Presencia de Dios
por Canta y camina
(Antes de empezar quiero dar las gracias a todas las personas que han rezado por mí desde hace 2 semanas, pues he encontrado trabajo.)
No sé a ti pero a mí a veces, cuando estoy muy cansada o agobiada por algo o distraída por las mil cosas que tengo en la cabeza me resulta difícil mantener la presencia de Dios todo el tiempo, tenerle presente continuamente, no olvidarme de Él, de que está ahí a mi lado, en mi interior, que todo lo ve, que todo lo oye, que se entera hasta de mis pensamientos más secretos. No en plan “gran hermano” sino porque es mi Padre y es su deber estar pendiente de mí y como además es Dios omnipotente, eterno y todo lo demás, va en su naturaleza el saberlo todo de todos todo el tiempo.
Como te decía, a veces me resulta difícil y no me doy cuenta de que la he perdido –la presencia de Dios- hasta que la he perdido. Me pasa como con las llaves o el teléfono o el tabaco, que cuando voy a cogerlos de su sitio me doy cuenta de que no están allí y me desconcierto. ¿Te suena?
Necesito trucos para mantenerla a lo largo del día, ¡no digamos ya a lo largo de la semana! Y no me humilla tener que apoyarme en esas “muletas”. Por ejemplo, cuando suena el despertador por la mañana en vez de soltar un exabrupto lo que hago es dar los buenos días a Dios y darle gracias por vivir un día más. Cuando empiezo así el día siento que Dios me acompaña y me acuerdo de rezar por los demás. Esto no me sale así por generación espontánea, es fruto de un entrenamiento continuo de mucho tiempo y de la ayuda de mi ángel custodio, que tiene mucha paciencia conmigo.
Otro truco que empleo es rezar el “Ángel de mi guarda” cuando salgo de casa, mientras espero el ascensor. Parece una bobada, una niñería, pero no lo es; es un acto de humildad al reconocerme vulnerable y pequeña y un acto de fe en la existencia de los ángeles y en su actuación en el mundo.
Cuando salgo sola a la calle me enchufo el MP3 con el rosario rezado por San Juan Pablo II, esto ya lo sabéis mis lectores porque lo he contado antes. Desde mi portal hasta el Metro son 3 misterios, y hasta el andén los 5. Esto me ayuda a acordarme de que la Virgen es mi Madre y la de todos y que le encanta atendernos, cuidarnos y que le pidamos lo que necesitamos.
Un día que iba precisamente camino del Metro descubrí en un balcón una imagen de la Virgen con el Niño Jesús y me dio mucha alegría. Ahora están incorporados a mi “ruta de la presencia de Dios” y cada vez que paso por debajo del balcón le digo un piropo a Mamá María.
Estas cosas pequeñas son como la barandilla de una escalera o de un puente a las que me agarro para no caerme, porque mi vida puede llegar a ser muy movidita y hacerme perder el equilibrio. Me ayudan a acordarme de Dios, de la Virgen, de mi ángel de la guarda, de los santos, de las personas que me han pedido que rece por ellas o por algo que les preocupa.
Me resulta natural meter la mano en el bolsillo para tocar mi crucifijo, buscar con la mirada la Virgen con el Niño que preside la librería de mi cuarto de estar para tirarle un beso o alargar la mano en la oscuridad para coger el frasquito de agua bendita de la mesilla y santiguarme cuando me voy a dormir o cuando me despierta una pesadilla. Igual de natural que darme cuenta de que estoy pensando mal de alguien o diciendo palabrotas por dentro –o por fuera- porque estoy muy enfadada.
No me sorprende ni lo uno ni lo otro. Como soy muy normal y corriente me enfado a veces y puedo jurar en arameo y dar portazos como el que más. Pero como llevo mucho tiempo ejercitándome en estos truquillos se me van los ojos solos al cuadro de la Virgen de mi cuarto y a la fuerza tengo que dejar de soltar sapos y culebras por la boca y decirle algo bonito a Ella. Reconozco que cuando me pasa esto de enfadarme lo primero que me sale no es una jaculatoria precisamente, sino más bien un “¡Déjame en paz!, ¿no ves que estoy enfadada?”. Pero ya está hecho, ya he recuperado la presencia de Dios aunque en ese momento no me apetezca.
No sé cómo he llegado a esto pero es un convencimiento absoluto, estas herramientas ya son parte de mí, como una segunda piel o como la sangre que circula por mis venas. Aunque quisiera olvidarlas no podría, tendría que formatearme entera. Son para mí recordatorios del Cielo, de la trascendencia, de que esto –mi vida, el mundo en el que vivo, el tiempo del que dispongo- es todo temporal, es todo un medio para llegar al Cielo, un vehículo en el que subirme para llegar antes o para descansar de la caminata.
Cuando oí hablar de esto por primera vez en el colegio me pareció una exageración eso de la presencia de Dios y muy complicado además. Yo vivía muy tranquila sin acordarme de Dios todo el rato, sin saludar a la Virgen ni a los ángeles de la guarda de las personas con las que me cruzaba y sin ofrecer mis horas de estudio por nadie en particular. Veía imposible incorporar a mi vida “eso”. Pero ocurrió y ahora lo que me parece imposible es no hacerlo.
Es como aprender a andar. O a escribir o a leer. ¡O aprender un idioma! Los primeros días nos parece una meta inalcanzable pero poco a poco vamos avanzando y perseverando, asimilando e incorporando a nuestra vida esas costumbres, y llega un día en el que nos salen solas.
Estos recordatorios de la presencia de Dios son como las señales de tráfico de la autopista que va al Cielo. ¡No pienso saltarme ni una!