Perdonar las Injurias
La historia de la revelación bíblica es la historia de la revelación del Dios capaz de perdonar. “El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. (Ex 34, 6) “Porque tú, señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan”. (Sal 86, 5) Jesús nos propone un criterio clarito: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. (Mt 5, 43-45)
El perdón de los enemigos se encuentra de forma genérica en las diversas religiones. Lo que distingue a la fe cristiana es la presencia histórica de Jesucristo y sus actitudes. “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había su hora de pasar de esta mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1)
Desde el punto de vista humano, el perdón de los enemigos es la meta más exigente del Evangelio. Ya los escritores antiguos lo vieron así: “Quien no ama a quien lo odia, no es cristiano”. (Clemente) “Es ley fundamental” (Tertuliano) “La suprema esencia de la virtud” (San Juan Crisóstomo) No podemos realizarla con nuestras propias fuerzas. Él no solo nos dio ejemplo: “Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23, 34) Sino que nos dado fuerza para realizarlo; tenemos su mismos Espíritu: “Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. (Rom 5, 5)
Generalmente el perdón de los enemigos es un proceso. En este camino el Sacramento de la Penitencia es una fuerza fundamental. Nos permite experimentar, en carne propia, el perdón y la misericordia. Somos pecadores. Cada vez que nos acercamos al confesonario, con las debidas disposiciones, el amor de dios sobre nosotros se hace patente para perdonar y para actualizar la gracia bautismal que es gracia de perdón. Desde esta gracia, la Iglesia ha aprendido a pedir perdón por los pecados cometidos por sus hijos a lo largo de la historia.
La experiencia del Sacramento nos ayuda a perdonar como hemos sido perdonados. Dios no tiene memoria de lo confesado. Nuestra memoria de agravios va disminuyendo progresivamente.
Es importante saber perdonarnos a nosotros mismos. Disfrutemos del amor que dios nos tiene. El Señor nos rehace para que caminemos en vida nueva. Perdonar es una manera de ser feliz y de hacer felices a los demás.
El amor recibido en el Sacramento es incondicional. Así tiene que ser el nuestro. Esto no quita que, cuando haya habido una violación social de la justicia, se exija reparación. Pertenecen a ámbitos distintos.
Al perdonar valoramos a las personas. Una deficiencia supone un mal; no podemos valorar toda la persona por un hecho concreto. Nunca la persona es reducible al mal cometido.
Todos somos muy sensibles a la ofensa de los demás. Procuremos delicadeza con nuestras palabras, miradas, silencios, acciones.
Nuestro perdón elimina la enemistad y ayuda a vivir en paz.
“El Sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la de la infinita misericordia del Padre… Yo os digo que cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta”. Papa Francisco
El perdón de los enemigos se encuentra de forma genérica en las diversas religiones. Lo que distingue a la fe cristiana es la presencia histórica de Jesucristo y sus actitudes. “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había su hora de pasar de esta mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1)
Desde el punto de vista humano, el perdón de los enemigos es la meta más exigente del Evangelio. Ya los escritores antiguos lo vieron así: “Quien no ama a quien lo odia, no es cristiano”. (Clemente) “Es ley fundamental” (Tertuliano) “La suprema esencia de la virtud” (San Juan Crisóstomo) No podemos realizarla con nuestras propias fuerzas. Él no solo nos dio ejemplo: “Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23, 34) Sino que nos dado fuerza para realizarlo; tenemos su mismos Espíritu: “Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. (Rom 5, 5)
Generalmente el perdón de los enemigos es un proceso. En este camino el Sacramento de la Penitencia es una fuerza fundamental. Nos permite experimentar, en carne propia, el perdón y la misericordia. Somos pecadores. Cada vez que nos acercamos al confesonario, con las debidas disposiciones, el amor de dios sobre nosotros se hace patente para perdonar y para actualizar la gracia bautismal que es gracia de perdón. Desde esta gracia, la Iglesia ha aprendido a pedir perdón por los pecados cometidos por sus hijos a lo largo de la historia.
La experiencia del Sacramento nos ayuda a perdonar como hemos sido perdonados. Dios no tiene memoria de lo confesado. Nuestra memoria de agravios va disminuyendo progresivamente.
Es importante saber perdonarnos a nosotros mismos. Disfrutemos del amor que dios nos tiene. El Señor nos rehace para que caminemos en vida nueva. Perdonar es una manera de ser feliz y de hacer felices a los demás.
El amor recibido en el Sacramento es incondicional. Así tiene que ser el nuestro. Esto no quita que, cuando haya habido una violación social de la justicia, se exija reparación. Pertenecen a ámbitos distintos.
Al perdonar valoramos a las personas. Una deficiencia supone un mal; no podemos valorar toda la persona por un hecho concreto. Nunca la persona es reducible al mal cometido.
Todos somos muy sensibles a la ofensa de los demás. Procuremos delicadeza con nuestras palabras, miradas, silencios, acciones.
Nuestro perdón elimina la enemistad y ayuda a vivir en paz.
“El Sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la de la infinita misericordia del Padre… Yo os digo que cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta”. Papa Francisco
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