¿Cómo podemos madurar en la experiencia?

Esta semana está marcada por el signo de la Cruz. Hoy domingo es la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Ella nos indica cómo madurar en la conciencia de Aquel que a través de ella nos da la salvación definitiva. ¿Quién es Jesucristo, el Crucificado, el Redentor, para nosotros, para mí en concreto?

Muchas veces me he preguntado la relación de la cruz de madera de Jesús con del oficio de san José, carpintero (y algo más, pues parece que arreglaba muchas otras cosas). Al menos es curiosa la observación del padre e hijo en la misma tarea de dar la vida, cada día, a través del trabajo, de las  experiencias diarias de encuentro de cada día, que requiere dedicación a los demás, esfuerzo y muchas veces renuncia, sufrimiento, como un entrenamiento para el gran don, la gran obediencia, de Jesús. Estar con la familia pese a todo y sacrificar los propios gustos, comodidades, tanto de hijos como de padres para buscar juntos un mayor entendimiento, cordialidad y paz.

La cruz es la prueba de fuego que acrisola el valor de cada experiencia de nuestra vida, de la pasada, la presente y la que está por venir. Aquello que hemos vivido a regañadientes, porque nos costaba vencer la propia comodidad, la inercia o la rutina a la que estamos acostumbrados, el miedo o la duda que nos rodean de forma a veces imperceptible,.. Todo eso si lo hemos vencido por un bien mayor, por estar mejor o ser una compañía real para los demás, por algo que nos ha podido trascender, es decir, por haber pasado un poco de cruz, quizá nos haya hecho más conscientes que al final merecía la pena el sacrificio.

¡Qué distinto es todo cuando reconocemos que, de no haber vencido nuestra comodidad, pereza, supuesto cansancio, rebeldía momentánea,… nos hubiéramos perdido algo grande, una auténtica experiencia! No me refiero simplemente a hacer o vivir cosas tan divertidas, apasionantes, emocionantes, incluso arriesgadas, como efímeras. No. Se trata de algo mucho más grande, que nos hace crecer, madurar, que conecta nuestro ser con el fundamento de todo, con Aquel en quien consiste todo.

El Señor está deseando que tengamos fe, que yendo a Él encontremos la salvación, pero la decisión de ponernos en marcha es nuestra. Podemos superar nuestra inmadurez si tomamos mayor conciencia de nuestra situación de dependencia, si abrimos nuestra mente y corazón a la acogida de Su Palabra. Hoy, Él, me quiere decir algo, a mí. A otros quizá les dirá otra cosa. Pero a mí hoy, en cada instante, aquí y ahora Él me ama. Ha dado su vida por mí. Y me dice que confíe, que tome mi cruz y Le siga. ¿Cómo puedo vivir con esta carga ligera y este yugo suave detrás de Él?

¡Qué distinta la experiencia de la vida yendo detrás de Cristo, con mis capacidades y posibilidades de hombre nuevo, de la de aquel otro yo, hombre viejo, anclado en mis cerrazones, debilidades, límites y quejas! Elijamos la experiencia, el camino a la verdad, que más y mejor convenga para nuestra maduración, porque nadie nos va a obligar a ser libres y felices, a querer nuestro bien.