La cárcel te da sorpresas, ay Dios.
Ya hace tiempo y durante dos años estuve colaborando con la Obra Mercedaria en la evangelización de presos en la carcel de Picassent (Valencia.España). El sistema era muy sencillo, todos los viernes por la tarde acudíamos a la carcel, por parejas nos dirigíamos a cada módulo y por megafonía se avisaba a los reclusos de la celebración que tendría lugar en la sala correspondiente. Siempre acudían unos 4 o 5 de forma fija y otros tantos más de forma menos habitual o esporádica. Hacíamos una oración inicial, leíamos y comentábamos las lecturas de la misa del domingo siguiente y terminábamos con oraciones particulares y el Padrenuestro.
En una ocasión tocaba el Evangelio de la transfiguración: Jesús sube a un monte con algunos de sus apóstoles y sus ropas adquieren un brillo luminoso y junto a él aparecen Moisés y Elías. Tras leerlo hice la pregunta de rigor
-¿Alguien quiere comentar algo sobre esta lectura, lo que le haya gustado, o si no ha entendido algo…?
Entonces contestó uno de los presos, un hombre de unos 35 años, con la voz cazallera y cascada y los ojos medio entornados como consecuencia del tratamiento de metadona al que se someten los drogadictos
-A mí… lo que me ha molado… es eso del profeta Elías… por que el profeta Elías… fue el que tres siglos antes profetizó la primera destrucción de Jerusalén… en el 586 antes de Cristo.
Aquello me dejó impactado, ese dato lo desconocía, pero me extrañaba que pudiera saberlo alguien en sus condiciones, así que me quedé con la duda de si sería cierto o simplemente me estaba vacilando inventándose lo primero que le vino a la cabeza, así que decidí proseguir con la explicación.
-Las figuras de Moisés y Elías no son casuales. Jesús cumple y supera las dos. Moisés es el libertador de la esclavitud de su pueblo como Jesús viene a liberarnos del pecado, y Elías es el gran profeta, que anuncia la palabra de Dios al igual que Jesús, que no solo anuncia la palabra si no que Él mismo es la palabra de Dios hecha carne.
-Sí…-volvió a apuntar el preso- eso está… en los primeros versículos del capìtulo primero… del Evangelio de San Juan.
Su segunda intervención me impactó aún más, aquel dato sí que lo conocía: el preso no me estaba vacilando, sabía de que hablaba y lo hacía con exactitud. Movido por la curiosidad le pregunté
-Pero tío, ¿cómo controlas tú tanto de estos temas?
-Es que yo soy- contestó- catedrático de historia antigua…
Tercer impacto. Aquel preso yonki que tenía ante mí era un joven y brillante profesor universitario con cátedra y todo. Movido por la curiosidad no puede resistirme y, con cierta imprudencia por mi parte, le pregunté
-¿Y cómo es posible que hayas llegado a estar así?
-Verás… iba conduciendo hace ya tiempo… cuando tuve un accidente… y se me mataron la mujer y mis dos niñas…- silencio sepulcral- a raíz de eso me metí en la droga… y toda mi vida se fué a la mierda.
Ese fue el impacto definitivo. Pero lejos de pensar en él, curiosamente, pensé en mí. ¿Que hubiera sido de mi vida de haberme sucedido algo semejante? Seguro que lo mismo o peor que el interlocutor que tenía enfrente. Fué entonces cuando entendí realmente la frase “si Dios levantase la mano de mí...”. Jamás la he vuelto a olvidar.