La conciencia no es una cueva
por Piedras vivas
El anillo de Giges
El filósofo griego Platón presentaba el La República la historia de Giges, un personaje mítico que según las tradiciones encontró un anillo que le permitía volverse invisible actuando con impunidad ante los demás, que aprovechó para hacerse con el poder y encumbrarse como tirano. Tiene su enjundia porque plantea la cuestión sobre si las normas morales son estructuras creadas por la sociedad para convivir en paz, o provienen de un fondo insobornable que llamamos conciencia que, a su vez remite a normas superiores inscritas en la naturaleza humana por los dioses. No es difícil ver en este relato una semejanza con El Señor de los anillos de J.K.Tolkien, o con la tetralogía de R. Wagner sobre el oro del Rhin.
Es pues una materia humana y unos principios racionales previos a cualquier religión; por eso no se justifica que los impulsores de leyes favorables al aborto enturbien el diálogo acusando a los defensores de la vida de utilizar e imponer sus creencias. No es así pues la ética se sustenta sobre el conocimiento y respeto de la condición humana, que no es elástica para admitir cualquier cosa y menos aberraciones como que una madre pueda suprimir al hijo que alberga en sus entrañas, que unos médicos actúen contra el fin principal de su profesión matando en vez de salvar vidas, o que una libertad subjetiva se imponga sobre el derecho a la vida. La conciencia, cuando se esgrime contra la norma moral se convierte en una cueva oscura.