Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Los cristianos somos un poco "burros".

Los cristianos somos un poco "burros".

por La divina proporción

Hoy comparto un hecho real que viví hace unas pocas horas en las redes sociales. Esta foto apareció en el muro de Facebook de un amigo, seguido del siguiente comentario “Respetan y son felices y su vida no cambia en nada que, no sea ser superior, a la de tanto burro cerrado por estos lares ... 

Quizás lo que más llame de la foto sea el cartel de la chica mayor “Yo amo y respeto la comunidad LGBTT”, pero creo más interesante centrarnos en lo que dice el hombre y la niña pequeña. Sólo deseo reseñar que el amor y el respeto, lo merecen las personas una a una, ya que todos somos hijos de Dios e imagen Suya. Amar a un colectivo resulta vago y puede hacernos pensar en que lo que se “ama” es lo que conforma el grupo (ideología), antes que las personas. Dejemos esto aquí y vayamos a lo más interesante. 

En la frase “Querida religión, en mi casa los principios y valores los decido yo!”, hay dos aspectos reseñables. El primero es la contraposición entre "ser" dentro y "ser" fuera de la casa. Tal como se da a entender, parece que “fuera de casa” son otros los que deciden por nosotros y dentro somos nosotros. ¿Dónde queda la coherencia existencial? ¿Qué hace que se cambien los principios según se esté en un lugar u otro? Al enemigo se le llama diablo porque nos destroza rompiendo nuestro ser por dentro. Diablo proviene del griego dia-bolos= el que separa, el que rompe. Nuestro ser y principios deberían ser constantes en todo momento y lugar. Si adaptamos nuestros principios a las circunstancias nos encontramos en la celebre frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, puedo cambiarlos”. (Movimiento de cejas)

La segunda consideración está en la premisa: mi “Querida religión” queda fuera de mi casa, yo decido dentro. Este plantemiento que conlleva un serio desconocimiento de qué es la religión y cómo interviene en nuestra vida. La religión es la unión de fe, práctica y piedad, que nos ayuda a acercarnos a Dios. Religión, proviene del verbo latino re-ligare, volver a unir. Si diferimos en la fe, piedad y práctica con las demás personas, difícilmente podremos re-ligarnos individualmente con Dios. Esta realidad se hace más evidente en el cristianismo, ya que Cristo nos señaló la importancia crucial de la comunidad de fe y vida. La religión nos marca dentro y fuera de nuestras casas, ya que es el camino de vida que nos permite caminar unidos hacia Dios. 

Pasemos al cartel de la niña pequeña: “Y aceptamos a TODOS por igual”. Esta frase es un poco ambigua, ya que no dice cómo aceptan a todos.  Podemos suponer que lo hacen a través de la tolerancia, es decir, la aceptación pasiva e indiferente de quien se acerca a nosotros. Se trata de no molestar ni inmiscuirnos en lo que cada cual hace, dice o piensa, con vistas a no tener problemas y “vivir mejor”. Si practicamos este cordial desafecto y amistosa lejanía, viviremos sin problemas en aparente armonía. Subrayo aparente, porque el silencio, el desafecto y la lejanía no son en si mismos armonía, sino su ausencia completa. Son un engaño más del enemigo, que nos quiere aislados y preocupados solamente de nosotros mismos. 

Recordemos que Cristo nos dijo que "No vine a traer la paz, sino la espada" (Mt 10:34) La Paz de Cristo no es la paz del silencio y el desafecto, sino la paz del amor comprometido hasta el dolor. La Madre Teresa de Calcuta nos exhortó a amar hasta que nos duela, ya el compromiso cristiano conlleva negación de sí mismo y la donación a nuestro prójimo. Un tolerante de nuestra época se asemejaría al levita de la parábola del Buen Samaritano. ¿Quién te dice que la persona tendida en el suelo no desea vivir así? ¿Quién te llama a inmiscuirte en la vida de los demás? 

Pasemos a la frase que titulaba la foto: “Respetan y son felices y su vida no cambia en nada, que no sea ser superior, a la de tanto burro cerrado por estos lares ...” Esta frase da para reflexionar bastante, pero me en la figura que emplea: el burro. Me recuerda al grafitti de las catacumbas romanas donde se representa a un burro crucificado. ¿Quien es el burro de esta representación? A lo mejor somos nosotros, a los que el Señor nos pide negarnos a nosotros mismos y cargar con nuestra Cruz.

Al leer la frase no puede reprimirme y me presenté como un honesto burro que busca la coherencia y un respecto activo y comprometido. Un burro que busca llegar al amor según la indicación del Señor: “Amaos unos a otros como Yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34-35) ¿Cómo nos amó Cristo? ¿Dejando que cada cual pensara e hiciera lo que quisiera? ¿Cristo pasó por la vida de forma tolerante y desafectada? 

No se trata de condenar a nadie, sino de sentirnos afectados por los demás y compartir visiones alternativas con quienes nos rechazan. Aunque molestemos al exponer nuestro diferente punto de vista, al dialogar podemos contagiar un poco de ese compromiso real que el Señor nos pidió. Digo “un poco” porque nadie puede llegar a darse como Cristo se dio a nosotros. 

Indudablemente al burro le zurraron, porque ser tan políticamente incorrecto conlleva ser tachado de muchas cosas y ninguna bonita. Pero el burro no debe preocuparse por el rechazo, sino de entregar afecto mientras hace preguntas incómodas. Preguntas que no buscan acusar sino contestar con afecto a las acusaciones que se le hacen. Es evidente que las preguntas incómodas rara vez se responden, ya que evidencian los prejuicios que hay detrás. Evidencian las ideologías que nos pretenden imponer, por es es bueno dejarlas planteadas. Una pregunta incómoda es una semilla de reflexión para el futuro y una ocasión para dialogar en el presente.

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