Remanso de paz
por Sólo Dios basta
Los días pasan, el calendario avanza y las hojas de los árboles cambian de color hasta que al final dejan a sus pies preciosas alfombras naturales que en este mes de octubre que acaba y en el de noviembre que estamos a punto de comenzar, podemos recorrer, admirar e interiorizar si dejamos a un lado el ajetreo diario y nos metemos de lleno en plena naturaleza para encontrarnos con ese Dios vivo que nos regala cada año por estas fechas singulares paisajes que nos invitan a entrar en nosotros mismos y ver cómo se encuentra nuestra vida interior. Comprobar si están brotando nuevas hojas que nos señalan avances en la vida espiritual, o si por el contrario, esas hojas que cambian de color y caen por el suelo, demuestran que tenemos que renovar nuestra relación con Dios y profundizar en la vida de oración para que llegue pronto una nueva primavera en nuestro espíritu.
Algo de esto he vivido hace pocos días. He estado de ejercicios espirituales en la hospedería de las carmelitas descalzas de Logroño. Desde que recibí la ordenación sacerdotal he tomado una opción que ha dado muy buen resultado: cada año, durante una semana, me retiro a un monasterio de monjas de clausura que me dejan la hospedería y les sirvo como capellán para celebrar la misa. El resto del día lo dedico a encontrarme con Dios meditando algún texto que me sirve de guía para la oración inspirada por el Espíritu Santo. Prolongo la contemplación en los paseos por los contornos del monasterio, que son siempre de paz y de sosiego para el alma, y donde la naturaleza habla por sí sola para llevarme al Creador. Por la tarde suelo unirme a la comunidad de religiosas para rezar vísperas y adorar al Rey de reyes expuesto en la custodia. Ese es el día a día. Pero cada uno distinto porque el que habla es Dios y quien escucha es el alma orante que quiere acercarse a Él.
Este año mi idea era meditar el poema de Santa Teresa de Jesús “Nada te turbe”, que comenta el Beato mártir P. Lucas de San José en uno de sus libros. Pero sucede que el Espíritu es libre y sopla cuando quiere y como quiere y ha querido que dejara para otra ocasión esta lectura. Pocos días antes de comenzar los ejercicios me llega un paquete sin esperarlo. Cuando lo abro y me encuentro con mi querido P. Lucas de San José y su gran obra La santidad en el claustro, veo con toda claridad que lo que debo tratar en la oración es esta obra y no la otra. Me lo ha puesto en bandeja y no desperdicio la ocasión.
Es un libro preciso, directo, penetrante, que llega al corazón. Va derecho al tema que presenta, a comentar las Cautelas de San Juan de la Cruz. Las Cautelas son consejos que ofrece el Santo de Fontiveros para vencer las batallas contra los enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Es algo que permanece, que no pasa, que siempre tenemos que tener en cuenta. Este libro, La santidad en el claustro, se dedica a explicar dichas Cautelas con todo detalle y con ejemplos prácticos de vida comunitaria para abrir los ojos a una vida religiosa de verdad, coherente, santa. Lo recomiendo a todos los que lean este artículo. Leer, orar y hacer vida estas páginas es una ayuda muy buena y provechosa para que las comunidades religiosas sean focos de vida, de luz y de amor de Dios para toda la Iglesia.
Y vuelvo al tema, a los ejercicios espirituales. La mañana del primer día leo con atención el capítulo que sirve de introducción a todo el libro donde el Beato P. Lucas de San José pone en relación directa y perfecta a los tres enemigos del alma. Veo que tengo que luchar y dar pasos en mi vida, hay mucho que cambiar. Pido la presencia del Espíritu Santo para hacer mías estas páginas y me pongo en camino. Y lo que sucede es algo bien real; sirve de ejemplo para que veamos lo que puede obrar Dios, cuando uno se deja llevar por Él y camina por esas sendas que pone en nuestra vida y nos hace pararnos y mirar hacia dónde Él quiere para que veamos lo que Él tiene preparado para nosotros. Esto es así y no una idea pasajera. Lo que narro a continuación es oración directa que quiero compartir con todos por si alguno se anima a orar mientras caen las hojas de los árboles, el río pasa a nuestro lado y se abren nuevos caminos en el espíritu:
Voy hacia el río Iregua, a buscar el puente que une las dos orillas entre Logroño y Villamediana. Llego, lo paso y me siento en un banco a dejar que me hables, que me ilumines, que me cambies el corazón. ¡Ven Espíritu Santo!
Veo correr el agua, volar los pájaros, pasar algún caminante o ciclista. Oigo el sonar del rio, el canto de las aves y el paso de los corren o van en bici. Siento que estás conmigo, pero que tengo que aprender a esperar. No todo es llegar y tener las soluciones al momento. Empiezan los ejercicios espirituales y espero en Ti, Padre omnipotente.
Tengo paz, lugares como este son clave para encontrarme contigo, mi Dios humanado, y darte gracias, alabarte, ensalzarte y decirte que Tú eres mi Dios. Pasa el tiempo en el reloj, el agua del río y los pajarillos que se acercan mientras sigo sentado junto al Iregua. Nada sucede en apariencia externa. Se hace tarde y tengo que irme a comer.
Me pongo en camino de vuelta, cruzo el puente sobre el río y hacia la mitad me paro. Contemplo, admiro, gozo de la grandeza de la naturaleza viva. Veo correr el agua hacia Logroño. Me doy la vuelta y cambia el punto de vista. El agua viene hacia mí. ¡Qué cambio tan importante y a veces tan desapercibido! Me digo en mi interior: “En realidad eres Tú, ahora es cuando te manifiestas, cuando me volvía sin más por no saber esperarte”. ¡Qué fácil es dejarse llevar por la corriente, por la mayoría, por los enemigos del alma y qué difícil es ir en contra, no dejarse arrastrar por los que quieren ganar la batalla, por lo que dicen o hacen, sino buscar la fuente de la Vida! Mientras brota de mi esta oración me doy cuenta que justo un poco más arriba hay un remanso donde el agua del río se calma, reposa y se esparce más allá del cauce antes de tomar fuerza y seguir su ruta hacia el Ebro.
¡Ahí está todo! ¡Un remanso de paz! Cuando subes contracorriente es difícil, cuesta, hay que esforzarse, pero luego llega la paz, la calma, la presencia de Dios en el alma del que lo busca con gran deseo de encontrarse con Él y una vez encontrados, le alienta a seguir subiendo el río para ir a la fuente, al origen, a “la santidad en el claustro”.
¡Todo encaja! Me hablas en este momento final de la mañana orante. Y lo que es más, me haces ver que solo justo en ese lugar donde el agua abre la puerta a la paz del alma hay vida nueva. Solo ahí hay verde hierba, vegetación frondosa y una senda a recorrer. ¡Hay un camino! Se abre un sendero de esperanza, atractivo y luminoso, que se adentra en el bosque que nace de poner la mirada hacia arriba, hacia la santidad, hacia lo que me pides en este momento concreto de mi vida.
Es hora de dar la vuelta, de mirar a lo alto, a Ti, que hablas, que dices, que marcas la ruta a seguir si somos capaces de pararnos en el camino de nuestra vida para ver qué quieres comunicarnos y por dónde quieres conducirnos. Entonces descubrimos un nuevo camino gracias a la luz del Espíritu Santo. A él llegamos tras caminar, bien agarrados y sin soltarnos de la mano de Cristo, en contra de la corriente de los ataques del mundo, el demonio y la carne. Solo así podemos alcanzar la grandeza del Padre que nos abraza con su misericordia infinita y donde empezamos a recorrer una senda nueva que se inicia junto a un remanso de paz.