Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»

Queridos hermanos, celebramos hoy el Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario y la Iglesia nos propone reflexionar sobre la sabiduría, la palabra de Dios y la invitación de Jesús a seguirlo, desprendiéndonos de lo material para alcanzar la vida eterna.

La primera lectura de este día es del libro de la Sabiduría, donde el autor nos dice: "Pedí al Señor sabiduría y Él me la concedió". La sabiduría es presentada como un don precioso, más valioso que el oro y las piedras preciosas, y superior a todos los bienes materiales de la tierra. La verdadera sabiduría no es solo conocimiento intelectual, sino el discernimiento que viene de Dios, la capacidad de ver la vida desde su perspectiva, de saborear su presencia y voluntad en cada momento.

Por eso, hermanos, es importante que pidamos al Señor este don. La sabiduría divina nos da el discernimiento necesario para tomar decisiones acertadas, para vivir en comunión con Dios y con los demás. En este mundo lleno de confusión, en el que tantas veces nos dejamos llevar por lo superficial, necesitamos esa luz que ilumina el camino correcto. La sabiduría de Dios es la que nos permite saborear la vida y entender su sentido más profundo.

El Salmo 89 nos ayuda a expresar este deseo: "Sácianos, Señor, de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo". El salmo nos recuerda que nuestras vidas son limitadas y que debemos aprender a contar bien nuestros días, a no desperdiciar el tiempo en cosas vanas. Pedimos al Señor que nos enseñe a vivir de acuerdo a su misericordia, a reconocer su presencia en todo momento, porque sus obras son extraordinarias y eternas. Si vivimos bajo la sombra de su misericordia, nuestra vida estará llena de alegría y sentido.

La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, nos dice que "la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de doble filo". Esta imagen de la palabra de Dios como una espada afilada nos invita a darnos cuenta de su poder. La palabra de Dios penetra hasta lo más profundo de nuestro ser, nos revela lo que está oculto, y nos llama a rendir cuentas ante Él. Nada escapa a su mirada, todo está descubierto ante sus ojos. Por eso, hermanos, es fundamental que leamos y meditemos la palabra de Dios, porque en ella encontramos la verdadera sabiduría y el discernimiento que tanto necesitamos.

El Evangelio de hoy, según San Marcos, nos presenta el encuentro de un hombre con Jesús. Este hombre se acerca y le pregunta: "Maestro, ¿qué haré para tener vida eterna?". Esta es una pregunta que todos deberíamos hacernos: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué debo hacer para alcanzar la plenitud? Jesús le responde recordándole los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás... Y el hombre responde que ha cumplido todos estos mandamientos desde su juventud.

Entonces Jesús, mirándolo con amor, le dice: "Una cosa te falta: vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme". Ante esta invitación, el hombre se entristece, porque tenía muchos bienes. Aquí Jesús nos muestra que no basta con cumplir las leyes externas, que ser bueno no es suficiente si estamos apegados a las cosas materiales. El llamado de Jesús va más allá: nos pide una entrega total, un desapego radical de lo material, para seguirlo con todo el corazón.

Jesús añade una advertencia que resuena con fuerza: "Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja". La riqueza, cuando nos apega, nos separa de Dios porque nos hace confiar en nosotros mismos y en nuestros bienes, en lugar de confiar en Él. Pero ante el desconcierto de los discípulos, que preguntan "¿Entonces quién puede salvarse?", Jesús responde: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios. Para Dios todo es posible".

Hermanos, Jesús nos recuerda que la salvación no depende de nuestros méritos o de nuestras fuerzas, sino de la gracia de Dios. Él es el que nos salva, el que nos da la fuerza para desapegarnos de lo material y seguirlo. Y nos asegura que aquellos que dejan todo por Él recibirán el ciento por uno en esta vida y, en el futuro, la vida eterna.

La invitación de Jesús es clara: si queremos tener vida eterna, debemos estar dispuestos a renunciar a nuestros bienes y seguirlo. Esto no significa que todos debamos vivir en pobreza absoluta, sino que debemos tener el corazón libre de apegos, dispuesto a compartir con los más necesitados. La verdadera riqueza está en el cielo, en la vida eterna que nos ofrece Jesús, y para alcanzarla necesitamos vivir con generosidad y confianza en Dios.

En este sentido, la vida cristiana es un constante ejercicio de desapego y de entrega. Al desprendernos de lo material, ganamos algo mucho más valioso: el tesoro del cielo, la comunión con Dios, la sabiduría y el discernimiento que nos permiten vivir en plenitud.

Hermanos, ánimo. Si realmente deseamos alcanzar la vida eterna, sigamos el consejo de Jesús: "Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo". Sigámoslo a Él, que es la fuente de la sabiduría y del discernimiento, y confiemos en que Dios nos dará la fuerza para lograrlo.

Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros. Y por favor, rezad por mí, que lo necesito. Muchas gracias.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao