La belleza de Carrie
por Alejandro Campoy
El caso de Carrie Prejean, la joven que recientemente perdió en el concurso de Miss USA a causa de sus declaraciones sobre el matrimonio no terminó ahí: ayer mismo era desposeída de su título de Miss California. Posiblemente Carrie ya conocía las consecuencias que sus declaraciones le traerían en el ámbito del frívolo mundo de las bellezas de maniquí; aún así, dijo lo que pensaba. Muy simple y muy sencillo, dió su opinión inocentemente, incluso pidiendo disculpas previas por hacerlo. Y esa opinión que tan terribles rasgamientos de vestiduras ha provocado entre el nuevo fariseísmo occidental no fue otra que afirmar la "salvajada" de que para ella, "el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer". "Para ella". Sólo en su modesta opinión, como manda el relativismo y subjetivismo totalitario actual. Solemne barbaridad. Este episodio ilustra a la perfección la terrible dictadura bajo la que vive Occidente: mientras se proclama a los cuatro vientos la libertad de expresión, ésta no puede ejercerse de un modo libre y transparente sin sufrir consecuencias irreversibles en el ámbito profesional, público y mediático. Esta execrable hipocresía que establece directamente lo que se puede pensar y lo que no, lo que se puede decir y lo que no, es lo que llamamos hoy las "grandes democracias occidentales". Que Occidente está gravemente enfermo es algo incuestionable y evidente para todo aquél que tenga la voluntad de quitarse la venda de los ojos; que vivimos en las antípodas de algo a lo que podamos llamar con propiedad "democracia" es palmario y notorio; que hoy en día millones de personas viven bajo el miedo, aún más, bajo el terror a decir simplemente lo que piensan es un hecho probado por casos como el de Carrie. Y ese terror se impone precisamente por las consecuencias que tiene el simple hecho de pensar y expresarse: ostracismo público, linchamiento mediático, ruina profesional y señalamiento social mediante algún tipo de símbolo distintivo. En un tiempo se obligó a ciertas personas a llevar una Estrella de David amarilla cosida en la manga. Hoy el distintivo utilizado es de otra naturaleza, pero distintivo a fin de cuentas. Hoy no es necesario excluir de la vida pública a nadie a través de leyes y decretos, se hace simplemente a través de los medios de comunicación y los entornos profesionales; millones de personas, y mucho más si tienen un cierto nombre público, se ven obligadas a tragarse sus opiniones sobre el aborto, sobre la familia, sobre el matrimonio, la educación e incluso la política. Se juegan nada menos que su puesto de trabajo, su buen nombre personal y profesional, su prestigio y su tranquilidad. Sin embargo, mucha gente vive contenta y satisfecha en este régimen de esclavitud: basta con callarse y adaptarse para que desaparezcan los problemas. Y ninguno tenemos derecho a exigir a los demás que sean héroes. Lo terrible es constatar cómo el simple hecho de pensar y hablar se puede haber convertido en una heroicidad. Confieso que ninguna otra dictadura ni tiranía del pasado me parece tan terrible como la actual, pues ésta se orienta hacia lo más intimo de la persona, como es el pensamiento, los afectos y el lenguaje. Al menos, lo que no podemos exigir a los demás sí nos es dado exigírnoslo a nosotros mismos. Algunos podemos levantarnos para no volver a arrodillarnos, como Carrie, que ha demostrado que su auténtica belleza es su valor, y decir simplemente que NO.