Estamos con los santos, no entre muertos

El tiempo de nuestra vida es tan corto comparado con la eternidad que cuestiona la importancia, y correcta interpretación, de nuestra existencia aquí. Es cierto que nuestra corporeidad viene de la tierra y a la tierra vuelve. Pero no somos solamente un poco de carne y huesos. Tenemos el aliento de Dios en nuestras vidas.

Sabemos que el origen, el modelo y el camino de la santidad coinciden en Jesucristo. Venimos y vamos a Él. Pero, ¿quién está dispuesto a seguirle, de verdad, con todas las consecuencias que implica? ¿Quién se deja hacer y guiar por el Espíritu Santo? Ir del Padre a los hombres para la salvación de toda la humanidad. Encarnarse y parecer uno de tantos. Llevar todo el peso de la cruz, sufrir el rechazo, la soledad y falta de fe. Hacerse pecado por amor y, al fin, dar la vida para nacer de nuevo, ser todo en todos.

Las bienaventuranzas que leímos ayer son el perfil biográfico, el retrato, de Jesucristo y del cristiano. Entonces, ¿estamos dispuestos a que Él sea nuestra única riqueza, consuelo, causa por la que darlo y sufrirlo todo? ¿Creemos que es el único que puede limpiar nuestro corazón y salvar nuestra vida?  No somos seguidores del Maestro si no nos dejamos conducir por su Espíritu, si no le seguimos y dejamos configurar por Él.

No se trata  únicamente de pertenecer a una comunidad, asociación o movimiento apostólico. No es sólo cuestión de ir a Misa los domingos. La fe es ante todo una experiencia, por lo que no se reduce a verdades en las que creer o actividades a realizar. ¿Cómo vivir así, como Jesucristo, siguiéndole de verdad, haciendo su experiencia? ¿Qué método, qué camino posibilita que pueda reconocerle en mi circunstancia sin quedarme atrapado por ella, sin quedarme en una queja, en una incomodidad, en un bloqueo o escepticismo paralizante?

Observo el mundo, las noticias que me llegan y las razones que puedo tener para no creer en nada ni en nadie. Pero hay algo que me dice que no puede acabar todo en una pasión inútil. Podría resignarme pero mi corazón, mi vida, no estarían en paz ni tranquilos. Junto a razones para la decepción están otras para la esperanza. Junto a motivos para creer me encuentro con pensamientos de duda e incertidumbre. Frente a personas y momentos de personas que son para dar gracias a Dios por su generosidad, acogida y bondad, también descubro gestos, actitudes y comportamientos que no son precisamente muy cristianos, sino faltos de caridad.

Necesitamos conversión, purificación, sin separar por nuestra cuenta, injusta y bruscamente el trigo de la cizaña. No nos corresponde a nosotros aumentar de tamaño la paja en el ojo ajeno y disminuir la viga del propio. No podemos responder al mal con más mal.

Donde haya desesperanza, pongamos las certezas con las que Dios nos ilumina. Donde haya ideología, eufemismo o mentira pongamos delante de todos la Verdad que nos posee. Allí donde haya apariencia que seamos testimonio de una vivencia intensa de la realidad.