Euskera con pronunciación eclesiástica
Cuando el latín era lengua más común en el mundo eclesiástico, se sabía que había entre el clero distintas pronunciaciones, bastantes distintas unas de ellas: la clásica de estilo ciceroniano; la española, que se usaba en casi todos los seminarios de nuestra tierra; la francesa, típica de los monjes solesmenses y otros; y la eclesiástica, usada en la curia romana y en Italia, entre otros lugares. El recuerdo de estas pronunciaciones da título a este artículo que versa sobre el euskera y el clero que lo usa.
No me ha sorprendido la reacción de una buena parte del clero donostiarra ante el nombramiento de Mons. Munilla para obispo de aquella diócesis. Algo similar ha pasado antes en otras diócesis en las que el clero que primero protestaba, con el tiempo ha aprendido a valorar a sus nuevos obispos, tras comprobar que no se comían a nadie sino que eran buenos ministros de Dios (en algunos casos, óptimos).
Cierto es que todo esto son criterios mundanos en los que no debería caer el clero, que cuando es ordenado promete obediencia y respeto al ordenante y a sus sucesores, pero incluso dentro de estos criterios poco espirituales, al clero de San Sebastián le pasará lo mismo que le ha pasado antes a otros cleros llenos de prejuicios que poco a poco han comprobado que la realidad derrumbaba los miedos iniciales. Quizás en este caso, como el clero es más viejo, le costará un poco más cambiar de opinión, pero poco a poco se convencerán. Y si Mons. Munilla consigue vocaciones jóvenes que traigan alguna novedad a la diócesis (cosa que Uriarte no consiguió, ignoro si lo intentó) entonces al final el clero anciano se lo agradecerá
Pero repito que no me ha sorprendido el caso de San Sebastián, y esto por mi experiencia con dicha diócesis, que aunque es breve y parcial, no deja de ser significativa: Visité San Sebastián por primera vez hace unos años por un motivo curioso. Los padres de un feligrés mío -que estoy a cientos de kilómetros de aquella tierra- que viven en el territorio de una parroquia de aquella diócesis, aunque no de la capital, celebraban 50 años de casados y quisieron invitar familiares y amigos dispersos por toda España para celebrarlo, con una Misa, naturalmente. El párroco se empeñó que dicha Misa tenía que ser en euskera y aunque ellos le pidieron con todo tipo de cortesías que si podía ser en castellano porque la mayoría de los invitados venía de fuera, no hubo nada que hacer, Por ello, desistieron y me llegó noticia del hecho por medio de mi feligrés. Yo me ofrecí a celebrar la Misa, que tuvo lugar en un convento de monjas de las afuera de Donostia y eso me dio ocasión de visitar aquella hermosísima ciudad.
Acompañado de mi feligrés visité San Sebastián, donde me sorprendió que se hablaba más castellano de lo que yo me esperaba (en mi ignorancia). Por curiosidad le pedí que me llevase por los barrios del centro con tabernas más radicales, llenas de ikurriñas, donde curiosamente prácticamente todo el mundo hablaba castellano. Y todos muy respetuosos, pues yo iba de cura, como suelo. Nadie me dirigió la palabra en euskera en los tres días que estuve, hasta que contacté el ambiente eclesiástico: En la catedral, como iban a cerrar, salió de la sacristía una señora (o monja de paisano, que también podía ser), que me echó una parrafada en euskera. Como yo le contesté, respetuosamente creo, en castellano, me volvió a hablar en euskera, y una tercera vez, y se dirigía a mi acompañante como diciendo "¿Quién es éste que no entiende euskera?
Tal mala educación catedralicia no pudo oscurecer la belleza de aquella ciudad y la simpatía de sus habitantes (que luego he podido confirmar en otros viajes), pero no dejó de llamarme la atención que -por lo que yo pude observar- el empecinamiento por el euskera era mayor en ambiente eclesiástico que fuera. Probablemente fue una apreciación falsa, pero con ella me quedé. El uso del esukera es sin duda un valor importante para la iglesia vasca, pero más importante deberían ser la sensibilidad pastoral (por lo de los 50 años de matrimonio) o la buena educación (por lo de la sacristana o asimilada catedralicia).
No me ha sorprendido la reacción de una buena parte del clero donostiarra ante el nombramiento de Mons. Munilla para obispo de aquella diócesis. Algo similar ha pasado antes en otras diócesis en las que el clero que primero protestaba, con el tiempo ha aprendido a valorar a sus nuevos obispos, tras comprobar que no se comían a nadie sino que eran buenos ministros de Dios (en algunos casos, óptimos).
Cierto es que todo esto son criterios mundanos en los que no debería caer el clero, que cuando es ordenado promete obediencia y respeto al ordenante y a sus sucesores, pero incluso dentro de estos criterios poco espirituales, al clero de San Sebastián le pasará lo mismo que le ha pasado antes a otros cleros llenos de prejuicios que poco a poco han comprobado que la realidad derrumbaba los miedos iniciales. Quizás en este caso, como el clero es más viejo, le costará un poco más cambiar de opinión, pero poco a poco se convencerán. Y si Mons. Munilla consigue vocaciones jóvenes que traigan alguna novedad a la diócesis (cosa que Uriarte no consiguió, ignoro si lo intentó) entonces al final el clero anciano se lo agradecerá
Pero repito que no me ha sorprendido el caso de San Sebastián, y esto por mi experiencia con dicha diócesis, que aunque es breve y parcial, no deja de ser significativa: Visité San Sebastián por primera vez hace unos años por un motivo curioso. Los padres de un feligrés mío -que estoy a cientos de kilómetros de aquella tierra- que viven en el territorio de una parroquia de aquella diócesis, aunque no de la capital, celebraban 50 años de casados y quisieron invitar familiares y amigos dispersos por toda España para celebrarlo, con una Misa, naturalmente. El párroco se empeñó que dicha Misa tenía que ser en euskera y aunque ellos le pidieron con todo tipo de cortesías que si podía ser en castellano porque la mayoría de los invitados venía de fuera, no hubo nada que hacer, Por ello, desistieron y me llegó noticia del hecho por medio de mi feligrés. Yo me ofrecí a celebrar la Misa, que tuvo lugar en un convento de monjas de las afuera de Donostia y eso me dio ocasión de visitar aquella hermosísima ciudad.
Acompañado de mi feligrés visité San Sebastián, donde me sorprendió que se hablaba más castellano de lo que yo me esperaba (en mi ignorancia). Por curiosidad le pedí que me llevase por los barrios del centro con tabernas más radicales, llenas de ikurriñas, donde curiosamente prácticamente todo el mundo hablaba castellano. Y todos muy respetuosos, pues yo iba de cura, como suelo. Nadie me dirigió la palabra en euskera en los tres días que estuve, hasta que contacté el ambiente eclesiástico: En la catedral, como iban a cerrar, salió de la sacristía una señora (o monja de paisano, que también podía ser), que me echó una parrafada en euskera. Como yo le contesté, respetuosamente creo, en castellano, me volvió a hablar en euskera, y una tercera vez, y se dirigía a mi acompañante como diciendo "¿Quién es éste que no entiende euskera?
Tal mala educación catedralicia no pudo oscurecer la belleza de aquella ciudad y la simpatía de sus habitantes (que luego he podido confirmar en otros viajes), pero no dejó de llamarme la atención que -por lo que yo pude observar- el empecinamiento por el euskera era mayor en ambiente eclesiástico que fuera. Probablemente fue una apreciación falsa, pero con ella me quedé. El uso del esukera es sin duda un valor importante para la iglesia vasca, pero más importante deberían ser la sensibilidad pastoral (por lo de los 50 años de matrimonio) o la buena educación (por lo de la sacristana o asimilada catedralicia).
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