La dictadura de los liturgistas progres
Cuando estudié en el seminario en los años 80, invariablemente al tratar el tema de la liturgia se nos decía que la liturgia anterior al concilio Vaticano II había caído en un rubricismo insoportable que prácticamente ahogaba el espíritu y que le quitaba todo tipo de libertad y creatividad al celebrante. Sin duda no faltaba algo de verdad en este tipo de afirmaciones, que reconocen hasta los buenos liturgistas, los que aprecian la liturgia anterior y saben que precisamente los esfuerzos de los papas Pío XII y Juan XXIII estuvieron encaminados a moderar dicho rubricismo y enriquecer la liturgia. De hecho, la mayoría de los padres conciliares y expertos en el tema pensaron que eses sería el fin de la reforma conciliar, esto es, reformar aquella liturgia y no el cambiarla totalmente hasta hacerla irreconocible en los nuevos ritos.
De abusos litúrgicos que harían ponerse de color escarlata al propio Mons. Bugnini, que en gloria esté, podría hablar mucho también, pero ese tampoco es el tema de este artículo. Aún así, no resisto a al tentación de contar uno que a mí, joven seminarista, me dejo muy escandalizado: Se trató de una vez que un pariente mío fue a Misa de domingo a la capilla de un colegio mayor universitario de Madrid y el sacerdote obligó a todos los presentes a pasarse
Hoy los tiempos han cambiado y se lo debemos agradecer al papa Juan Pablo II y, sobre todo, a Benedicto XVI. Juan Pablo II nos dio el ejemplo de su celebrar pausado y devoto, profundamente reverente, que sin duda hizo mella en muchos jóvenes sacerdotes, como fue mi caso. Pero como buen polaco, no era un gran liturgista y dejaba hacer a sus ceremonieros, que a veces le ponían ornamentos de pésimo gusto y le preparaban ceremonias que el pobre hombre, ya enfermo, soportaba a duras penas. A Benedicto XVI especialmente hay que agradecerle el haberse cargado de un plumazo lo que yo llamo la “dictadura de los liturgistas progres”. Se trata de liturgistas con buenas intenciones, no me refiero a los extremosos o malintencionados, sino muchos que eran bastante moderados pero que habían caído en una serie de afirmaciones gratuitas que se habían convertido prácticamente en una ley, de ahí lo de la dictadura.
Entre esas afirmaciones estaba, en un lugar preponderante, la de que sobre el altar de la celebración no podía haber nada, ni cirios ni cruces, todo debería estar fuera. Por supuesto, ni misal, ni vinajeras, realmente nada. Pues bien, esta afirmación, que muchas veces me tocó escuchar en clases y conferencias, y que carece de respaldo en la tradición de
Otro afirmación del liturgismo progre (ojo, del progre moderado, no hablamos de los extremos) era que
Lo de la comunión en la boca había sido estigmatizado ya por algún liturgista y por muchos curas de a pie. Muy cerca de mi parroquia, hay otra donde un religioso martiriza a los feligreses con cierta regularidad dándoles la matraca sobre el tema y prácticamente prohibiéndoles comulgar en la boca. Y no es un mal religioso, pero le ha dado por llevar a la práctica lo que muchos liturgistas insinúan con la boca pequeña. Pues bien, el Papa Benedicto ha querido dar un ejemplo claro al decidir dar solamente la comunión en la boca. Así llegó Juan Pablo II de Polonia y poco a poco cambió su costumbre, ahora el Papa ha querido volver a esta costumbre papal, que no anula la comunión en la mano, pero que es una llamada a la seriedad y a la devoción.
Por último, hablando de estigmatizaciones, si algo ha estado realmente estigmatizado en los años pasados por los liturgistas, moderados y radicales, ha sido el rito tradicional o de Juan XXIII, o llámalo como quieras, pero que parecía que era el enemigo número uno del progreso y del futuro de