La eutanasia deshumaniza a la sociedad
Paliativos en vez de eutanasia
por Piedras vivas
Quienes no han visto la película It's A Wonderful Life tienen una laguna fácil de superar: es un canto al sentido de la vida, en especial cuando todo se derrumba. Es bien conocido el argumento.
Qué bello es vivir!
Víspera de Navidad. George Bailey está con el agua al cuello. Buen tipo, ha creado un banco para ayudar a la gente, pero en un momento dado no puede hacer frente a los pagos. El malvado señor Potter ser regocija de sus problemas. Desesperado, Bailey va a un puente, dispuesto a arrojarse al río. Pero viene a él Clarence, un ángel que tiene con él la oportunidad de ganarse sus alas. Lo hará mostrando a Bailey como habría sido la vida de su familia y amigos si él no hubiera existido: no se habría casado con Mary ni habría ayudado a tantas personas.
Cuando alguien tiene la tentación de quitarse la vida es porque no encuentra en quién apoyarse, ni percibe lo importante que es para algunas personas cercanas o incluso desconocidas. El suicidio es un grito de SOS para que alguien le atienda, le tome de la mano, y le transmita algo de esperanza, si hace falta con mucha energía, porque está en juego mucho más de lo que cree en ese momento.
Es interesante lo que refiere la web deCine 21 sobre el origen de esta película de del mítico Frank Capra. Corría el año 1935 y el cineasta está seriamente enfermo. Recibe entonces la visita de alguien que cambió su vida, del que nunca supo su nombre, que le dijo: «Es usted un cobarde. Y lo que es más triste, una ofensa a Dios. ¿Oye a ese hombre?» (se refería a Hitler, que hablaba en la radio) «¿A cuántos habla? ¿15, 20 millones? ¿Y cuánto tiempo? ¿20 minutos? Usted puede hablar a cientos de millones, durante 2 horas. Y en la oscuridad. Sus talentos, señor Capra, no son suyos por derecho propio. Dios se los ha dado. Cuando no los usa, ofende a Dios y a la humanidad. Que tenga un buen día». Capra tomó conciencia de su responsabilidad como director de cine. El discurso le llevó al confesionario y le devolvió, además, las ganas de vivir.
Ley que mata la esperanza
Con la Ley de la eutanasia se mata la esperanza de muchas personas y se les empuja al abismo, engañadas y quizá acomplejadas por ser un peso para la familia y para la sociedad. Hecha la ley, hecha la trampa porque la experiencia de los países donde se ha impuesto se convierte en un tobogán por el que son empujados los ancianos, enfermos incurables, y los niños con alguna deformidad. Así la sociedad no gasta y puede vivir en el consumo y además sólo pasean por las calles gentes guapas con algún niño precioso y algún perro. Todo idílico aunque la conciencia de algunos familiares y otros médicos guarde la mentira de su vida bajo siete sellos.
No hay razón alguna para imponer la eutanasia entre nosotros pues la sociedad tiene aún raíces y costumbres cristianas, muchas más de las que supone el anticristianismo inoculado por algunos políticos, educadores, pensadores, artistas, y escritores. La eutanasia, palabra mentirosa y maldita donde las haya, no es la solución para nadie y envilece a la sociedad que se deshumaniza con ella, engañándose con un barniz de solidaridad y de identificación ecologista con la naturaleza endiosada.
El remedio lo sabemos todos y consiste en favorecer los cuidados paliativos aunque sean más caros que el veneno introducido con una cánula o una jeringuilla. La medicina actual tiene buenos recursos y técnicas para tratar con humanidad a los enfermos al final de su vida. Junto con el personal sanitario están los familiares con humanidad y la atención espiritual, que viene a ser lo más importante para recuperar el sentido de la vida, del sufrimiento, y de la Cruz para los que creen en Jesucristo, que son la mayoría de los españoles. Por todo ello es preciso avanzar mucho más en los cuidados paliativos superando una ley mortífera y la deshumanización que quieren imponer algunos políticos.