Nadie, cuando enciende una lámpara, la pone en un sótano (Lc 13, 11)
Santidad: Ser signos de Cristo
Muchas personas ven en Benedicto XVI lo que se denomina Katejon: quien retiene la venida del anticristo y tienen razones para ello. En estos tiempos llenos de oscuridad y desesperanza, leer textos, homilías o libros completos de nuestro amado Papa Emérito, aporta la comprensión y esperanza que tanto necesitamos. No puedo aseverar que Benedicto XVI sea el Katejon, pero lo que sí puedo defender es que su pensamiento es una potente luz que nos ayuda a ver con claridad en la oscura postmodernidad que vivimos.
Les traigo una frase que fue publicada en muchos medios y que está dentro de la homilía que pronunció Benedicto XVI en la Catedral de la Almudena, durante la JMJ del 2011. La homilía se realizó ante unos 5000 seminaristas. Seguro casi todos son ya sacerdotes y que la recuerdan:
«La santidad de la Iglesia es, ante todo, la santidad de la misma persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos, la santidad de aquella fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser santos para no crear una contradicción entre lo que somos y la realidad que queremos significar»
En estos tiempos oscuros, los medios hablan continuamente de la Iglesia resaltando escándalos y enfrentamientos internos constantes. Poco o nada se habla de santidad. BXVI nos dice que no miremos las toscas, sucias, agrietadas piedras que componemos la Iglesia. Si nos quedamos en ello, la desesperanza será inevitable. ¿Por qué no miramos la belleza del Templo que sostenemos cada uno de los fieles. Fieles falibles y pecadores que las componemos la Iglesia. Si vemos la belleza del Templo, veremos a Cristo. Las piedras deben cuidarse y para ello, los Sacramentos y la lectura del Evangelio son esenciales. La santidad de la Iglesia no parte de nuestra naturaleza caída y limitada, sino de la presencia de Dios. ¿Cuándo está presente el Señor? Cuando nos reunimos en Nombre de Cristo (Mt 18, 20). Dejo dos preguntas en el aire: ¿Para qué nos reunimos en nuestras comunidades? ¡Ah! ¿Pero nos re-unimos o sólo nos agrupamos una vez por semana (a lo sumo)?
Benedicto XVI señala que la santidad es “fuerza de lo alto que la anima e impulsa”. Pero ¿existe esa fuerza? Así pareciera que no hay fuerza en estos momentos. Cristo se hace presente a través de los sacramentos, aunque lo hayamos olvidado en pleno siglo XXI. Unidos en Nombre de Cristo, la Gracia llega a nosotros y nos impulsa. ¿No nos impulsa nada? Quizás no estamos unidos en Nombre de Cristo, sino enfrentados en nombre de cosas, personas o ideologías.
¿Ser santos? ¿Para qué ser santos? La respuesta es sencilla: Cristo nos mandó ser santos como el Padre Celestial lo es (Mt 5, 48). ¿Por qué? Benedicto XVI nos señala que la santidad es lo que nos permite “ser” con coherencia, sentido y consistencia. Recordemos que llevamos inscrita dentro de nosotros la imagen y semejanza con Dios. A través de esa imagen y semejanza, somos de forma clara, signos de Dios en la tierra. Pero ¿Qué pasa cuando el pecado distorsiona y corrompe esa imagen? Dejamos de ser signos del Camino, Verdad y Vida, para convertirnos en escaparate de marketing de cualquier realidad mundana. Esta imagen de realidad mundana es lo que se publicita en los medios como la Iglesia. Ser santos nos permite ser signos vivos del Señor. Poder cumplir con lo que somos y dejar de perder el tiempo con apariencias, ideologías y shows sin sentido.