Hemos perdido la Gracia del perdón. Joseph Ratzinger
Hemos perdido la Gracia del perdón. Joseph Ratzinger
Hemos llegado aquí a un punto verdaderamente central. Me parece, en efecto, que el núcleo de la crisis espiritual de nuestro tiempo tiene sus raíces en el eclipse de la gracia del perdón. Mas fijémonos antes en el aspecto positivo del presente: la dimensión moral comienza de nuevo poco a poco a estar en boga. Se reconoce, e incluso resulta evidente, que todo progreso técnico es discutible y últimamente destructivo si no lleva paralelo un crecimiento moral. Se reconoce que no hay reforma del hombre y de la humanidad sin una renovación moral. Pero la invocación de la moralidad se queda al fin sin nervio, puesto que los criterios se ocultan en una densa niebla de discusiones. En efecto, el hombre no puede soportar la pura y simple moral, no puede vivir de ella; se convierte para él en una «ley» que provoca el deseo de contradecirla y genera el pecado. Por eso donde el perdón, el verdadero perdón lleno de eficacia, no es reconocido y no se cree en él, hay que tratar la moral de tal modo que las condiciones de pecar no pueden nunca verificarse propiamente para el individuo.
A grandes rasgos puede decirse que la actual discusión moral tiende a librar a los hombres de la culpa, haciendo que no se den nunca las condiciones de su posibilidad. Viene a la mente la mordaz frase de Pascal: Ecce patres, qui tollunt peccata mundi! He aquí a los padres que quitan el pecado del mundo. Según estos «moralistas» no existe ninguna culpa. (Joseph Ratzinger, La Iglesia Una comunidad siempre en camino, 5, 4)
Para que exista perdón debe de haber una culpa previa. Quien no tiene claro que ha obrado mal, no está dispuesto a generar un comportamiento humilde que le conduzca a limpiar la culpa que carga. Quien no se libera de la carga de la culpa, simplemente la lleva a su costado toda su vida. La culpa es un fardo que podemos ignorar e incluso negar, pero está siempre presente.
¿Cómo podemos comprobar que sufrimos por causa de ese peso? Es sencillo, preguntemos a cualquier persona por aquello que señala su culpa y responderá como quien siente que le hurgan en una herida. Si no existiera sufrimiento, esta persona no entendería nuestra indicación y no reaccionaría atacándonos por señalar el lugar donde está el sufrimiento.
Decía San Agustín: “Aunque se me reprenda con razón, mejor es que la herida duela cuando es curada, que dejar de actuar para evitar el dolor” (San Agustín Carta 73,2.4).
¿Cómo se oculta la culpa? El Cardenal Ratzinger señala que la moral actual se deforma a través de una tupida niebla de razones y consideraciones exculpatorias. Es normal señalar que quien obra mal es “victima” de la sociedad, pero nadie dice que la sociedad no es un ente abstracto ni un alien venido de Júpiter. La sociedad somos nosotros mismos y en nuestros actos se evidencia terrible la cadena del pecado. La dimensión social del pecado es tan evidente, que nos disfrazamos de victimas para no aceptar que nosotros somos quienes hacemos perdurar esta cadena del pecado.
Quien miente, predispone a mentir a quien recibe la mentira. Nuestra mentira se justifica en la mentira previa que hemos recibido. Actuamos de forma corrupta, porque hemos sido víctimas de la corrupción de otra persona. Si alguien señala nuestra culpa, decimos que somos víctimas de la sociedad y que no tenemos culpa.
Dice el Card. Ratzinger: “el núcleo de la crisis espiritual de nuestro tiempo tiene sus raíces en el eclipse de la gracia del perdón”. Quien no acepta su culpa no puede ser redimido y no puede despojarse del pesado lastre de sus culpas. Desesperados por el sufrimiento, comunicamos el mal a quien tenemos cerca, en un intento de deshacernos de esta terrible tortura. La terrible cadena del pecado nos esclaviza y nos destruye con nuestra aceptación y complicidad. ¿No es estúpido actuar de esta forma?
¿Cómo parar la cadena del pecado? Tenemos una herramienta maravillosa: la Gracia del perdón. Si recibimos mal y no deseamos mal a quien nos ha dañado, pufff, la cadena se para. En ese sentido entendemos las palabras de Cristo que nos invitan a ofrecer la otra mejilla y a darle también el abrigo a quien nos solicita la túnica.
Una sociedad compuesta por personas que no aceptan su culpa, es una sociedad herida y sufriente. Una sociedad que genera maldad y lo transmite buscando que desaparezca el dolor. Está en nuestras manos parar las cadenas del pecado que lleguen a nosotros. En nuestras manos, por medio de la Gracia del Perdón, que el Señor nos ofrece gratuitamente. ¿A qué esperamos?