Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Blog

Clarificando posturas

por Alejandro Campoy

He pensado bastante si iniciar esta andadura en Religión en Libertad abordando directamente uno de los temas más espinosos y polémicos de los últimos días, y al final he decidido hacerlo a modo de declaración de intenciones y por dejar clara mi posición personal. Repito: mi posición personal, que no tiene porqué ser ni mejor ni peor que otras, y que no resta ni un ápice de validez y legitimidad a esas otras posturas diferentes. Se trata del sempiterno tema de los partidos políticos. Pues bien, empiezo confesando que padezco una especie de alergia a esa realidad social a la que llamamos “partido político”. La dinámica interna de los mismos, basada en el aparentar y el aparecer, con el máximo objetivo individual de escalar lo más alto posible en listas y cargos, es algo por lo que siento una repugnacia insuperable. No me gustan los partidos políticos en cuanto que tales, ni me gustan los partidos políticos tal cual están estructurados hoy en España. Su dinámica les lleva a funcionar hacia dentro, encerrándose sus miembros en una especia de burbuja endogámica en la que más pronto que tarde terminan por desconectar de la realidad social y comienzan a vivir en una suerte de realidad paralela y virtual. Por otra parte, el concepto mismo de “partido”, como entidad que aspira a representar los interese de “una parte” de esa sociedad, ya me resulta reductivo en demasía para aquello que yo siento como “participación en la vida pública”, que tiene un carácter más global, articulándose principalmente en función de los distintos ámbitos laborales y profesionales que cada persona pueda desempeñar. En segundo lugar, debo decir que la expresión “partido político católico” me sugiere un oxímoron. Y sé que esta afirmación levantará ampollas. Parece demasiado atrevido proclamar que ambos términos son incompatibles y opuestos entre sí, pero eso mismo es lo que yo experimento como válido para mí. Y doy razón de ello. El partido político, por su propia naturaleza, aspira a recoger los intereses y la cosmovisión de una parte, mayor o menor, de la sociedad, para que esos intereses puedan acceder a los resortes del poder político y de esa forma configurar la acción de gobierno. Pues bien, desde aquí declaro de una vez por todas que no me gusta la idea de que el catolicismo militante en España tenga que acceder a los mecanismos y resortes de control social del poder político. Y no me gusta porque lo que yo entiendo por catolicismo es otra cosa. Y no me gusta porque no quiero que otros intereses de parte se me impongan a mi como está sucediendo hoy en día, proceso al que me opongo con todas mis fuerzas y con todos los resortes que hoy me ofrecen los mecanismos de participación de la sociedad civil en la vida pública. Ser católico es haber apostado la vida, la completa existencia individual a una sola carta: el seguimiento de Jesucristo como una persona viva y actuante, que reorienta y ordena todas las facetas de la vida. Y esa apuesta personal, ese decir que sí sostenido en el tiempo no me autoriza a desear que toda una sociedad entera tenga que realizar esa misma apuesta obligada de alguna forma desde el poder temporal. Al contrario, el evangelio deja bien claro que el que sigue a Jesucristo está llamado a ser grano de trigo que muere, pizca de sal que se disuelve en el guiso para darle sabor. Lo que de ninguna forma es concebible es que todo el guiso tenga que ser sal: eso resultaría intragable. Y tampoco todo el campo ha de ser trigo, antes bien, éste debe crecer junto a la cizaña. El ser católico a lo que debería mover es a impregnar todos los ámbitos de la vida social del amor de Dios, todos: la educación, la sanidad, la asistencia social, la cultura, ¡también la política!, pero desde un estar en esos ámbitos manteniéndose firme en ese seguimiento personal que es único e intransferible. No puedo admitir que me identifiquen como católico por oponerme al aborto; no es eso lo que me identifica como tal, sino la adhesión vital a una persona. No puedo admitir que me identifiquen como católico por buscar la justicia social, ni por buscar la paz, ni por defender la enseñanza diferenciada, ni por luchar por la emancipación de la mujer. Nada de todo ésto me identifica como católico. Nada. Antes al contrario, esa identificación sólo puede venir dada por el grado en que no sea yo quien vive, sino que sea Cristo quien viva en mi. Y esto no es posible fuera del camino de la humillación, de la persecución y de la cruz personal. No pretendan venderme falsos productos, yo sé de quién me he fiado, y este camino es por completo independiente de partidos o cualesquiera entidades sociales que puedan existir. Quede, por lo tanto, definida y bien clarificada mi posición personal en relación a la sociedad, el mundo y el espacio público. Y quiera Dios que no me atreva a juzgar a los demás, de la misma forma que espero no ser juzgado en base a apriorismos de fácil asimilación. Y deseo desde aquí lo mejor a todos los que entiendan que su camino pasa por otros vericuetos. Que tengan todos los éxitos posibles y que les vaya muy bien. Pero no me pidan lo que no puedo dar.
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