Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El arte de escuchar a los hijos

por Familia en construcción

 "¿Qué tal ha ido el cole? ¿Con quién has jugado? ¿Qué has hecho en el patio? ¿Te lo has pasado bien? ¿Has trabajado mucho?..." Todas las tardes, en el coche, de camino de vuelta a casa a la salida del colegio, me exprimo el cerebro para iniciar una conversación con mis hijas y saber qué tal ha ido su día. Formulo todo tipo de preguntas como esas o parecidas con el objeto de sacar una mínima información sobre la jornada de mis pequeñas. Generalmente, el éxito es nulo. Están pensando en otra cosa; observan desde la ventana si pasa el tren, juegan con algún cuento que se han llevado al cole, discuten por una galleta... y prestan cero atención a las preguntas de su insistente madre, o sea, yo.

El aterrizaje en casa suele ser parecido: yo les persigo para que me cuenten algo mientras ellas dejan reposar su cansancio en los objetos de la casa que tanto han echado de menos durante el día: cuadernos, libros, puzzles, muñecas, unas tijeras de estraperlo... entonces, llega el turbulento momento de los baños, en que todo se convierte en una locura de idas y venidas del lavabo a la habitación y de la habitación al lavabo. Ahí ya no hay alma que repose; ¡al menos la mía! Mientras el pequeño se pelea con sus zapatos hasta que logra quitárselos, yo les suplico a Susana y a María que se desnuden (unas veces con más calma que otras...) y voy desabrochando los botones de la chaqueta de Catalina

Al fin, un buen rato después, consigo tenerlos a todos sentaditos alrededor de la mesa de la cocina. Normalmente, preparo la cena a mediodía para poder sentarme con ellos por la noche. Inicialmente, lo hacía por una cuestión puramente práctica: los días que no he tenido tiempo de dejar la cena hecha antes y me paso el rato de espaldas a la mesa lo más habitual es que algún vaso acabe en el suelo, o algún trozo de tomate en la cabeza de uno de ellos...

Es entonces, en ese momento mágico en que se hace la calma y mis pequeñas fierecillas se concentran en su plato, cuando surgen, espontáneamente y sin venir a cuento, las conversaciones más agradables, sencillas y llenas de información, de todo el día.

"Mamá, ¿sabes que hoy me he caído del ´culumpio´ y me he hecho una herida en el dedo y he tenido que ir a la doctora? ¿Y sabes que cuando sea mayor yo también seré doctora como la médico del cole? ¿Y sabes que la mamá de Alicia también es doctora y cura a los niños enfermitos?"... Yo, en medio de la emoción, me limito a asentir y escuchar, con los ojos como platos, tratando de comprender cuál es la causa de tan repentina y adorable verbosidad. No sé si es la quietud del momento, o que el cansancio físico da paso a una actividad más mental o que ya han tenido tiempo para reposar todo el ajetreo del día en sus pequeñas cabecitas; pero es un momento único.

Y, entonces, pienso: "menos mal que he dejado la cena preparada y me he sentado con ellos"; porque, si no, ese momento habría pasado de largo. Porque no somos nosotros quiénes decidimos cuándo hablan y nos cuentan lo que les sucede o sienten. Son ellos quienes encuentran ese momento apropiado en el que se sienten cómodos para hacerlo. Nuestro papel es crear esos momentos y saber aprovecharlos, cazarlos al vuelo. Estar allí y estar atentos.

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