El hombre curioso y el infierno (cuento)
Este cuento no es mio, se lo escuché hace mucho tiempo a un catequista de niños que se lo contaba sus catequizandos. Desconozco por tanto su autor. En cierta ocasión alguien me comentó que era de Juan Pablo I antes de ser elegido papa (sí, primero, el Papa Luciani, no Woytila) pero no lo tengo confirmado. Lo utilizo en clase cuando me toca explicar los conceptos del cielo y del infierno, dice así:
Un hombre murió y fue llevado al cielo. En la puerta lo esperaba San Pedro que lo recibió con gran alegría, pero notó en su rostro un gesto de preocupación.
- ¿Qué te ocurre?, ¿no estás contento de haber llegado al cielo?
- Claro que sí-respondió- cómo no voy a estarlo, pero tengo un ligero problema.
- Tu dirás
- Verás- prosiguió el hombre- yo soy una persona muy curiosa, y si entro al cielo para toda la eternidad siempre me quedaré con ganas de saber cómo es el infierno
- No te preocupes- contestó San Pedro- eso tiene solución. Ahora mismo le digo a uno de los ángeles que te acompañe al infierno, echas un vistazo y regresas aquí.
El ángel acompañó al hombre curioso hasta el infierno. En la puerta había un demonio al que le dijo
-Ojo, este hombre solo viene a echar un vistazo pero después se vuelve conmigo.
El hombre entró en el infierno y vio una enorme, inmensa sala blanca, con una multitud de puertas blancas a los lados y en el centro una enorme mesa blanca rectangular de la que no se distinguía dónde acababa en la que había unas enormes fuentes blancas con un arroz chino de una pinta y aroma deliciosos y junto a ellas un montón de enormes palillos chinos blancos de más de un metro y medio de longitud cada uno. De pronto sonó una campanilla y de las puertas comenzó a salir una enorme cantidad de personas. Todos ellos estaban muy delgados y demacrados, con los ojos llorosos y arrastraban sus pies sin apenas fuerzas.
Se dispusieron a ambos lados de la mesa, tomaron sus palillos con los que cogieron la comida, pero al ser tan largos, por más que intentaban llevarse la comida a la boca echando los brazos hacia atrás no alcanzaban. Y así pasaban la eternidad, penando con su hambre sin poder saciarse de aquella comida tan deliciosa.
El hombre curioso salió muy impresionado de aquella visión del infierno y regresó con el ángel. Al llegar de nuevo al cielo pasó dentro con él y aún se impresionó más. Estaba en la misma enorme, inmensa sala blanca, con la misma multitud de puertas blancas a los lados y en el centro la misma enorme mesa blanca rectangular de la que no se distinguía dónde acababa en la que había las mismas enormes fuentes blancas con el mismo arroz chino de una pinta y aroma deliciosos y junto a ellas el mismo montón de enormes palillos chinos blancos de más de un metro y medio de longitud cada uno.
-¿Pero qué es esto?- preguntó el hombre asombrado- me has vuelto a traer al infierno.
- No- contestó el ángel- estamos en el cielo
-¿Qué me dices?¿No ves que estamos de nuevo en el infierno con todo igual?
- Te digo que esto es el cielo, si lo sabré yo…
De pronto sonó la misma campanilla y de las puertas comenzó a salir una enorme cantidad de personas. Todos ellos eran muy guapos y se les veía rebosantes de salud y caminaban muy contentos cantado, bailando, saltando y dándose besos y abrazos unos a otros.
Se dispusieron a ambos lados de la mesa, tomaron sus palillos con los que cogieron la comida y al ser tan largos… cada uno daba de comer al que tenía enfrente. Y así pasaban la eternidad, felices compartiendo la alegría, el amor y aquella comida tan deliciosa.
Moraleja: el cielo y el infierno, en esta vida y en la otra, es una consecuencia de que vivas de forma egoísta para ti o de manera generosa sirviendo a los demás.