Enterrar a los Muertos
Esta obra de misericordia no se encuentra en el capítulo 25 de San Mateo. Su inclusión se debió al libro de Tobías, 1, 17: “Procuraba pan al hambriento y ropa al desnudo. Si veía el cadáver de uno de mi raza abandonado fuera de la murallas de Nínive, lo enterraba”
Esto nos ayuda a descubrir y practicar otras obras de misericordia, materiales y espirituales que no están enumeradas entre las 14 conocidas.
En Israel ser privado de sepultura era considerado un mal horrible. Derramaron su sangre como agua en torno a Jerusalén y nadie la enterraba”. (Sl 79:3) Formaba parte del castigo de los impíos. “Será enterrado como un asno, será arrastrado y tirado fuera de las murallas de Jerusalén”. (Jr 22,19)
Esta obra de misericordia se realizó con Jesús en persona, cuando fue sepultado por Nicodemo y José de Arimatea. Del sepulcro, surgió la Resurrección y de su fuerza todos resucitaremos.
INCENERACIÓN- En el canon 1176 se indica la licitud de la inceneración, aun manteniendo la preferencia de la Iglesia por la inhumación. Por eso hay que acompañar religiosamente a estos hermanos, con igual afecto. Salvo que hayan manifestado motivaciones anticristianas. En cualquiera de los dos modos es afirmar la fe en la inmortalidad del yo humano o del alma; carente del cuerpo hasta la Resurrección de los muertos. Nuestra vida no acaba en el vacío. Enterramos a los difuntos en los cementerios. Vivimos en la certeza de que siguen viviendo y que nos reuniremos con ellos en cuerpo y alma. “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza”. (1ª Ts 4:3)
Todas las culturas han dejado huella del culto a los muertos. Pirámides, sepulturas, estelas funerarias, cementerios… El culto a los muertos sugiere que los paganos se imaginaban una vida semejante a la nuestra. Les dejaban ajuar, vestidos, alimentos…
Hoy estamos viviendo circunstancias contradictorias. Mientras que acontecimientos insignificantes son puestos en primer plano por los medios de comunicación, las realidades más ciertas y que a todos nos afectas, son ignoradas. Una de ellas es la enfermedad y la muerte. Existen demasiados entierros anónimos. Dedicar a los difuntos un tiempo para despedirlos, para recordarlos y orar por ellos, refleja nuestro grado de humanidad y de fe. Enterrar a los muertos implica organizar con sencillez el entierro, participar en la celebración litúrgica y atender a los familiares en estos momentos no fáciles. También tenemos que orar por ellos.
Un amigo obispo, cuando nos encontramos me suele saludad con estas palabras: “Menos flores y más misas”. Me lo escuchó repetidamente en Radio María. Lo proclamo siempre en el día de los fieles difuntos. Es bueno un recuerdo con flores en la tumba. Pero esto aprovecha poco al difunto. En cabio la celebración de una Misa es sumamente provechosa. La iglesia en todas las Eucaristías recuerda alos hermanos difuntos. Así nos sentimos en comunión con los hermanos que nos han precedido. Celebrar la Eucaristía por nuestros hermanos difuntos es afirmar una verdad de nuestra fe: El Purgatorio.
“El Evangelio cambia la vida. La puerta oscura del tiempo del futuro, ha sido abierta, de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva. Enterrar a los muertos no es solo una obra de misericordia para los que se ido, sino también para los que nos quedamos. Esa confesión proclama que poseemos un futuro: solo cuando el futuro es cierto, como realidad positiva, se hace llevadero también el presente”. (Papa Benedicto XVI)
“Que nos ayude, Ella, Puerta del cielo, a comprender cada vez más, el verdadero valor de las oraciones por los difuntos. Sostenga nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayude a no perder de vista el objetivo final de la vida que es el Paraíso”. (Papa Francisco
Esto nos ayuda a descubrir y practicar otras obras de misericordia, materiales y espirituales que no están enumeradas entre las 14 conocidas.
En Israel ser privado de sepultura era considerado un mal horrible. Derramaron su sangre como agua en torno a Jerusalén y nadie la enterraba”. (Sl 79:3) Formaba parte del castigo de los impíos. “Será enterrado como un asno, será arrastrado y tirado fuera de las murallas de Jerusalén”. (Jr 22,19)
Esta obra de misericordia se realizó con Jesús en persona, cuando fue sepultado por Nicodemo y José de Arimatea. Del sepulcro, surgió la Resurrección y de su fuerza todos resucitaremos.
INCENERACIÓN- En el canon 1176 se indica la licitud de la inceneración, aun manteniendo la preferencia de la Iglesia por la inhumación. Por eso hay que acompañar religiosamente a estos hermanos, con igual afecto. Salvo que hayan manifestado motivaciones anticristianas. En cualquiera de los dos modos es afirmar la fe en la inmortalidad del yo humano o del alma; carente del cuerpo hasta la Resurrección de los muertos. Nuestra vida no acaba en el vacío. Enterramos a los difuntos en los cementerios. Vivimos en la certeza de que siguen viviendo y que nos reuniremos con ellos en cuerpo y alma. “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza”. (1ª Ts 4:3)
Todas las culturas han dejado huella del culto a los muertos. Pirámides, sepulturas, estelas funerarias, cementerios… El culto a los muertos sugiere que los paganos se imaginaban una vida semejante a la nuestra. Les dejaban ajuar, vestidos, alimentos…
Hoy estamos viviendo circunstancias contradictorias. Mientras que acontecimientos insignificantes son puestos en primer plano por los medios de comunicación, las realidades más ciertas y que a todos nos afectas, son ignoradas. Una de ellas es la enfermedad y la muerte. Existen demasiados entierros anónimos. Dedicar a los difuntos un tiempo para despedirlos, para recordarlos y orar por ellos, refleja nuestro grado de humanidad y de fe. Enterrar a los muertos implica organizar con sencillez el entierro, participar en la celebración litúrgica y atender a los familiares en estos momentos no fáciles. También tenemos que orar por ellos.
Un amigo obispo, cuando nos encontramos me suele saludad con estas palabras: “Menos flores y más misas”. Me lo escuchó repetidamente en Radio María. Lo proclamo siempre en el día de los fieles difuntos. Es bueno un recuerdo con flores en la tumba. Pero esto aprovecha poco al difunto. En cabio la celebración de una Misa es sumamente provechosa. La iglesia en todas las Eucaristías recuerda alos hermanos difuntos. Así nos sentimos en comunión con los hermanos que nos han precedido. Celebrar la Eucaristía por nuestros hermanos difuntos es afirmar una verdad de nuestra fe: El Purgatorio.
“El Evangelio cambia la vida. La puerta oscura del tiempo del futuro, ha sido abierta, de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva. Enterrar a los muertos no es solo una obra de misericordia para los que se ido, sino también para los que nos quedamos. Esa confesión proclama que poseemos un futuro: solo cuando el futuro es cierto, como realidad positiva, se hace llevadero también el presente”. (Papa Benedicto XVI)
“Que nos ayude, Ella, Puerta del cielo, a comprender cada vez más, el verdadero valor de las oraciones por los difuntos. Sostenga nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayude a no perder de vista el objetivo final de la vida que es el Paraíso”. (Papa Francisco
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