Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La inquietud de San Agustín y la alegría de San Felipe Neri en la catequesis del Papa Francisco

El Papa Francisco saluda unos niños en la Plaza de San Pedro en su catequesis sobre Frutos del Espíritu
El Papa Francisco saluda unos niños en la Plaza de San Pedro en su catequesis sobre Frutos del Espíritu

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El Papa Francisco está dedicando un ciclo de catequesis cada miércoles a los frutos del Espíritu Santo (amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y fidelidad, mansedumbre y templanza) y este miércoles se ha centrado en la alegría.

La alegría evangélica, dijo, es contagiosa. Había alegría en la Plaza de San Pedro, por donde pasó el jeep blanco del Pontífice saludando niños, llevando algunos en el vehículo. También alborotaban unos cien chavales de 12 años del Colegio Saint Michel des Batignolles de París, que se preparan para la Confirmación. "¡Un poco de alboroto hace bien!", dijo el Pontífice.

El Papa avanzó, como novedad, que a partir del próximo miércoles (ya en Adviento y empezando un nuevo año litúrgico) los saludos en distintos idiomas de las audiencias incluirán también el idioma chino.

En los frutos colaboran Dios y el hombre

Los frutos del Espíritu, recordó, son el resultado de una colaboración entre la gracia de Dios y la acción de cada hombre, incluye la creatividad de la persona. No todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas o evangelistas (carismas que Dios da) pero todos pueden crecer en caridad, paciencia, humildad, alegría, etc... (frutos que se trabajan).

En un mundo de aburrimiento cada vez más generalizado y estilos de vida acelerados, la alegría verdadera no se desgasta sino que se multiplica al compartirla con los demás.

Sa Agustín señala el camino cuando habla de que el corazón está inquieto y solo puede descansar en Dios. La persona inquieta busca a Dios, con su alegría y paz.

El Papa mencionó también a San Felipe Neri, a menudo llamado "el santo de la alegría", que animaba a los jóvenes a vivir sin melancolías y que todo lo perdonaba. "Dios perdona todo, perdona siempre, y esto es alegría", dijo el Papa.

Y recordó la exhortación bíblica de San Pablo: "Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres".

La palabra «Evangelio» significa buena noticia, recordó el Pontífice. "Por eso no puede comunicarse con caras largas y semblante sombrío, sino con la alegría de quien ha encontrado el tesoro escondido y la perla preciosa", insistió.

Orar por Ucrania y por Tierra Santa

Al término de la Audiencia General, durante el saludo a los peregrinos, el Papa Francisco se dirigió a los más pequeños para invitarles a rezar por los niños de Ucrania que sufren a causa de la guerra, "sin calefacción, en un invierno muy duro; recen por ellos". 

El Santo Padre también dirigió su mirada a la situación en Tierra Santa, y pidió que se haga la paz. “Oremos por la paz”, exhortó antes de impartir su bendición.

***

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber hablado de la gracia santificante y de los carismas, quisiera detenerme hoy en una tercera realidad vinculada a la acción del Espíritu Santo: los “frutos del Espíritu”. una cosa extraña…¿qué son los frutos del espíritu?San Pablo ofrece una lista de éstos en su Carta a los Gálatas. Escribe así, estar atentos: “el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia” (5,22). Estos son los frutos del Espíritu, pero ¿qué son?

A diferencia de los carismas, que el Espíritu concede a quien quiere y cuando quiere para el bien de la Iglesia, los frutos del Espíritu, repito: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia son el resultado de una colaboración entre la gracia y la libertad. Estos frutos expresan siempre la creatividad de la persona, en la que “la fe obra por medio de la caridad” (Gal 5,6), a veces de forma sorprendente y llena de alegría. No todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas; pero todos indistintamente pueden y deben ser caritativos, pacientes, humildes, constructores de paz, etcétera. Todos nosotros debemos ser ser caritativos, pacientes, humildes, constructores de paz y no de guerras.

Entre los frutos del Espíritu indicados por el Apóstol, me gustaría destacar uno de ellos, recordando las palabras iniciales de la exhortación apostólica Evangelii gaudium: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. (n. 1). A veces serán momentos tristes, pero siempre está la paz. Con Jesús está la alegría y la paz.

La alegría, fruto del Espíritu, tiene en común con cualquier otra alegría humana un cierto sentimiento de plenitud y satisfacción, que hace desear que dure para siempre. Sin embargo, sabemos por experiencia que eso no ocurre, porque todo aquí abajo pasa rápidamente, pensemos juntos: la juventud, la salud, la fuerza, el bienestar, las amistades, el amor... duran 100 años, pero no más.

Por otra parte, aunque estas cosas no pasaran rápidamente, después de un tiempo ya no son suficientes, o incluso se vuelven aburridas, porque, como dijo San Agustín a Dios: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Está la inquietud del corazón, para buscar la belleza, la paz, el amor, la alegría.

La alegría evangélica, a diferencia de cualquier otra alegría, puede renovarse cada día y volverse contagiosa. “Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. [...] Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” (Evangelii gaudium, 8).

Esta es la doble característica de la alegría que es fruto del Espíritu: no sólo no está sujeta al inevitable desgaste del tiempo, ¡sino que se multiplica al compartirla con los demás! Una verdadera alegría se comparte con los demás, se contagia.

Hace cinco siglos, vivía en Roma un santo llamado Felipe Neri. Él pasó a la historia como el santo de la alegría. Escuchad bien esto, el santo de la alegría. A los niños pobres y abandonados de su Oratorio les decía: “Hijos, estén alegres; no quiero escrúpulos ni melancolía; me basta con que no pequen”. Y todavía: “¡Sean buenos, si pueden!”.

Menos conocida es, sin embargo, la fuente de la que procedía su alegría. San Felipe Neri sentía un amor tal por Dios que a veces parecía que el corazón le iba a estallar en el pecho. Su alegría era, en el sentido más pleno, un fruto del Espíritu.

El santo participó en el Jubileo de 1575, que enriqueció con la práctica, mantenida posteriormente, de visitar las Siete Iglesias. Fue, en su época, un verdadero evangelizador a través de la alegría. Y tenía esto, propio de Jesús, que perdonaba siempre, perdonaba mucho. Quizá alguno de nosotros puede pensar “yo he hecho este pecado, no tendrá perdón”. Escuchad bien esto: Dios perdona todo, Dios perdona siempre. Y esta es la alegría, ser perdonados por Dios. A los sacerdotes, a los confesores, siempre les digo: perdonad todo, no mandéis demasiado. Perdonad todo y siempre.

La palabra “evangelio” significa buena nueva. Por tanto, no se puede comunicar con caras largas y rostro sombrío, sino con la alegría de quien encontró el tesoro escondido y la perla preciosa.

Recordemos la exhortación que San Pablo dirigió a los creyentes de la Iglesia de Filipos, y que ahora nos dirige a nosotros: “Estén siempre alegres en el Señor, les repito estén alegres, y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca” (Fil 4,4-5). Queridos hermanos y hermanas, estén alegres, con la alegría de Jesús en nuestro corazón.

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