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Agosto 2020: cumpleaños y vida eterna

Madre, contigo nací... a la vida eterna

por Echad vuestras redes...

Viernes, 28 de agosto de 2020. San Agustín. Un día para recordar siempre, mamá. A las 22:30 h. te fuiste. 54 días después de tu 82 cumpleaños, en tu día 30.005 de vida sobre la tierra, en la cual ya reposan tus restos y aguardan la resurrrección.

Diecisiete días antes de tu marcha, el 11 de agosto, estaba cumpliendo mis 60 años, soplados con un abanico sobre una quesada de Gómez, en Santander, nuestra tierruca, de la que hacía 52 años nos habíamos ido para Madrid.

Ese mi cumpleaños era, es, algo que siempre me unió y une a ti, porque fuiste por primera vez madre, y de cinco hijos. Me consagraste al Señor desde bien pequeño y siempre tuve contigo ese interés común, muy vivo en tu madre, por todo lo religioso.

Madre, tú y yo recordábamos con frecuencia las fechas, cumpleaños, aniversarios varios, pero sobre todo los santos. O, mejor dicho, tú siempre me los recordabas si a mí se me pasaban. Querías tener a todos en cuenta, porque todos cabían en tu corazón. Caben, quiero decir.

Por eso, y porque el próximo 8 de septiembre se cumple el 62 aniversario de tu boda con papá, he pedido que os recuerden a ambos en Misa de siete y media en la parroquia de san Roque, donde os casásteis, en Santander. También, y durante 30 días seguidos, en las Misas del convento capuchino de El Cristo de El Pardo. Estoy convencido que eso es de tu pleno agrado.

No se muy bien porqué pero antes de mi cumpleaños, quizá por eso de haber nacido en 1960 y cumplir este año 60, tuve el impulso de ir y recorrer allí contigo a Santander (aunque tú desde casa en Madrid), con la memoria y el corazón, todos y cada uno de los escenarios pasados de tantas vivencias y los familiares vivos y difuntos.

Y continuamente a través de WhatsApp estábamos comunicándonos y yo pasándote recuerdos tuyos, míos, nuestros... esa foto de la clínica donde nací, nuestra casa y las casas de los abuelos en dos localizaciones, tu colegio, el portal del bufete de papá, el cementerio de Ciriego recordando a los abuelos y a más familiares...

La vida familiar de los de aquí y de los de la otra orilla, a través de ese viaje improvisado, y con la ayuda de la entrevista que realicé a la autora de la reciente biografía de mi tío abuelo, estaban situándonos a ambos en el punto donde la memoria familiar unía temporalidad y eternidad de la mano, al alcance de una celebración.

Realmente, todo el mes de agosto era una fiesta familiar, esperada, deseada, desde hacía tiempo. Fiesta o encuentro que, como muchos otros, había sido preparado generosamente por ti. A tu manera, sin nosotros saberlo del todo (aunque tú lo intuyeras desde hace algún tiempo y estuvieras preparada) te estabas despidiendo.

Papá se fue sin hacer ningún ruido un 12 de junio de hace treinta y seis años. Y tuvieron que pasar once semanas más para cumplir tu deseo de irte con él. Un deseo guardado en el corazón, primero con dolor y luego con la promesa de llevarle a él la alegría del crecimiento y maduración de la familia (hasta eráis ya, por partida doble, bisabuelos), las intenciones por las que pedir al buen Dios, los bloqueos de comunicación entre unos y otros, las preocupaciones de todos y cada uno,... las cosas normales que pasan en cualquier familia.

La base de tu espiritualidad me la dijiste en un mensaje de WhatsApp el 11 de octubre de 2019...

"Fíjate, Javier, hay dos cosas en las que yo baso toda mi espiritualidad. Una, la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, que me abre camino a la vida eterna. Otra, el momento en que Él instituyó el sacramento de la Eucaristía. ¡La alegría que me da saber que siempre está para nosotros en el altar o la Sagrada Forma, en la Iglesia!

Ese amor a la cruz y a la Eucaristía pudiste expresarlo incluso profesionalmente desde tu trabajo en RTVE, montaje de cine y realización, en algunas retransmisiones de la Misa dominical, y en eventos eclesiales, como la visita de san Juan Pablo II a España cuando fue canonizado Enrique de Ossó y Cervelló, en junio de 1993 desde la plaza de Colón de Madrid.

Una vez me llamó mucho la atención, viendo la televisión contigo, que se contemplaba en el trasfondo una cruz mientras pasaban los rótulos, y comprendí que todo nuestro trabajo y huella en la vida tiene sentido si seguimos a Cristo, que la principal dignidad no la dan las titulaciones humanas sino la de hijos de Dios. Si nos falta la humanidad, la compasión, la misericordia, el perdón y amor a todos... cualquier otra pretendida dignidad que nos arroguemos sobra.

Por último, quiero compartir con todos este mensaje que escribí -para ti- el día después de tu día de nacimiento a la vida eterna...

Ya no te puedo escribir un mensaje por WhatsApp, respondiendo a otro tuyo sobre una consulta de alguna información religiosa de la que puedas necesitar contrastar su veracidad conmigo, o enseñarte alguna aplicación interesante para el móvil, o compartir algo que nos ha parecido curioso, unas fotos acerca de un viaje o evento importante,…

Ya no puedo ir a verte con mi familia, últimamente a mucha distancia, debido al virus, para compartir un rato de merienda maravillosa que preparabas, o hacías preparar, con jamón serrano, mantequilla, tostadas, aguacate… donde recordar y admirarnos de recuerdos, aventuras y proyectos familiares…

Ya no puedo recibir tus llamadas telefónicas o escuchar tus audios porque a veces el WhatsApp jugaba malas pasadas poniendo tonterías en el texto, para tu enfado…

Ya no te tengo conmigo físicamente para poder decirte cuánto te quiero, o que me perdones por no haberme dedicado más a ti, por no haberte visitado más con la familia, a pesar de estar solo a 70 kilómetros…

Pero yo se que tú me escuchas, ahora mucho mejor que antes, se que tú estás conmigo, se que puedo verte en cualquier momento donde contemple tu obra en mí, en mi familia, tus palabras, tu voz quebrada o ronca a veces…

Cuando papá se fue hace 36 años nos los recordábamos el uno al otro, y así nos infundíamos más confianza en esa nueva presencia suya, en esa fe, aunque en muchas ocasiones soñaba con él más presente y vivo que nunca entre nosotros.

Y ahora, no sé cómo decírtelo, lo que pienso al evocaros a los dos, mis padres, es pasar de una certeza a una experiencia, que quiero ahondar contigo, pues me parece seguir escribiéndome contigo ahora por WhatsApp. Quizá exista entre nosotros aún, aquí y ahora, una aplicación invisible mediante la que se comunican nuestros corazones.

Tengo la confianza que en medio de estos días tan terribles de un desenlace no querido pero anunciado, aunque me cause un hondo dolor y tristeza inevitables, me ayudes a descubrir cómo la mano del Señor sostiene la tuya para levantarme de algo que a cualquiera podría dejar postrado, si no censura nada, si piensa que ningún dolor se pierde en vano. No es por mi fuerza, ni siquiera por mi débil fe, sino por la gracia de Dios, con la que vivías tu vida, la misma que me alienta y me hace seguirle, amarle y confiarle mi vida en cada instante.

La experiencia de sentirte sin ningún achaque, dolor y enfermedad hace que piense, que sienta que nada ha impedido el encontrarte con el Señor, y, por tanto, con todos los que tanto te necesitamos aquí, pero desde donde tú ahora estás, con papá, con tus padres, algunos hermanos y demás familiares, que seguro se han puesto muy contentos al volver a verte.

Sé, en lo profundo de mi corazón que no me dejas, que no te vas, no del todo. Y que no me dejas estar solo con mi añoranza y necesidad de ti, porque me consuelas como buena madre, porque me acompañas de la mano, como de pequeño, o en los brazos, y me guías por donde tú ya has pasado, ido, afrontado... y me iluminas el camino, aunque ahora cuando te escribo aún lo haga con mucha lágrimas a punto de caer, porque mi fe es débil e inmadura para creer con más fuerza que tú ya conoces mi corazón y lo que quiero decirte, lo que quiero que todos sepan.

Enséñame, madre, a seguir aprendiendo de cuando me regañabas y me decías que debía ser, por ejemplo, más familiar y menos suspicaz. Enséñame a vivir contigo sin ti físicamente, a no poder darte un beso al verte y al despedirme en tu casa. A quererte sin poder abrazarte, a estar contigo sin verte, a colaborar con la misión que en el Cielo se te ha encomendado, ayudar e interceder por la familia, en la renovación de su unidad, en una mejor y mayor comunión entre todos. 

Enséñame cada día a enviarte un mensaje desde el WhatsApp de mi corazón, en el que te anuncie que voy a verte al Cielo, con mi oración y cada celebración eucarística, donde el Señor te ha llevado, desde donde estás siempre con nosotros.

Gracias, mamá.

Y gracias, papá, por seguir ambos en contacto con nosotros.

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