Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Papa Francisco: Supresión de la Companía de Jesús

por Creo, Señor, aumenta mi fe

El Papa Francisco visitó la Curia General de los jesuitas, el 27 de septiembre. Rezó vísperas con ellos y pronunció unas palabras luminosas. Luminosas para los jesuitas a los que se dirigía directamente y luminosas también para los Religiosos que vivimos en Europa. He dicho Europa, porque es la realidad en que vivo con entusiasmo y con pena.

   Las mediaciones, en la historia, siempre son frágiles. Algunas veces perversas.

   La historia de la disolución de la Compañía de Jesús  tuvo distintas etapas: Pombal destruye  las distintas provincias jesuiticas en Portugal en 1759. En 1761 sucede lo mismo en Francia. En España en 1760. Por fin el 21 de julio de 1773 el Papa Clemente XIV firme el decreto de la disolución de la Compañía.

   Lo que el Papa Francisco destaca para sus hermanos es la actitud del P.Ricci, General de la Compañía. Dice el Papa: “En tiempos de tribulaciones y turbación se levanta siempre un polvareda de dudas y de sufrimientos y no es fácil seguir adelante, proseguir el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis llegan tantas tentaciones: detenerse a discutir ideas, dejarse llevar por la desolación, concentrarse en el hecho de ser perseguidos y no ver nada más.

   Leyendo las cartas del P. Ricci me impresionó una cosa: su capacidad para no dejarse sujetar por estas tentaciones y de proponer a los jesuitas, en tiempo de turbación, una visión de las cosas que los arraigaba aún más en la espiritualidad de la Compañía”.

   En este tiempo los jesuitas experimentaron la muerte y la resurrección. Incluso cuando perdieron su identidad pública, no opusieron resistencia a la voluntad de Dios. Obedecieron. Vivieron la humillación con Cristo humillado. “Nunca de salva uno del conflicto con la astucia y con estratagemas para resistir. En la confusión y ante la humillación, la Compañía prefirió vivir el discernimiento de la voluntad de Dios…

   No es jamás la aparente tranquilidad laque satisface a nuestros corazones, sino la verdadera paz que es un don de Dios. Nunca se debe buscar la <> ácil, ni se deben practicar fáciles <>. Solo el discernimiento nos salva del verdadero desarraigo, de la verdadera<> del corazón, que es el egoísmo, la mundanidad, la pérdida de nuestro horizonte, de nuestra esperanza que es Jesús, que es solo Jesús”.

   La compañía, incluso ante su propio final, se mantuvo fiel a su carisma: “La compañía, incluso ante su propio final, se mantuvo fiel a la finalidad para la qué fue fundada. Por eso Ricci concluye con una exhortación a mantener vivo el espíritu de caridad, de unión, de obdiencia, de paciencia, de sencillez evangélica, de verdadera amistad con Dios. Todo lo demás es mundanidad. Que la llama de la mayor gloria de Dios nos atraviese también hoy, quemando toda complacencia  y envolviéndonos en una llama que llevamos dentro, que nos concentra y nos expande, nos engrandece y nos hace pequeños”.

   Como Tobías después de la oración, la compañía recibe su ángel Rafael: Pío VII.

    Hoy, la mayor parte de los religiosos de Europa y de otras regiones, nos encontramos en una situación similar a la Compañía recién restaurada. Pocos y de bastante edad. Este discurso del Papa ¿Será ocasión  para un discernimiento sincero? Aquellos jesuitas, pocos, ancianos y enfermos hicieron una gran Compañía. “Nuestros hermanos jesuitas en la supresión fueron fervientes en el espíritu y en el servicio del señor, gozosos en la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en la oración. (Rm 12:13) Y ello dio honor a la Compañía, no ciertamente los encomios de sus méritos. Así será siempre”… “La compañía reconstruida por mi predecesor Pío VII estaba integrada por hombres valientes y humildes en su testimonio de esperanza, de amor y de creatividad apostólica, la del Espíritu”… En 1814, en el momento de la restauración, los jesuitas eran un pequeño rebaño, una<>, que sin embargo se sentía investido, después de la prueba d ela cruz, con la gran misión de llevar la luz del Evangelio hasta los confines de la tierra… La identidad del jesuita es la de un hombre que adora solo a Dios y ama y sirve a su hermanos, mostrando con el ejemplo, no solo en qué cree, sino también en qué espera y quién es Aquel en quien ha puesto su confianza (2 Tm 1, 12).”

   ¿Nos falta a los Religiosos reconocer nuestros pecados, volver a Jesucristo Esposo y desde aquí llegar alas periferias? Lamentarnos, buscar excusas es lo mundano. Imposible remar hacia delante  cuando se pierde la identidad carismática.

   Termina el Papa con una alusión a la Virgen tan querida por Ignacio: “La Bula de Pío VII que reconstituyó la Compañía fue firmada el 7 de agosto de 1814 en la Basílica de Santa María la Mayor, donde nuestro santo padre Ignacio celebró su primera Eucaristía, en la Nochebuena de 1538. María, nuestra Señora, Madre de la Compañía, estará conmovida por nuestros esfuerzos por estar al servicio de su Hijo. Ella nos custodie y nos proteja siempre”.

  

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