Del asesinato de unos coptos en Egipto
por Luis Antequera
Una noticia ha conmocionado el mundo cristiano durante estos días del final de lo que en España damos en llamar oficiosamente “las navidades”, el período comprendido entre el 24 de diciembre y el 6 de enero. Trátase del asesinato de un número indeterminado de cristianos coptos –en unos medios he leído que cinco, en otros que ocho- en la ciudad egipcia de Nag Hammadi.
Descansen pues en paz nuestros correligionarios egipcios que tan maravilloso testimonio de fe y valor han dado.
La noticia me ha suscitado, sin embargo, muchísimos más comentarios que los estrictamente relacionados con el holocausto. Para empezar, lo que ha dado lugar al mismo, constituyéndose en la excusa de los criminales que lo han cometido: la violación real o imaginaria de una musulmana por un cristiano, la cual ha dado lugar a una vendetta tan injusta -¿qué tenían que ver los cristianos masacrados con el violador?- como desproporcionada. Todo lo cual me ha hecho pensar en aquellas escenas medievales donde un episodio trivial, cuando no directamente una historia inventada, proporcionaba, en aquel caso a los cristianos, la excusa ideal para entrar en las juderías a golpe de machete realizando matanzas incalificables. La técnica pues, continúa intacta, aplicándose exactamente igual que hace siete siglos ya.
En segundo lugar, la ciudad en la que se ha producido, Nag Hammadi, ciudad emblemática de la arqueología cristiana, en la que hace ya más de seis décadas se hizo el formidable descubrimiento de la más importante biblioteca de evangelios apócrifos hallada nunca, una biblioteca que por cierto, tanta información ha proporcionado sobre lo que constituyeron los primeros años de vida del cristianismo.
En tercer lugar, el evento que conmemoraban los nuevos mártires coptos,
Y en cuarto y último lugar, la propia existencia de los cristianos coptos, los cuales, por exóticos que puedan parecernos, se hallan entre las primeras comunidades cristianas de la historia. Una comunidad, la copta, cuya seña de identidad consiste en el hecho de haberse quedado sometida como tantas otras –en general, las que se dan en llamar iglesias orientales sui iuris, pero no sólo ellas- al más absoluto y heróico aislamiento, cuando a partir del s. VIII, se produjo la imparable expansión árabo-islámica que hurtó de la comunión cristiana a tantas comunidades aisladas en medio del dar-al-islam, o territorio en la que la ley que rige es la islámica.