Yo no mato a Halloween
“Contracultura: movimiento social que rechaza los valores, modos de vida y cultura dominantes”. RAE dixit. Me he permitido la licencia de pegar directamente la definición de contracultura en el diccionario, dado que no poseo el tiempo suficiente para dedicar al estudio de este fenómeno parte de él, aunque me gustaría. Por ello, me conformaré con una sucinta definición y una breve alabanza a la misma.
Hace poco recibí un meme con una frase atribuida a Chesterton que decía así: “a cada época la salvan un puñado de hombres y mujeres (el lenguaje este inclusivo es, con toda seguridad, añadido) que tienen la valentía de ser contraculturales”, o quizás decía ‘inactuales; pero, como ni siquiera tengo la certeza de que la cita sea de Chesterton, me permito adaptarla al interés que aquí me ocupa… Vuelvo a recurrir al diccionario, con la venia de ustedes… “Cultura: 3. conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” Es decir, ser contracultural es ir contracorriente, como gusta decir ahora. Contra los modos de vida y costumbres actuales mayoritarios. Ante todo, entonces, ser contracultural implica tener pensamiento crítico. Con mayor o menor acierto, pensar lo que vemos y oímos a nuestro alrededor, no conformarse, no acatar a ciegas. De entrada, procurar ser libre, al menos un poco más libre que una oveja. Y, además, implica ser valiente. Un poquito valiente. No adaptarnos por mero postureo, por estar en el rebaño, por no ser señalados. Por último, implica una cierta fortaleza: hacer lo contrario de lo que hay alrededor requiere salirse del rebaño y cambiar el rumbo, con los cambios sociales y materiales que ello pueda suponer. Porque lo contracultural no es negación, es más bien sustitución. Donde otros ponen esto, yo no quito, yo pongo otra cosa. Donde otros piensan esto, yo pienso esto otro. No es un rechazo sin más, es una superación. Es ir más allá de lo que se me ofrece y buscar o proponer lo que yo quiero, deseo o creo que es mejor.
Por eso, celebrar Todos los Santos es hoy contracultural. Yo no mato a Halloween. Ni siquiera le dirijo la mirada. Lo cierto es que Halloween no me interesa lo más mínimo y la estética que lo adorna me produce cierta repugnancia (¡bendita sensibilidad!). Yo no mato a Halloween. Halloween muere solo cuando yo me planto con mis hijos y los amigos de mis hijos y los amigos de los amigos de mis hijos con cestas llenas de chucherías y dibujos de santos para celebrar la fiesta de la santidad anónima en la Iglesia, o cuando decido que mis hijos se disfracen de santos y hacemos una celebración por todo lo alto para recordar a nuestros niños cuál es el sentido auténtico de la existencia, o cuando disfrutamos en familia o grupo viendo la película de algún santo atiborrándonos de palomitas. Yo no quito la fiesta. Pongo una fiesta superior, llena de sentido, grande, y se la ofrezco a quienes me quieran acompañar. Y rezo. Rezo por todos aquellos que, en la muerte, sólo son capaces de ver brujas, demonios y sangrientas calaveras. Yo prefiero ser contracultural.
Feliz día de todos los santos.