Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Milagros del siglo XXI (3º): Los muchos prodigios de Juan Pablo II

por Alberto Royo Mejia

Han pasado pocos años desde el fallecimiento de Juan Pablo II y ya son muchos las curaciones extraordinarias que se le atribuyen. No son fruto de una histeria colectiva, sino casos concretos que viene avalados por testigos fidedignos y contados con objetividad y, sobre todo, con gran serenidad. La realidad es que Juan Pablo II se ha convertido en un gran intercesor y relatar todos los casos ocuparía demasiado lugar, por lo que solamente citaré algunos.

Empecemos por el primero y que más eco ha tenido en la prensa mundial: Marie-Simon-Pierre, una religiosa nacida en 1962, perteneciente a la congregación de las Hermanitas de las Maternidades Católicas, que trabaja actualmente en la maternidad de la Sainte Félicité, en el distrito número 15 de París, ha sido curada de parkinson por intercesión de Juan Pablo II. A Marie-Simon-Pierre le diagnosticaron los trastornos neurológicos propios de esa enfermedad en junio de 2001, una enfermedad que también padeció Juan Pablo II. A continuación, podrán leer el testimonio de la Hermana Marie Simon Pierre, traducido al castellano por el semanario Alfa y Omega:

"Estaba enferma de Parkinson. Me fue diagnosticado en junio de 2001. La enfermedad me había afectado toda la parte derecha del cuerpo, causándome una serie de dificultades. Después de tres años, de una fase inicial lentamente progresiva de la enfermedad, se agravaron los síntomas, se acentuaron los temblores, la rigidez, los dolores y el insomnio.

Desde el 2 de abril de 2005, comencé a empeorar de semana en semana, me debilitaba de día en día, no conseguía escribir -soy zurda- y, si intentaba hacerlo, lo que escribía era difícilmente legible. No conseguía conducir el coche, salvo en trayectos muy breves, porque mi pierna izquierda se bloqueaba a veces durante mucho rato y la rigidez no me permitía conducir. Para desarrollar mi trabajo en el ámbito hospitalario necesitaba además siempre mucho tiempo. Estaba totalmente exhausta. Después del diagnóstico, me era difícil ver a Juan Pablo II en televisión; pero me sentía muy cercana a él en la oración, y sabía que podía entender lo que yo vivía. Admiraba su fuerza y su coraje, que me estimulaban a no rendirme y a amar este sufrimiento. Sólo el amor habría dado sentido a todo ello. Era una lucha cotidiana, pero mi único deseo era vivirla en la fe, y de aceptar con amor la voluntad del Padre.

Era la Pascua de 2005, y deseaba ver a nuestro Santo Padre en televisión, porque en mi interior sabía que sería la última vez que iba a poder hacerlo. Durante toda la mañana me preparé para aquel encuentro (él me mostraba lo que yo sería al cabo de algunos años). Era muy duro para mí, que era tan joven... Pero un imprevisto no me permitió verlo. La tarde del 2 de abril de 2005, estaba reunida toda la comunidad para participar en la vigilia de oración en la plaza de San Pedro, transmitida en directo por la televisión francesa de la diócesis de París, cuando fue anunciada la muerte de Juan Pablo II se me vino el mundo encima. Había perdido al amigo que me entendía y que me daba la fuerza de seguir adelante.

Notaba en aquellos días la sensación de un gran vacío, pero sentía la certeza de su presencia viva. El 13 de mayo, fiesta de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Benedicto XVI anunció oficialmente el comienzo de la Causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios Juan Pablo II. A partir del 14 de mayo, las hermanas de todas las comunidades francesas y africanas de mi Congregación pidieron la intercesión de Juan Pablo II para mi curación. Rezaron incansablemente, hasta que llegó la noticia de la curación. Yo estaba de vacaciones en aquellos días. El 26 de mayo, concluido el tiempo de descanso, volví a la comunidad, totalmente exhausta a causa de la enfermedad. Si crees, verás la gloria de Dios: éste es el fragmento del evangelio de San Juan que me acompaña desde el 14 de mayo. Y el 1 de junio: ´¡No puedo más! Debo luchar para mantenerme en pie y andar´. El 2 de junio, por la tarde, fui a hablar con mi Superiora, para pedirle que me dispensara de toda actividad laboral. Me pidió que resistiese todavía un poco, hasta el regreso de Lourdes, en agosto, y añadió: ´Juan Pablo II no ha dicho todavía la última palabra´.

Luego, la Superiora me dio una estilográfica y me pidió que escribiera «Juan Pablo II». Eran las 17 horas. A duras penas, escribí «Juan Pablo II». Ante la caligrafía ilegible, permanecimos largo rato en silencio... Y la jornada prosiguió como de costumbre. Tras la oración de la tarde, a las 21 horas, pasé por mi oficina para volver después a mi habitación. Sentí el deseo de coger una estilográfica y escribir, como si alguien me dijera: ´Coge tu estilográfica y escribe…´. Eran las 21:30/45. La caligrafía era claramente legible, ¡sorprendente! Me tendí sobre la cama, estupefacta. Habían pasado exactamente dos meses desde el regreso de Juan Pablo II a la Casa del Padre... Me desperté a las 4:30, sorprendida de haber podido dormir. Me levanté de la cama. Mi cuerpo ya no estaba dolorido, había desaparecido la rigidez e interiormente ya no era la misma. Luego sentí una llamada interior y un fuerte impulso a caminar para ir a rezar ante el Santísimo Sacramento. Bajé a la capilla y permanecí en oración. Sentí una profunda paz y una sensación de bienestar, una experiencia demasiado grande, como un misterio, difícil de explicar con palabras.

Después, siempre ante el Santísimo Sacramento, medité los misterios de la luz, de Juan Pablo II. A las 6 de la mañana, salí para unirme a mis hermanas en la capilla, para un momento de oración, seguido de la celebración eucarística. Tenía que recorrer unos 50 metros y, en aquel instante, al caminar, me di cuenta de que mi brazo izquierdo se balanceaba, ya no estaba inmóvil a lo largo del cuerpo. Noté también una ligereza y una agilidad física desconocidas para mí desde hacía  mucho tiempo.

Durante la celebración eucarística, me sentí colmada de alegría y de paz. Era el 3 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Al salir de Misa, estaba segura de que estaba curada... ´Mi mano ya no tiembla. Me voy de nuevo a escribir´. A mediodía dejé de tomar las medicinas. El 7 de junio, como estaba previsto, fui al neurólogo que me atendía desde hacía 4 años. Se quedó sorprendido, también él, al constatar la imprevista desaparición de todos los síntomas de la enfermedad, a pesar de que había interrumpido el tratamiento cinco días antes de la visita. Al día siguiente, la Superiora General confió a todas nuestras comunidades la acción de gracias, y toda la Congregación inició una novena de gratitud a Juan Pablo II.

He interrumpido todo tipo de tratamiento. He reanudado el trabajo con normalidad, no tengo dificultad alguna para escribir, y conduzco incluso larguísimas distancias. Me parece haber renacido; es una vida nueva, porque nada es como antes. Hoy puedo decir que el amigo que dejó nuestra tierra está ahora muy cercano a mi corazón. Ha hecho crecer en mí el deseo de la adoración del Santísimo Sacramento y el amor por la Eucaristía, que tienen un lugar de privilegio en mi vida de cada día."

Se trata del caso más impresionante de curación atribuído al difunto Papa, según declaró hace unos días en Roma, Monseñor Slawomir Oder, encargado del proceso de canonización de quien se llamara Karol Wojtyla antes de ser elegido Santo Padre como Juan Pablo II en 1978. El testimonio conmovedor de esta religiosa podría constituir la prueba definitiva para la Beatificación del difunto Juan Pablo II. Pero no es el único.
 
El cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, secretario personal de Juan Pablo II durante más de 39 años, reveló la siguientente curación: se trata de un episodio ocurrido en 2009, unos días antes de la celebración del cuarto aniversario de su muerte. Un niño polaco de nueve años, de Danzica, enfermo de tumor, cáncer en el riñón, fue llevado en silla de ruedas porque no podía caminar´, relató.´Allí -agregó en declaraciones a la televisión italiana-, ante la tumba de Juan Pablo II, rezó y apenas salió de la Basílica de San Pedro dijo a los padres sorprendidos: yo quiero caminar, se alzó e inició a caminar´. El  arzobispo de Cracovia señaló haber sido testigo personal de ´tantas gracias´ a las cuales no quiso llamar milagros pero sí curaciones, sobre todo de enfermos de tumor.

En Cleveland (USA), lo acontecido no fue menos extraordinario. Jory Aebly, de 26 años, sufrió una "herida letal" en la cabeza. Mal pronóstico, decían todos los médicos que le atendieron. Pero hete aquí que, según la cadena de televisión ABC, fue tener en sus manos un rosario bendecido tiempo atrás por Juan Pablo II y comenzar a sanar inexplicablemente.

Más cerca, en Roma durante la segunda Misa de los "novendiales" (nueve días de Misas) en sufragio del Papa Wojtyla que se tuvo en la Basílica Vaticana el sábado 9 a las 17 horas el celebrante, entonces cardenal Arcipreste de la Patriarcal Basílica Vaticana Francesco Marchisano, afirmó haber sido curado cinco años atrás por el desaparecido Pontífice. “Había sido operado a las carótidas y por un error de los médicos la cuerda vocal derecha había quedado paralizada, obligándome a hablar casi imperceptiblemente. El Papa me acarició el lugar de la garganta donde había sido operado diciéndome que habría rezado por mí. Después de algún tiempo volví a hablar regularmente”, expresó el Cardenal Marchisano.

Todavía más cerca, en España, se le ha atribuído recientemente otra curación extraordinaria a Juan Pablo II, de la cual ya se hizo eco en su día Religión DIgital: Los protagonistas de esta historia son Ignacio, Concepción y su hijo Chema, familia de Cartagena que ha conseguido que su pequeño de cinco años, que padecía hidrocefalia de nacimiento y al que le fue diagnosticado el síndrome de Rasmussen, se haya curado sin explicación médica alguna.Los primeros síntomas de esta enfermedad rara e incurable hacen acto de presencia en el niño en marzo de este mismo año. Chema comienza a sentir convulsiones en el brazo izquierdo y sus padres, preocupados, lo llevan al hospital Virgen de la Arrixaca, en Murcia, para un control en profundidad. En este centro hospitalario el pequeño permanece unos días, pero los médicos le dan el alta.

Poco después, el niño empeora e ingresa de nuevo en los meses de abril y en mayo. Las convulsiones son tan fuertes que el 14 de mayo, todavía en la Arrixaca, le tienen que inducir el coma para pararlas. Así permanece durante seis días hasta que despierta, pero la crisis continúa y sus padres lo llevan a la Clínica Ruber de Madrid, para hacerle una resonancia donde se confirman las peores sospechas: padece el síndrome de Rasmussen, una enfermedad neurológica progresiva rara, caracterizada por encefalitis (inflamación del sistema nervioso central), epilepsia (enfermedad crónica nerviosa caracterizada por accesos de pérdida súbita del conocimiento, convulsiones y a veces coma) refractaria al tratamiento y cuya única solución es la cirugía para aislar la parte dañada y evitar que se propague. En el mejor de los casos, Chema quedará hemiparésico, es decir, con una parte del cuerpo paralizada.

El 7 de julio ingresa en el Hospital del Niño Jesús de Madrid, especializado en este tipo de intervenciones, donde permanece hasta finales de ese mes, con el 7 de septiembre como fecha fijada para la operación. Llegan las vacaciones. El pequeño sale del hospital en una silla de ruedas, porque ya no puede andar, pero repentinamente empieza a mejorar, las convulsiones desaparecen y se va recuperando poco a poco. Chema empieza a mover el brazo. Después, las piernas. Y más adelante, se levanta de la silla con normalidad.

De vuelta a Madrid, el 2 de septiembre el niño es sometido a una resonancia practicada por el mismo radiólogo que le hizo la primera. El doctor no detecta ninguna dolencia. Dos días después, tampoco se aprecian irregularidades en un encefalograma. Ya no hará falta la operación. Los médicos del Niño Jesús se lo confirman a los padres, al tiempo que reconocen que no se han equivocado de diagnóstico con su hijo. Eso sí, no tienen explicación médica de la curación. Pero Ignacio y Concepción lo tienen claro: saben bien lo qué ha pasado. Por separado y sin decírselo a nadie, ambos habían invocado el milagro de la curación de su hijo por la intercesión de Juan Pablo II.

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