Miércoles, 30 de octubre de 2024

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COMO ROSA ENTRE ARENA

COMO ROSA ENTRE ARENA

por Una fe con chispa

COMO ROSA ENTRE ARENA

Poned atención:
un corazón solitario
no es un corazón.
—Antonio Machado— 

         Se sentía incapaz. Aquel profesor no conseguía que sus alocados jóvenes alumnos comprendieran el verdadero amor, el que no se impone, ni exige: el amor desinteresado, basado en la benevolencia y la compasión, libre de actitudes egocéntricas.

         Y se le ocurrió una idea:

—Mañana haremos todos una larga excursión, pero antes de venir, pasad por la floristería y traed una rosa.

         Los alumnos se miraron estupefactos, pero cumplieron la orden. Tras reunirse con el profesor, emprendieron una larga caminata hasta una zona desértica.

—Ahora —dijo el maestro— meted el tallo de la rosa en la arena del desierto.
         Extrañados, los alumnos así lo hicieron. Entonces, el profesor preguntó:
—¿Seguirá la rosa exhalando su perfumen en medio del desierto?
—¿Aunque no haya nadie que lo huela?
—Y, aunque nadie la vea, ¿seguirá la rosa exhibiendo toda su hermosura en el arenal?
—Evidente, respondieron los alumnos.
—Pues ahí tenéis las cualidades del verdadero amor: incondicional y generoso. No es unidireccional ni excluyente, sino que se irradia en todas direcciones y hacia todos los seres como una maravillosa fragancia que no requiere ser correspondida ni recompensada.

          La aspiración más profunda del corazón del hombre es el deseo de amar y ser amado. El hombre ha sido creado por amor y para el amor, y solo en el amor puede desenvolverse.

          Las personas, con harta frecuencia, no saben amar; se imaginan que aman cuando en realidad lo que hacen es amarse a sí mismo. «Sienten» el amor, cuando en realidad amar no es sentirse emocionado por otro, ni es cuestión de sensiblería.

          Amar, en su esencia, es entregarse a otro y a los otros. Digamos que el amor es un camino con dirección y sentido únicos: parte siempre de uno para ir a los demás.

         De ahí que cada vez que cogemos algo o alguien para nosotros, cesamos de amar, puesto que cesamos de dar. Vamos contra dirección. Para amar hay que ser capaz de renunciar a uno mismo.

          Ama más, quien más se da. Para amar sin límites tenemos que estar dispuestos a dar la vida entera, dispuestos a morir a nosotros en favor de los otros.

          Escribe Michel Quoist: «Si cesas de dar, dejas de amar. Si dejas de amar, dejas de engrandecerte. Si cesas de engrandecerte, dejas de perfeccionarte, dejas de expandirte en Dios, puesto que amar es seguir el camino de Dios y encontrarlo».

          Cuando una persona, a base de esfuerzo y educación, sienta su corazón henchido de amor, irá derramando el bien entre los que lo rodean, aunque, a veces, tenga la sensación de que vive como rosa entre arena.

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