Kasper, divorcio, cisma, Sínodo y familia. ¡Vaya lio!
Kasper, divorcio, cisma, Sínodo y familia. ¡Vaya lio!
Vivimos tiempos revueltos pero apasionantes. Tiempos en que es necesario estar muy atento y tener las cosas muy claras. Mi tesis es que, desgraciadamente, nadie tiene las cosas claras, empezando por mi mismo. Todavía tengo que reflexionar mucho sobre las consecuencias de aceptar que los sacramentos tengas significados diferentes según quien los recibe. Crean que no es sencillo sacar en claro algo cuando el mar está tan revuelto y opaco. Dicen que en este tipo de situaciones quienes ganan son los pescadores, que se hacen con facilidad con los desorientados peces.
Creo interesante reflexionar sobre qué es un cisma y que relación tiene con la comunión eclesial. He buscado información y me he encontrado con varias formas de entender qué es un cisma. En la enciclopedia católica he encontrado una definición interesante: “Cisma (del griego schisma, separación, división) es, en el lenguaje de la teología y el derecho canónico, la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas, i.e. ya sea el acto por el cual uno de los fieles corta los vínculos que le unen a la organización social de la Iglesia y que le hacen miembro del cuerpo místico de Cristo, o el estado de disociación o separación que resulta de dicho acto”.
Cisma es separación o división interna de la Iglesia. Podríamos entender el cisma como un proceso de alejamiento entre los fieles, donde la comunión se ve seriamente comprometida. Entiéndase comunión como “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.” (Ef 4,5-6) Según la fe difiera, el alejamiento será mayor, llegando a un punto en donde la herejía puede dar lugar a una ruptura completa. De igual forma, es interesante considerar que los sacramentos conforman parte esencial de la comunión eclesial. Según los entendamos y vivamos de forma diferente, entenderemos de forma diferente la acción de Dios sobre nosotros y la propia esencia de la comunidad en que vivimos nuestra fe.
En la enciclopedia católica se señalan dos formas de entender el cisma: “el cisma es un género que abarca dos especies distintas: un cisma herético o mixto y un cisma puro y simple. El primero tiene como origen o acompañamiento la herejía; el segundo, el cual la mayoría de los teólogos designa como cisma propiamente dicho, es la ruptura del vínculo de subordinación, sin ir acompañado de un error persistente, directamente opuesto a un dogma definido.”. ¿A qué llamamos subordinación?
Podemos entender la subordinación como el orden o armonía subyacente dentro de una comunidad o entre las diferentes comunidades que conforman la Iglesia: “Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.” (1 Cor 12, 24-26)
Por lo tanto es posible hablar de cisma sin que exista herejía, ya que lo que se evidencia es la ruptura o la disolución de la comunión. La deseable armonía del cuerpo eclesial se distorsiona, dando lugar a problemas de comunicación, enfrentamientos e incluso el terrible desafecto de la tolerancia.
En estos tiempos postmodernos es fácil encontrarnos con distancias, donde deberían existir cercanías; desafectos, donde debería existir amor; desentendimientos, donde debería haber entendimiento y conocimiento mutuo. Las sensibilidades son la marca del tiempo en que vivimos, lo que nos lleva a plantearnos un reto: acercarnos y aprender a complementarnos. Esto es tan sencillo de decir como imposible de conseguir. ¿Quién va a querer meterse en una cruzada de unidad cuando nadie nos la reclama? El propio Cardenal Kasper no está entusiasmado en con un Sínodo que no se centre en el problema que trae bajo el brazo. No digo que no sea importante, pero el Sínodo debería centrarse en cosas más centrales, con el objetivo de unirnos. Creo que el “lio” debería centrarse en las propuestas que nos llevaran a integrar activamente a la familia en las comunidades de fe.
Se me ocurren muchas preguntas: ¿Cómo integrar la formación, la vida de fe y la familia? ¿Los padres como principales formadores? ¿Cómo hacer que la familia se integre y dinamice la comunidad de fe? ¿Cómo integrar a los abuelos activamente en la familia y en la comunidad de fe?
Seguro que el Sínodo de la Familia nos dará respuestas sobre estos temas o al menos pistas que nos ayuden a encontrar el norte.