Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Nuestra sociedad va aceptando con facilidad algunas prácticas indignas de las personas.

Sobre la dignidad cada persona

por Piedras vivas

Nuestra sociedad va aceptando con facilidad algunas prácticas indignas de las personas. Me refiero a las manipulaciones genéticas de embriones, los bebés a la carta y los vientres de alquiler, esto en el origen de la vida humana. Algo parecido ocurre al final de la vida como es la aceptación de la eutanasia. Suelen poner casos especialmente emotivos que abren una y otra vez debates apasionados con poca reflexión. Y dejaremos para otra ocasión el llamado tranhumanismo, ciborg, y otras quimeras sorprendentes.

 La aceptación social del aborto es uno de los signos de las sociedades desarrolladas. Aunque es verdad que las ideologías sin respeto por la vida humana encuentran más dificultades para implantarse, pues crece también el número y calidad de quienes defienden la vida humana con sólida reflexión con fundamentos científicos, jurídicos, y solidarios.  

 El reciente caso de la joven holandesa Noa supone otro paso más hacia esa aceptación social acrítica del suicidio -asistido y nada claro-, y otros que hemos tenido en España. Proliferan también los laboratorios de fecundación artificial especialmente en el entorno de parejas acomodadas. El evidente descenso de natalidad y los avisos de los profesionales no logran por ahora cambiar la dirección.

El fondo antropológico

 Una película de ciencia ficción titulada “La isla” (de M. Bay, Warner, en 2005) plantea el problema de la dignidad humana. Después de una guerra apocalíptica los supervivientes conviven en un aséptico lugar, donde todos visten igual y llevan una vida sana pero aburrida, siempre bajo control. Su única ilusión es participar en un concurso televisivo que premia a los ganadores con vivir en una isla paradisíaca, único lugar no contaminado del planeta. Pero… la realidad es muy distinta, porque esos afortunados son utilizados como donadores forzosos de órganos. Son clones producidos en laboratorio como cosas y despojados de su dignidad, simplemente un recambio que se desecha al cumplir su función. Una parábola, no tan distante de la realidad actual y de lo que le se viene encima a un sociedad tan ingenua y emborrachada de relativismo ontológico y ético.

 ¿Qué quiere decir la Biblia cuando afirma que el hombre y la mujer es imagen y semejanza de Dios? De entrada muestra que ambos son capaces de relacionarse libremente con Dios, de persona a persona, porque es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y la llama a compartir su vida de conocimiento y amor divinos. El cristianismo ha llevado a descubrir la noción de persona como un absoluto con dignidad propia, que no debe ser tratado como objeto porque siempre es sujeto, no es algo sino alguien, no es un medio sino fin en sí misma. 

 Casos a la vista de todos

 Muchos han aceptado ya la manipulación genética con fines eugenésicos o caprichosos, sin pensar en los embriones desechados y aún más esa dignidad de la concepción según la naturaleza del amor humano. Por ello una criatura de debe ser fabricada en el laboratorio, por mucho mimo que pongan en ello. Las clínicas y centros dedicados a este menester los tenemos en nuestro barrio muy cerca de los parques donde juegan los niños.

 El relativismo moral va minando la salud de la sociedad. Dicen algunos que todas las conductas son equivalentes, y que todas las opiniones son igualmente respetables. Pero eso va contra el sentido común y desvela sus propias contradicciones. En la realidad nadie actúa así, es decir, no le es indiferente que le digan la verdad o le mientan, que le sean fieles o le traicionen, que respeten sus propiedades o se apoderen de sus bienes, que una mujer esté embarazada o que no lo esté. Porque, en verdad, todas las personas son igualmente respetables desde el punto de vita ontológico, pero no desde el punto de vista moral. Por eso, hay tribunales para juzgar los delitos y cárceles para protegerse de los ladrones y asesinos.

 Las instituciones educativas promovidas con ideario cristiano -pero no con ideología reductiva- se esfuerzan contra viento y marea -a veces asfixiadas por los poderes públicos- por llevar a cabo una educación integral de los alumnos. Tienen la teología, la antropología y los medios para educar buenos cristianos y buenos ciudadanos. Ese ideario aceptado por muchos es el “humus” de la solidaridad y de las virtudes humanas necesarias para la convivencia, un estímulo para el orden social y un freno para las tentaciones de solucionar los problemas al margen de la ética. Es falaz la acusación de que la defensa de la vida en todas sus etapas es una cuestión de fe cuando es sencillamente una cuestión de humanidad.

 De todos modos, es preciso reconocer que en las últimas décadas del siglo pasado han fallado la catequesis, la clase de religión y la teología, en buena medida, pagando tributo a lo que llamaban “signos de los tiempos”, que no es otra cosa que rendirse al proceso de secularización y perder la identidad cristiana. También la Iglesia en conjunto tiene su cuota de responsabilidad en la mala educación y falta de coherencia de muchos adultos, que han dado malos ejemplos como católicos y como ciudadanos.

 Sin embargo, si nos referimos a la educación cristiana y más en concreto a la catequesis, la Iglesia ofrece hoy unos instrumentos espléndidos que son “Catecismo de la Iglesia Católica” y el “Compendio del Catecismo”, que invitan a reflexionar sobre Dios, el mundo, el hombre y la sociedad. Me parece que son el mejor antídoto contra el pensamiento débil que impide hablar con propiedad de la realidad y obstaculizan el diálogo sincero. Pienso que con esos documentos el hombre, creyente o no, puede recuperar el lenguaje normal, que llama a las cosas por su nombre, y así puede superar la pasividad, dejar la inseguridad y reconocer la genuina identidad cristiana, que tiene capacidad para transformar la sociedad desde dentro. No hay tiempos buenos y malos porque los tiempos somos nosotros, decía Agustín de Hipona. (Sermón 86,8).

 

 

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