«Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida»
REFLEXIÓN DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
Queridos hermanos:
Estamos ante el domingo XXVII del Tiempo Ordinario. La primera Palabra que nos presenta la Iglesia es del libro de Génesis. “No está bien que el hombre esté solo”. Es importante esto, hermanos, Dios creó al hombre, no para que viva en la soledad, sino para que viva en la comunión, es decir en la trascendencia para amar, y amar es morir uno así mismo. Tantas veces nos amamos a nosotros mismos y todo lo instrumentalizamos. Dice que Dios creó al hombre para la comunión y por eso le modelo de arcilla. Somos de barro y se nota, porque cuando convivimos se muestra nuestra debilidad, nuestros pecados. Y dijo Dios: “no es bueno que este hombre viva solo”, por eso dice que le sacó una costilla e hizo a la mujer. ¿Qué significa eso? que somos iguales, que somos de la misma naturaleza, es decir tenemos los dos la misma divinidad. En hebreo, hombre y mujer se dice “varón“ y “varona”, por eso dice Adán: esto sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Muy importante, hermanos, lo que se dice al final: “por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Dios al formar a la mujer de la costilla del hombre, está indicando que está indicando que los ha creado para que sean una sola carne, abandonando padre y madre. Hermanos, muchos conflictos del matrimonio son porque no se abandona padre y madre. Esto es una gracia y esto es lo que regala el cristianismo.
Por eso respondemos con el Salmo 127: “Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida”, y ¿Cómo nos bendice? Regalando la comunión entre el hombre y la mujer, mostrándose providente con los frutos del trabajo, concediendo la fecundidad. Es muy importante este abrirse de la vida. Si trastocamos estos mandatos de la ley natural vemos la destrucción y la descomposición que estamos viendo de la sociedad actualmente.
La segunda palabra es de la Carta a los Hebreos y dice una cosa muy importante, que Dios nos ha destinado para la Gloria, al Reino de Dios, al cielo, por eso ofreció a su hijo Jesucristo, el ciervo de Yahvé. Por eso no nos avergonzamos de llamarnos hermanos, este don que nos viene del Espíritu Santo rezando, contemplando la palabra, celebrando los sacramentos.
El Evangelio de San Marcos nos dice que los fariseos le preguntaron a Jesús ¿le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? y él responde: ¿Qué os mandó Moisés? Y contestaron: Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio. Y Jesús responde: esto lo hizo por vuestra terquedad, al principio Dios los creó “hombre y mujer”, por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Esto es lo que tenemos que defender en la sociedad, esta es la mejor educación que podemos dar a los hijos, esta unidad, ser uno, padre y madre. Hermanos, el Señor nos llama a ser como niños, a aceptar el Reino de los cielos como ellos. El Señor nos llama a recibir su bendición, la imposición de manos, esta es la misión de la Iglesia, bendecir imponiendo las manos, para que el matrimonio que sea uno ¿Quién te impide a ti ser uno? ¿tu padre, tu madre, tu trabajo, la sucursal que tienes? Abandona todo eso y serás feliz, porque Dios ha creado el hombre y a la mujer para ser uno. ¿Qué tenemos que hacer? Entre muchas cosas quiero resaltar que dice la escritura que antes de acostarte tienes que pedirle perdón a tu mujer. Pediros perdón antes de acostaros y veréis que Dios os da una gran felicidad y os da la comunión. Esto es un don, pedírsela al Señor.
Pues bien, hermanos, les invito en este día a vivir en la comunión y pedirle al Señor que quite de nuestra vida lo que nos impida ser uno con el otro.
+ Que el Señor los bendiga.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao