Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

por La alegría de la Buena Noticia

«Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.»

Queridos hermanos, estamos en el Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, y el Señor nos habla a través de las lecturas de este día. La primera palabra que nos propone proviene del profeta Isaías, y nos invita a reflexionar sobre quién es Jesús. Isaías describe a Jesús como aquel que ha sido triturado en el sufrimiento. Ha cargado con nuestros pecados y ha enfrentado la humillación. Lo presenta como alguien tentado, como se tienta a un toro para ver su bravura, y nos muestra que Jesús ha demostrado tener la fuerza, la valentía, y el poder para enfrentar todo esto, llevándonos hacia Dios. Cargando con el peso de la injusticia y del pecado, Jesús tiene futuro, tiene descendencia, y nos da la promesa de la vida eterna.

Isaías dice: "Mi siervo justificará a muchos". Esto nos recuerda que el sufrimiento de Jesús no fue en vano. Él ha venido para darnos prosperidad, no en términos materiales, sino espirituales. Tiene eternidad, y esa eternidad es también para nosotros si lo seguimos y aceptamos su sacrificio. Esta es la palabra profética que nos llena de esperanza.

En respuesta a esta primera lectura, proclamamos el Salmo 32: "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti". Tener misericordia significa tener la promesa de la vida eterna. La misericordia de Dios es su gran regalo para nosotros, y su palabra es sincera y leal. Él nos cuida, sus ojos están puestos en sus fieles, y es nuestro auxilio y escudo en todo momento. Este salmo nos invita a confiar en el Señor, que nos protege y nos guía a lo largo de nuestras vidas.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, nos dice algo fundamental: Jesús es el Hijo de Dios, pero también es el sumo sacerdote que ha compartido nuestras debilidades. Ha sido probado en todo, excepto en el pecado. Esto significa que entiende nuestras luchas, nuestros sufrimientos, nuestras tentaciones. Jesús no es un Dios lejano, es uno que ha caminado por el mismo camino que nosotros. Ha vivido nuestras experiencias y ha sentido nuestras heridas, pero sin caer en el pecado. Y lo más maravilloso es que nos quiere hacer hijos de Dios, nos invita a participar en su misma vida divina.

Este es el gran regalo de nuestra fe: no solo creemos en un Dios que nos observa desde lo alto, sino en un Dios que ha vivido como nosotros, que se ha hecho cercano y nos ofrece la oportunidad de ser transformados por su amor.

El Evangelio de San Marcos nos relata un episodio interesante en el que los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, se acercan a Jesús con una petición ambiciosa: "Maestro, queremos que nos concedas sentarnos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu gloria". Esta solicitud muestra una incomprensión profunda del mensaje de Jesús. Ellos buscan poder y honor, pero Jesús les responde con una pregunta desafiante: "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?".

El cáliz que menciona Jesús es el sufrimiento y la cruz. Beber el cáliz significa estar dispuesto a dar la vida, a sufrir por el Reino de Dios. Y Santiago y Juan, sin entender plenamente lo que implicaba, responden afirmativamente. Jesús les profetiza que efectivamente beberán de su cáliz y compartirán su bautismo de sufrimiento, pero deja claro que sentarse a su derecha o izquierda no es algo que Él pueda conceder, sino que está reservado por el Padre.

Este diálogo nos enseña que el Reino de Dios no se trata de ambición o de poder, sino de servicio y sacrificio. Y esto lo deja aún más claro cuando los demás discípulos se indignan al escuchar la petición de Santiago y Juan. Jesús los reúne y les dice: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de las naciones las tiranizan y los grandes las oprimen. Entre vosotros no debe ser así; el que quiera ser grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos".

Jesús nos está mostrando el camino verdadero hacia la grandeza: el servicio. En un mundo donde la ambición y el poder parecen ser los caminos hacia el éxito, Jesús nos invita a seguir un camino completamente diferente. Él, el Hijo del Hombre, no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Así es el Reino de Dios, un reino de humildad, de amor, de entrega total.

Hermanos, este mensaje es clave para nuestras vidas. Muchas veces, nos dejamos llevar por las ambiciones personales, por el deseo de reconocimiento, poder o éxito, pero Jesús nos recuerda que la verdadera grandeza está en el servicio a los demás. No es fácil, porque va en contra de lo que el mundo nos enseña, pero es el camino que nos lleva a la vida eterna.

Hoy, Jesús nos invita a preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a servir a los demás? ¿Estoy dispuesto a dar mi vida por los demás, como Él lo hizo? Sigamos su ejemplo, hermanos, y que el Señor nos dé la gracia de ser verdaderos servidores, de entregarnos sin reservas, para que así, un día, podamos compartir su gloria en el Reino de los cielos.

Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros. Y por favor, no olvidéis rezar por mí. Muchas gracias.

+ Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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