Pronto veremos al buen Fray Leopoldo en los altares
Hablar de Fray Leopoldo de Alpandeire en Granada es como hablar de San Antonio en Padua, de San Francisco en Asís o de Sor Angela de la Cruz en Sevilla, esto es, hablar de alguien famiilar a todos, devotos y menos devotos, incluso me atrevería a decir que creyentes y ateos se enorgullecen de esta hermosa figura. Cuando yo era clérigo joven y fui a estudiar a Roma me escandalizaba ver como en Italia había gente que no creía en Dios pero sí en el "poverello di Assisi" o en "Papa Giovanni" (Juan XXIII); poco a poco fui comprendiendo que en el fondo el Señor se sirve de todo eso para atraer a los hombres hacia el bien. Algo parecido pasa en Granada con Fray Leopoldo.
Ha tenido un proceso de Canonización largísimo, hay que reconocerlo, empezó en el lejano 1961 y ha durado más de 45 años. Algún progre diría enseguida que esto de los procesos va más rápido cuanto más dinero se tiene, yo lo he oído decir muchas veces, incluso en boca de eclesiásticos (muy ignorantes, todo hay que decirlo). Tal desatino no es cierto, pues hay causas que van más rápidas que otras por diversos motivos y en el caso de Fray Leopoldo ha sido por cuestiones internas y externas que hicieron que el proceso estuviese parado muchos años.
Por fin, declarado Venerable en 2007, se abrió la puerta para el estudio del milagro que finalmente le llevará a los Altares el próximo 12 de septiembre, en su querida Granada. El milagro consistió en la curación de una mujer puertorriqueña (pero que ahora vive en la provincia de Madrid), la cual padecía un cáncer letal. La mujer había sido convenientemente tratada por los médicos, había recibido todo tipo de tratamientos en Puerto Rico y en Nueva York, y contaba con un completo expediente médico. El tipo de cáncer era uno de los más perniciosos, un ‘lupus’ y, tras el encomiable esfuerzo del equipo médico y de la propia paciente, el cáncer ganó la partida y esta mujer fue desahuciada. La muerte le estaba esperando a la vuelta de la esquina.
Pero ella no desistió. Esta mujer, moribunda, decidió pedir ayuda a Fray Leopoldo. Como no era de Granada, se trasladó en tren -los fuertes dolores hacían totalmente inviable un desplazamiento en coche-. Fue sometida a un tratamiento especial para el viaje, que consistía en un cóctel químico de medicinas combinado con un tratamiento para el dolor, que en esta etapa final de la enfermedad eran insufribles. La mujer viajó a Granada y llegó hasta la cripta de Fray Leopoldo de Alpandeire. A partir de este día, sin explicación médica alguna, la mujer empezó a sanar, sin que los médicos hayan podido encontrar alguna explicación a la curación. Así lo reconocieron por unanimidad en enero de este año los peritos médicos de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos.
No es el único milagro de Fray Leopoldo, en Granada se habla de muchos otros, con una devoción popular que nunca se ha apagado con los años, sino todo lo contrario. El 9 de cada mes, una gran afluencia de gentes de todas clases y condición visita su sepulcro, pidiendo o dando gracias al Padre por intercesión del humilde fraile.
Nacido en Alpandeire (Málaga), del matrimonio formado por Diego Márquez y Jerónima Sanchez , a los cinco días es bautizado y se le impone el nombre de Francisco Tomás de San Juan Bautista, pues nació el día del santo precursor, el 24 de Junio. Corría el año de 1864.
Su infancia, como la de cualquier niño de su época. Su familia es sencilla, trabaja el campo que no da demasiado, el pequeño pastorea algunas ovejas y cabras con las que se ayuda a la economía familiar; asiste a la escuela, aprender lo imprescindible: leer, escribir, "las cuatro reglas", nociones de geografía, de historia... poco más. Como miembro de una familia cristiana y religiosa es educado en el amor a Dios y al prójimo a ejemplo de Jesús, lo que vive profundamente y en sencillez de espíritu. Madurando el fruto de su vida escondido en la pequeñez de su cuerpo, -no fue alto Fray Leopoldo- , mientras se dejaba modelar por Dios. Realizó la prestación del servicio militar, en Málaga el año 1887.
En 1891, el 11 de septiembre, es confirmado, le administra el sacramento el que era entonces Obispo de Málaga, luego Arzobispo de Sevilla, el conocido como obispo de los pobres, D. Marcelo Spínola y Maestre, beatificado por Juan Pablo II el 29 de marzo de 1987. Otro santo, el Beato Diego José de Cádiz, el gran Misionero Capuchino, evangelizador incansable por pueblos y ciudades de España en la segunda mitad del siglo XVIII, será la ocasión de que Francisco Tomás sintiera la llamada de Dios a ser capuchino: En Mayo de 1895 la ciudad de Ronda celebra solemne triduo en honor del nuevo Beato, Fray Diego de Cádiz, muerto allí y allí enterrado. Predican dos religiosos capuchinos, asiste a estos culto Francisco Tomás, y durante esos días decide consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Tomó el hábito capuchino en el Convento de Sevilla el 16 de noviembre de 1899, cambiando el nombre de Francisco Tomás por el de Leopoldo, según usos de la Orden. Este cambio de nombre -comentaría él años adelante- le cayó "como un jarro de agua fría", ya que el nombre de Leopoldo no era corriente entre los miembros de la Orden; tal ver su maestro de novicios, P. Diego de Valencina, lo escogió por celebrarse su fiesta el 15 de noviembre.
Su amor a Dios, la oración, el trabajo y la penitencia marcarían ya su vida. La cruz y la pasión serían para él, a partir de ahora, objeto de meditación y de imitación. El 16 de noviembre de 1900 hizo su primera profesión; a partir de entonces vivió cortas temporadas, como hortelano, en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada. El 23 de noviembre de 1903 emite, en Granada, sus votos perpetuos.
El 21 de febrero de 1904 llegaría a Granada para quedarse definitivamente en ella. La ciudad de la Alhambra, sería el escenario de su vida durante más de medio siglo. Trabajó primero de hortelano en la huerta del Convento para ejercer después de sacristán y limosnero. Dos trabajos que unirían admirablemente la doble faceta de su vida: su dimensión contemplativa, su vida de oración, su vida íntima con Dios y su vida activa, su ir y venir por las calles y cuestas de Granada, su contacto con la gente, su diario quehacer de limosnero.
Pero lo que define y caracteriza prácticamente la vida de Fray Leopoldo es su oficio de limosnero. El, que se había hecho religioso para vivir alejado del "mundanal ruido", fue lanzado por la obediencia a librar la batalla decisiva de su vida, en medio de la calle, Lo que él mismo confirmaría años más tarde, con ocasión de las fiestas de sus Bodas de Oro de vida religiosa y al saber que la efeméride había salido en la prensa, exclamó: "Hermano, -confesó a un compañero- nos hacemos religiosos para servir a Dios en la oscuridad y ya ve, nos sacan hasta en los papeles". Fray Leopoldo, como otros santos capuchinos con marcada inclinación a la vida contemplativa, vivió constantemente en contacto con el pueblo, como limosnero.El contacto con los hombres, lejos de distraerlo o mundanizarlo, lo empujó a salir de sí mismo, a cargar sobre si el peso de los demás, a comprender, a ayudar, a servir, a amar.
Su figura se hizo popular en la ciudad de los cármenes, todos lo reconocían, las gentes y los chiquillos decían en la calle: "Mira, por allí viene Fray Nipordo", y corrían a su encuentro. Con los niños se paraba para explicarles algo de catecismo, con los mayores para hablar de sus problemas, angustias y preocupaciones. Fray Leopoldo había encontrado el modo de derramar sobre todos la bondad divina: rezaba tres Ave Marías, era su forma de enhebrar lo divino con lo humano. Y las gentes se alejaban de él transformadas, dispuestas a seguir su camino, pero con la tranquilidad y la seguridad que Fray Leopoldo les había devuelto, la de saber que Dios había tomado buena nota de sus preocupaciones. Y así día tras día, durante medio siglo, "con la vista en el suelo y el corazón en el cielo y la mano en el rosario" -como el mismo diría-, Fray Leopoldo recorrió Granada repartiendo la limosna del amor, elevando y sublimando la pesada monotonía de todos los días, dando colorido a los días grises, poniendo unidad y armonía en la fragilidad del ser humano, sobrenaturalizando y dignificando el quehacer diario.
Padeció algunas enfermedades y dolencias, que él se esforzaba en ocultar y disimular, especialmente una hernia que le causaba agudos dolores y muchas molestias en sus caminatas diarias de limosnero. Estos y otros sufrimientos, como grietas en los pies que sangraban abundantemente, le ayudaban a completar en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia.
Cierto día en que, como de costumbre, recogía la limosna de la caridad a sus 89 años, cayó al suelo rodando precipitadamente escaleras abajo desde un primer piso sufrió fractura de fémur. Fue ingresado en la Clínica de la Salud de Granada; afortunadamente y sin operación, los huesos le anudaron; regresó al convento y pudo caminar con la ayuda de dos bastones, pero ya no salió más a la calle. Así pudo entregarse totalmente a Dios que era el gran amor de su vida, Y embebido en Dios, pasó los tres últimos años de su existencia terrena, hasta irse poco a poco consumiendo "cual llama de amor viva".
Finalmente, la llama se extinguió. Con el encuentro de la hermana muerte, Fray Leopoldo, el humilde limosnero de las tres Ave Marías, se durmió en el Señor. Era el 9 dc febrero de 1956. Tenía 92 años. La noticia de su muerte corrió y conmovió a toda la ciudad de Granada. Un río humano acudió al convento de capuchinos, el pueblo y las autoridades, hasta los niños se acercaron a ver a su "Fray Nipordo", como ellos le llamaban, mientras se decían unos a otros: "Está muerto pero no da miedo". Su entierro fue multitudinario.
Toda Granada se alegra y la Iglesia se alegra con los granadinos. Ojalá la beatificación de Fray Leopoldo ayude a muchos a acercarse a Dios.