´Centenario de Fátima (12)
ÚLTIMA APARICIÓN
Entre la quinta y sexta aparición, Lucía y Jacinta pasaron unos días en casa de doña María del Carmen Menezes. Ante la afluencia y el fanatismo que mostraron algunos visitantes, les dijo . Contestaron: <>.
Próximo el 13 de octubre, algunos aconsejaron a la madre Lucía que se escondiese con su hija para evitar una venganza popular. La víspera madrugó María Rosa y le dijo a su hija:
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Durante el día 12 los caminos que conducía a Fátima estaban repletos que rezaba y cantaba. Hacía frío; todos querían un sitio mejor en la Cova. La gente venida de todo Portugal aumentaba constantemente. Los periódicos habían enviado a sus mejores redactores.
Llueve a cátaros durante toda la mañana. Cova de Iría, bajo esa masa humana, es un inmenso barrizal. Tanto los peregrinos como los curiosos están calados hasta los huesos. Los cálculos de la multitud varían entre las 50.000 u 100.000 personas. Lucía está especialmente contenta. Por primera vez, sus padres la acompañan. U madre quiere correr su misma suerte. Llegar a Cova de Iría fue una odisea. Hombres fuertes le abren paso; Jacinta, separada de su padre llora. Al acercarse a la encina, todos les abren paso con respeto. Sigue la lluvia. Jacinta se coloca entre los dos mayores para protegerla. Las niñas visten traje azul y mantilla blanca; de fiesta.
Se reza el Rosario con cánticos intercalados. En un momento dado, Lucía pide que se cierren los paraguas; la multitud obedece. Al mediodía, Lucía grita: <> Su madre le indica que mire bien para no engañarse. No la oye; ya está con la Señora.
“- ¿Quién sois y qué queréis de mí?
“- Quiero decirte que hagan aquí una Capilla en mi honor; que soy Nuestra Señora del Rosario; que continúen rezando el Rosario todos los días. La guerra va a terminar y los soldados volverán pronto a sus casas.
- Tenía que pedirle muchas cosas -continuó Lucía-, que cure a unos enfermos, que convierta a los pecadores, etc.
- A unos sí; a otros no. Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de sus pecados.
Tomando un aire más triste:
-¡Que no ofendan más Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido!
Separó las manos que se reflejaron el sol. La mirada de los niños se volvieron también hacia él. Los niños tenían conciencia de que era la última aparición.