Domingo, 22 de diciembre de 2024

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¡Abandono! o abandono

¡Abandono! o abandono

por Canta y camina

Cuando la vida corre más que yo, cuando tengo tantos frentes abiertos que me pierdo, cuando a pesar de haber planificado las cosas éstas parece que van por libre, cuando siento que no tengo control sobre nada, cuando parece que más que vivir estoy en medio de una estampida de gallimimus como en Parque Jurásico, me viene a la cabeza una oración que aprendí no sé dónde y no sé cuándo:

“Señor, Dios mío, en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro; lo poco y lo mucho; lo pequeño y lo grande; lo temporal y lo eterno”.

Acabo de buscarla en Google y resulta que me la sé mal, en otro orden, y ahora me va a ser imposible reaprenderla, pero la copio para que tú te la aprendas correctamente si quieres:

“Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno.”

Y resulta que la compuso San Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei. Y como yo de pequeña y de jovencita iba a un club de la Obra seguro que la escuché en alguna charla y se me quedó ahí almacenada en el disco duro.

Bueno, el caso es que a veces siento que la vida es un rodillo que me va a pasar por encima y me va a aplastar. ¿A ti no te ha pasado nunca?

Hay días en que a uno le hubiera gustado no levantarse de la cama porque pasan cosas imprevistas que nos descolocan, o las que tenemos entre manos se enredan de forma inverosímil y no sabemos cómo salir del berenjenal, si con una crisis de llanto o con un ataque de risa; o bien ocurre una desgracia o nos dan un disgusto o pasa cualquier cosa que nos hace sentir que el mundo se acaba.

En esas circunstancias podemos decir ¡ABANDONO!, ¡lo dejo!, ¡yo me largo!, ¡ahí os quedáis!, ¡que le den a todo el mundo, yo paso!, y otras lindezas por el estilo todas muy comprensibles y muy cargadas de deseos de librarnos del marrón.

Pero también podemos decir Señor, Dios mío: en tus manos ABANDONO
- Lo pasado, porque lo hecho hecho está y no lo puedo cambiar.
- Lo presente, porque está claro que se me ha ido de las manos.
- Lo futuro, porque visto lo visto, ¿de qué me sirve hacer planes, si luego el destino o la Providencia me salen por peteneras?
- Lo poco, porque aunque me crea que soy genial y puedo con todo, no es verdad; soy pequeña, limitada, HUMANA. Y no, no puedo con todo aunque tenga muy buenas disposiciones y mucho empeño en sacar adelante mis cosas y mis asuntos. Abandono en Dios “lo poco” porque “lo poco” soy yo. Y si estoy en sus manos estaré bien, más que bien.
- Lo mucho, porque en esos momentos de desbordamiento lo que me pasa es todo, es mucho, es enorme… y no puedo con ello. O eso me parece.
- Lo temporal, porque las cosas del mundo parece que son todas para ayer, que si no las arreglo ya mismo, será demasiado tarde y todo será mucho más grave o más difícil o más complicado.
- Lo eterno, porque yo no me manejo en esos términos y además me canso sólo de pensarlo.

Bueno, el caso es que este abandonarlo todo en Dios puede parecer un recurso de débiles y rajaos. Pero te aseguro que en mi caso no es eso.

Te aseguro que cuando rezo esta oración no estoy recitando unas frases aprendidas como una cacatúa amaestrada. Le estoy hablando a mi padre Dios desde el fondo del alma, desde lo más íntimo, en actitud de postración ante YO SOY, ante el Omnipotente (postración en el sentido de rendirse ante la majestad y el poder de Dios, no en el de aflicción o abatimiento).

Porque he hecho todo lo que estaba en mi mano y no lo he resuelto. Porque he puesto todos los medios a mi alcance y no se ha arreglado. Porque por más vueltas que le he dado al asunto, por más que me he dejado los cuernos, no he podido.

Porque he luchado, he peleado, me lo he currado, he hablado, he ido, he vuelto… pero no ha servido para nada. O eso me parece.

Y digo “o eso me parece” porque yo veo las cosas con ojos humanos, a ras de suelo. Y Dios las ve con ojos divinos, desde lo alto. Y por eso me parece gigantesco algo que a los ojos de Dios sólo es de tamaño normal. Como en “Cariño, he encogido a los niños.”

Ahora mismo, mientras escribo, hay diversos asuntos en mi vida sin rematar, sin resolver, enredando y que me provocan esas sensaciones y sentimientos que vengo describiendo.

Porque soy una persona normal con una vida normal, no exenta de complicaciones más o menos normales, como casi todo el mundo.

Bueno, pues yo he elegido la segunda opción. Pero estoy convencida de que no es mérito mío personal. Creo que Dios regala esa actitud a quien con sinceridad y rectitud, después de haber puesto todos los medios humanos, levanta los ojos a Él y le dice algo así como: “¡Eh, tú, que ya no sé qué más puedo hacer! O intervienes o esto se va al garete.  Esta situación requiere una acción sobrenatural porque ya he agotado todas las acciones humanas.”

Estoy convencida de que, igual que los evangelios muestran que Jesús no obraba milagros sin la fe previa del que los necesitaba, Dios no regala el don del abandono sin la experiencia previa de la absoluta necesidad de Él ante la propia limitación.

Y te digo más: una vez que se experimentan la necesidad y el abandono, llega la paz interior.

Eso no significa que no haya que seguir dando el callo, sino que aunque la situación se prolongue en el tiempo o siga siendo difícil, ya no me atenaza la angustia. Porque Dios, mi padre, está en ello. ¡Y qué bien sentirse como un niño en brazos de su papá!
 

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