Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Francisco y su madre

Francisco y su madre

por Canta y camina

Estoy sentada tranquilamente en mi silla de playa, tomando el sol de espaldas al paseo marítimo de este bonito pueblo coruñés: una pasarela de madera que deja bajo ella espacio suficiente para que se acomoden los veraneantes que prefieren sombra o para que mi hijo pequeño juegue con la pelota.
Me doy la vuelta para que el sol me dé de frente, así que quedo de espaldas al mar y a la Torre de Hércules. Veo justo frente a mí en la pasarela a un chaval de 17 ó 18 años, guapo, claramente con una lesión cerebral o neurológica porque sus movimientos son torpes y camina con dificultad.
Su madre camina de espaldas frente a él, a unos metros de distancia, dándole indicaciones de vez en cuando, con ese deje musical de las gentes de esta tierra: “Francisco, saca la mano de la barandilla, sin apoyarte.”
Me he quedado en shock, paralizada y atravesada de dolor. Porque Francisco es de la edad de mi hija mayor, porque es un chico muy guapo, porque sonríe a su madre mientras camina hacia ella con esfuerzo, porque ella le mira con muchas cosas en sus ojos: amor, orgullo, pena, esperanza... todos con apellido: amor infinito, orgullo grande, pena honda, esperanza invencible.
¡Qué fuerza la del amor de una madre!
Y a poca distancia de la mitad de la pasarela y de la escalera de 7 u 8 peldaños que baja a la arena dorada y suave de esta playa, frente a mí, se paran y ella le abraza, le limpia delicadamente la baba que le cae por la barbilla y le besa.
Francisco ladea la cabeza y le dice algo a su madre y están así un par de minutos. La madre le dice: “Ahora vamos otra vez hasta allí, agárrate a mí.” Y allá va Francisco con su bermudas negro a juego con la gorra, su camiseta del Manchester United y sus gafas de sol, la cara iluminada por una sonrisa, hacia su próxima meta.
Tengo el corazón deshilachado, los ojos arrasados de lágrimas que caen por debajo de las gafas de sol y me siento enormemente orgullosa ya gradecida hacia esa mujer desconocida, esa madre que sin saberlo, pasando 10 minutos tangencialmente por mi vida, me ha dado una lección inolvidable.
Todo esto lo escribo a vuelapluma, según voy viéndolo en tiempo real, con un ojo en ellos y otro en el cuaderno. Francisco me ha atrapado nada más verlo y necesito contarlo.
 

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