El arte de escuchar a los hijos
El aterrizaje en casa suele ser parecido: yo les persigo para que me cuenten algo mientras ellas dejan reposar su cansancio en los objetos de la casa que tanto han echado de menos durante el día: cuadernos, libros, puzzles, muñecas, unas tijeras de estraperlo... entonces, llega el turbulento momento de los baños, en que todo se convierte en una locura de idas y venidas del lavabo a la habitación y de la habitación al lavabo. Ahí ya no hay alma que repose; ¡al menos la mía! Mientras el pequeño se pelea con sus zapatos hasta que logra quitárselos, yo les suplico a Susana y a María que se desnuden (unas veces con más calma que otras...) y voy desabrochando los botones de la chaqueta de Catalina
Al fin, un buen rato después, consigo tenerlos a todos sentaditos alrededor de la mesa de la cocina. Normalmente, preparo la cena a mediodía para poder sentarme con ellos por la noche. Inicialmente, lo hacía por una cuestión puramente práctica: los días que no he tenido tiempo de dejar la cena hecha antes y me paso el rato de espaldas a la mesa lo más habitual es que algún vaso acabe en el suelo, o algún trozo de tomate en la cabeza de uno de ellos...
Es entonces, en ese momento mágico en que se hace la calma y mis pequeñas fierecillas se concentran en su plato, cuando surgen, espontáneamente y sin venir a cuento, las conversaciones más agradables, sencillas y llenas de información, de todo el día.
"Mamá, ¿sabes que hoy me he caído del ´culumpio´ y me he hecho una herida en el dedo y he tenido que ir a la doctora? ¿Y sabes que cuando sea mayor yo también seré doctora como la médico del cole? ¿Y sabes que la mamá de Alicia también es doctora y cura a los niños enfermitos?"... Yo, en medio de la emoción, me limito a asentir y escuchar, con los ojos como platos, tratando de comprender cuál es la causa de tan repentina y adorable verbosidad. No sé si es la quietud del momento, o que el cansancio físico da paso a una actividad más mental o que ya han tenido tiempo para reposar todo el ajetreo del día en sus pequeñas cabecitas; pero es un momento único.
Y, entonces, pienso: "menos mal que he dejado la cena preparada y me he sentado con ellos"; porque, si no, ese momento habría pasado de largo. Porque no somos nosotros quiénes decidimos cuándo hablan y nos cuentan lo que les sucede o sienten. Son ellos quienes encuentran ese momento apropiado en el que se sienten cómodos para hacerlo. Nuestro papel es crear esos momentos y saber aprovecharlos, cazarlos al vuelo. Estar allí y estar atentos.