Corregir al que Yerra
Los clásicos tenían una frase que da la base para esta obra de misericordia: <>. Equivocarse es humano. Nos sitúa en una actitud de humildad para ser corregidos y desde la experiencia del error, poder corregir con sencillez a los demás.
En esta obra de misericordia no se corrige para recriminar una mala conducta y quedar vencedor ante un hermano. Corregimos para que el que yerra abra los ojos para ver la vida de otra manera y pueda seguir el camino confortado. No debemos corregir por sospechas o por intenciones inventadas sino por la conducta objetiva que hace mal al hermano que la realiza y a los demás. Los prejuicios podrían jugarnos una mala pasada.
Jesús nos dice: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro u otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano”. (Mt 18, 1516)
Estas palabras nos indican que hemos de cuidar mucho la convivencia. No hablemos mal de los demás. En lugar de hablar mal del otro, hemos de hablar con el otro. Es fácil exigir a la autoridad que se ocupe de estos hermanos cuando nosotros no nos atrevemos a dirigirnos a él personalmente. Tememos que el otro pueda decirnos: “Mira quién me ha venido a corregir”. Cuando callamos dejamos que el mal circule. Todos salimos perdiendo. Si hemos sido honrados en la corrección, dejemos que el otro sea responsable. Es propio de la misericordia, dejarle en paz.
Jesús nos invita a la corrección fraterna. Corrige a sus discípulos: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí”. (Mac 9,40) A Pedro: “Jesús se volvió y dijo a Pedro: ¡Ponte detrás de mí, Satanás!”. (Mt 16,23) A Santiago y Juan: “No sabéis lo que pedís”. (Mt 20,22) A Judas: “Jesús dijo: Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. (Jn 12,7-8)
El libro de los Proverbios nos dice: “Quien se deja instruir se encamina a la vida, quien rechaza la reprensión, se extravía”. (Prov 10,17)
La palabra de Dios nos corrige a todos. Corregirnos es mejor camino para corregir. Para corregir se necesita paciencia y valentía. Callar y hablar tienen su tiempo. Adelantar la corrección puede estropearla; retrasarla demasiado, puede hacerla inútil. Si nadie se atreve podemos hacernos cómplices de malas acciones. Es importante que la corrección sea a la cara, como nos ha dicho Jesús. Nunca en público, a la espalda o con anónimos. Siempre con amor y descubriendo lo bueno que existe en la otra persona. No dejemos de encomendar el asunto al Señor. Antes y después de la corrección.
La corrección no puede ser de cosas insignificantes, sino de defectos importantes que le perjudiquen a él y tengan repercusión sobre otras personas. Que la corrección no sea frecuente. Puede ahogar el camino emprendido; siempre difícil. Cuando la recibimos debemos ponernos en el lugar de quien nos la hace para recibirla con gratitud. Dispuestos a entablar un diálogo cuando haya aspectos o mal interpretados o posiblemente falsos. Es prudente consultar a una tercera persona que conozca los hechos. Así tomar una decisión con respecto a nosotros mismos y la posible petición de perdón a los hermanos ofendidos…
“No se puede corregir a una persona sin amor y caridad. Lo mismo que no se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia, porque el enfermo moriría de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y a aceptar la corrección. Llamarlo personalmente, con mansedumbre, con amor, y hablarles”. (Papa Francisco)
En esta obra de misericordia no se corrige para recriminar una mala conducta y quedar vencedor ante un hermano. Corregimos para que el que yerra abra los ojos para ver la vida de otra manera y pueda seguir el camino confortado. No debemos corregir por sospechas o por intenciones inventadas sino por la conducta objetiva que hace mal al hermano que la realiza y a los demás. Los prejuicios podrían jugarnos una mala pasada.
Jesús nos dice: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro u otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano”. (Mt 18, 1516)
Estas palabras nos indican que hemos de cuidar mucho la convivencia. No hablemos mal de los demás. En lugar de hablar mal del otro, hemos de hablar con el otro. Es fácil exigir a la autoridad que se ocupe de estos hermanos cuando nosotros no nos atrevemos a dirigirnos a él personalmente. Tememos que el otro pueda decirnos: “Mira quién me ha venido a corregir”. Cuando callamos dejamos que el mal circule. Todos salimos perdiendo. Si hemos sido honrados en la corrección, dejemos que el otro sea responsable. Es propio de la misericordia, dejarle en paz.
Jesús nos invita a la corrección fraterna. Corrige a sus discípulos: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí”. (Mac 9,40) A Pedro: “Jesús se volvió y dijo a Pedro: ¡Ponte detrás de mí, Satanás!”. (Mt 16,23) A Santiago y Juan: “No sabéis lo que pedís”. (Mt 20,22) A Judas: “Jesús dijo: Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. (Jn 12,7-8)
El libro de los Proverbios nos dice: “Quien se deja instruir se encamina a la vida, quien rechaza la reprensión, se extravía”. (Prov 10,17)
La palabra de Dios nos corrige a todos. Corregirnos es mejor camino para corregir. Para corregir se necesita paciencia y valentía. Callar y hablar tienen su tiempo. Adelantar la corrección puede estropearla; retrasarla demasiado, puede hacerla inútil. Si nadie se atreve podemos hacernos cómplices de malas acciones. Es importante que la corrección sea a la cara, como nos ha dicho Jesús. Nunca en público, a la espalda o con anónimos. Siempre con amor y descubriendo lo bueno que existe en la otra persona. No dejemos de encomendar el asunto al Señor. Antes y después de la corrección.
La corrección no puede ser de cosas insignificantes, sino de defectos importantes que le perjudiquen a él y tengan repercusión sobre otras personas. Que la corrección no sea frecuente. Puede ahogar el camino emprendido; siempre difícil. Cuando la recibimos debemos ponernos en el lugar de quien nos la hace para recibirla con gratitud. Dispuestos a entablar un diálogo cuando haya aspectos o mal interpretados o posiblemente falsos. Es prudente consultar a una tercera persona que conozca los hechos. Así tomar una decisión con respecto a nosotros mismos y la posible petición de perdón a los hermanos ofendidos…
“No se puede corregir a una persona sin amor y caridad. Lo mismo que no se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia, porque el enfermo moriría de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y a aceptar la corrección. Llamarlo personalmente, con mansedumbre, con amor, y hablarles”. (Papa Francisco)
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