ROYO MEJÍA
www.historiadelaiglesia.org

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