Sábado, 23 de noviembre de 2024

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CONSERVAR REPARTIENDO

CONSERVAR REPARTIENDO

por Una fe con chispa

CONSERVAR REPARTIENDO

 Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo,
no procuran la transmisión de esos conocimientos.
—Miguel de Unamuno—

 

          Esopo, el famoso fabulista de la antigua Grecia (620-564 a.C.), nos cuenta la siguiente fábula: 

         Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró en la tierra en la base de una vieja pared, y todos los días iba a mirar el sitio. 

         Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar, y decidió averiguar qué pasaba. Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro, robándosela. 

         El avaro, a su siguiente visita, encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se lamentaba amargamente. 

         Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole: 

          —Da gracias de que el asunto no es tan grave. Ve y trae una piedra y colócala en el hueco. Imagínate entonces que el oro aún está allí. Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea oro, ya que de por sí no harías nunca ningún uso de él.

          Esto nos lleva espontáneamente a considerar el vicio capital de la avaricia, esa enfermedad del alma que aridece los buenos sentimientos, tergiversa los pensamientos y estrangula la vida misma. Sí, porque conjugar continuamente el verbo tener impide al avaro conocer la belleza y el frescor del verbo ser.

          Ignora el avaro que el mejor modo de conservar las riquezas ganadas es repartirlas, porque con las riquezas, materiales y espirituales, ocurre como con las aguas de un estanque: solo son útiles si sirven para regar los campos.

          La codicia nos repliega sobre nosotros mismos, convirtiéndonos en estanques cenagosos al cortar los puentes con los demás, y resecar los afectos.

          Cojo una frase del Dalai Dama: «Si un individuo posee la base espiritual necesaria, no se dejará vencer por la tentación tecnológica y la locura de poseer. Sabrá encontrar el justo equilibrio, sin pedir demasiado. El peligro constante es abrir la puerta a la codicia, uno de nuestros más encarnizados enemigos, y ahí reside el verdadero trabajo del espíritu».

          El antídoto, evidentemente, es el amor activo hacia el prójimo necesitado. Abrir las compuertas y repartir el agua en una red de canales para regar los campos, fecundarlos y transformarlos en prados productivos.

          Aparentemente es una contradicción dar para tener, pero es así; para germinar hace falta pudrirse, y la mejor forma de conserva y multiplicar lo bueno que tenemos, no es guardándolo, sino repartiéndolo.

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