Jueves, 26 de diciembre de 2024

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«Este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado».

Reflexión Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

por La alegría de la Buena Noticia

Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-32):

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Queridos hermanos:

Estamos ante el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. La primera Palabra del Domingo es del Éxodo y nos habla sobre los ídolos. El becerro de metal es el dinero, y hacemos de él nuestro dios. ¿Qué sucede a nuestro alrededor? Pretendemos que el ídolo dinero una Europa y América, una a las comunidades autónomas. El dinero, hermanos, no nos da la comunión. Por eso el Señor dice: se han pervertido. Nos estamos pervirtiendo, hemos pervertido nuestra nación y hemos hecho una aberración, hemos vomitado a Dios, a Jesucristo. Pero el Señor hace una promesa y le dice a Moisés: de ti hare un gran pueblo… multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo y toda esta tierra que te he hablado se la daré a vuestra descendencia. Hermanos, Dios en su infinita misericordia ha pensado un plan de salvación y nos llama constantemente a vivir en su amor. ¿No podemos cambiar nosotros? Renunciemos a nuestra perversión por el dinero y se dará en nosotros un corazón misericordioso. Por eso respondemos con el Salmo 50 que dice: Me levantaré y me pondré en camino hacia mi padre; y expresa la misericordia de Dios que experimenta el salmista.

Y de esta experiencia de amor y misericordia, hermanos, es testigo san Pablo. Dice la segunda Palabra del apóstol San Pablo a Timoteo: “El Señor se fio de mí”. San Pablo, un perseguidor de cristianos, se encontró con Jesucristo y se convirtió. También nosotros matamos al que nos dice la verdad, por eso el Señor tiene paciencia. Acudamos a esta paciencia y convirtámonos al único que tiene poder para salvarnos.

El Evangelio que es de San Lucas. Este Evangelio, que en la Iglesia se llama, las parábolas de la misericordia, es el punto culminante del anuncio del Evangelio en Lucas, porque la interpretación cristológica es que ya el pecado de Adán ha convertido a la humanidad en la oveja perdida, que camina sin rumbo lejos de Dios y necesita un pastor bueno que le conduzca al Padre, y ese es Jesús de Nazaret.

La parábola del hijo pródigo nos muestra esta paciencia y misericordia de Dios. Nosotros, hijos pródigos, despilfarramos los dones de Dios en los placeres, y hambrientos comemos las algarrobas que comen los cerdos. Los cerdos para el pueblo de Israel es un animal impuro, porque come de todo, puede comer hasta personas, vayan a Israel y verán que no encuentran ningún cerdo, ni los árabes comen cerdo. Hermanos, estamos muriendo de hambre porque estamos comiendo alimentos impuros, nos estamos alimentando del mundo, del demonio y de la carne; y hoy hermanos, el Señor nos invita a decir como el hijo pródigo:  “Me levantaré y me pondré en camino en dónde está mi padre y le diré: he pecado contra el cielo y contra ti, trátame como uno de estos jornaleros”. Y seremos testigos, hermanos, de la conmoción entrañable de nuestro Padre. ¿Por qué? Porque las entrañas del Padre son de misericordia. Fijaros que el padre en la parábola indica a los criados: sacad enseguida la mejor túnica. Esto es la iniciación cristiana, la vestidura la túnica, ponerle un anillo, las sandalias. Y celebremos un banquete, es decir la Eucaristía, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.

Sin embargo, hermanos, aquí hay un escándalo: el hijo mayor. También nosotros podemos ser este hermano, y hoy esta parábola denuncia la hipocresía, el fariseísmo, este hermano mayor que tenemos dentro del corazón. Tenemos al hijo mayor y al hijo menor dentro del corazón. Sólo la fe puede transformar el egoísmo en alegría y restablecer las relaciones justas con el prójimo y con Dios. Convenía celebrar esta fiesta y alegrarse, este hombre, este hermano mayor que está en la Iglesia no se da cuenta que todo es suyo, no ha experimentado la misericordia de Dios estando en la casa paterna. Por eso Dios nos ama, Él nunca se cansa de salir a nuestro encuentro, como lo ha hecho con este hermano, con este hijo pródigo.

Hermanos Dios nos está buscando, quiere convertirnos, quiere que se de en nosotros el hombre nuevo que es fruto de la misericordia.

Que esta misericordia de Dios ablande nuestro corazón pervertido y cerrado, y se dé en nosotros este hombre nuevo, que lo da la experiencia del itinerario del bautismo.

Con mi bendición.

+ Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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