Domingo XXVII del Tiempo Ordinario
«El que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Queridos hermanos, hoy celebramos el Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, y la Iglesia nos invita a reflexionar sobre el valor de la familia, la unión entre el hombre y la mujer, y la importancia de vivir en comunión con Dios.
La primera lectura de este día está tomada del libro del Génesis, donde se nos dice que "no está bien que el hombre esté solo, voy a hacerle alguien como él, que lo ayude". Desde el principio, Dios creó al ser humano para vivir en comunidad, no en el egoísmo de la soledad. Es triste ver cuántas personas hoy caminan solas, incapaces de convivir con los demás, sin experimentar la alegría de compartir su vida. Dios no nos hizo para estar aislados, sino para vivir en relación.
En este relato de la creación, se nos narra cómo el Señor formó a las bestias del campo y a cada ser vivo, dándoles un nombre, lo cual significa que cada uno tenía una misión. Luego, el Señor hizo caer al hombre en un profundo sueño y, de su costado, tomó una costilla para formar a la mujer. Al presentársela, el hombre exclamó: "Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne". Este acto de tomar la costilla del hombre simboliza la igualdad entre el hombre y la mujer, que fueron creados para complementarse, para ser una sola carne.
Este pasaje subraya la importancia de la unión en el matrimonio. El hombre y la mujer están llamados a dejar a su padre y a su madre, y a unirse el uno al otro para formar una nueva familia. Pero esta unión no es automática, sino que requiere trabajo, sacrificio y la voluntad de ambos de corregirse y ayudarse mutuamente. Formar una familia es aprender a morir al egoísmo para crear algo nuevo, algo unido en el amor, como lo es el Cristo resucitado, que une a la Iglesia con su entrega.
En el Salmo 128, respondemos: "Que el Señor te bendiga todos los días de tu vida". El salmo habla de la dicha que trae una familia unida, comparando a la esposa con una vid fecunda y a los hijos con renuevos de olivo alrededor de la mesa. Esta es la imagen de una familia que vive en paz y en armonía, un reflejo de la bendición de Dios en nuestras vidas. Sin embargo, cuando miramos el mundo actual, vemos que no es esta la herencia que estamos dejando a nuestros hijos. En lugar de paz, lo que prevalece es la guerra, el conflicto y la división. Esto es lo que estamos transmitiendo a las nuevas generaciones, y debemos preguntarnos si esta es la herencia que queremos dejar.
La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, nos recuerda el sacrificio de Jesús: "Él ha padecido la muerte para el bien de todos, para llevar a una multitud de hijos a la gloria". Jesús ha pasado por el sufrimiento y la muerte para salvarnos, para ofrecernos la vida eterna. Esta es la verdadera misión de Cristo, y también la misión de todo cristiano: llevar a esta generación a la salvación, ayudando a los demás a alcanzar la gloria que Dios nos tiene preparada.
Finalmente, el Evangelio según San Marcos nos plantea una pregunta que sigue siendo muy relevante hoy en día: "¿Es lícito que un hombre se divorcie de su mujer?". Los fariseos plantean esta cuestión a Jesús, buscando una respuesta legal, pero Él va más allá de las leyes humanas. Les recuerda que Moisés permitió el divorcio debido a la dureza del corazón de los hombres, pero el plan original de Dios era que el hombre y la mujer fueran una sola carne, unidos en un vínculo de amor indisoluble.
Esta unión, nos dice Jesús, solo es posible mediante la fe, y es un don de Dios, una gracia. Pero, ¿por qué hoy en día tantas parejas se separan? Porque han dejado de ser una sola carne, porque el pecado de origen, el egoísmo, se interpone y destruye la unidad. Lo que Dios ha unido, no lo debe separar el hombre. El matrimonio es un reflejo de la Santísima Trinidad, de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es una unión que implica llevar juntos el yugo, ayudarse mutuamente a cargar con las cruces de la vida.
Jesús también advierte contra el adulterio y la separación, señalando que muchas veces huimos de la cruz que implica el compromiso, el sacrificio por el otro. En lugar de asumir el reto de la entrega total, buscamos salidas fáciles que no nos llevan a la verdadera felicidad.
En este mismo Evangelio, se nos presenta un hermoso gesto de Jesús: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios". Jesús nos llama a ser como niños, a tener un corazón humilde, abierto y confiado. Solo quien se acerca a Dios con la sencillez de un niño puede entrar en el reino de los cielos. Esto también es aplicable a la vida matrimonial: el matrimonio es una llamada a vivir con la pureza y la sencillez de los niños, confiando siempre en el amor y la gracia de Dios.
Hermanos, hoy se nos invita a reflexionar sobre el valor de la familia, sobre la importancia de la unidad y el sacrificio en el matrimonio. Dios nos llama a ser uno en la tierra, para que un día podamos ser uno con Él en el cielo.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros y vuestros seres queridos. Rezad por mí, que lo necesito. Muchas gracias.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao