La caridad jamás termina. San Gregorio de Nisa
La caridad jamás termina. San Gregorio de Nisa
¿Pero, qué es pues la superioridad de la caridad y cuáles son sus frutos? ¿De qué males aleja a aquel que la posee, y qué bienes procura? El Apóstol lo muestra con sabiduría con estas palabras: La caridad es longánima, es benigna, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad jamás termina (1 Co 13, 4-8).
No te quedes pues en los dones. ¡Y no pienses que con la gracia rica y generosa del Espíritu, nada te falta para la perfección!, sino que cuando afluyan hacia ti esta profusión de dones, entonces hazte pobre de espíritu. Acurrucado bajo el temor de Dios y contando solo con la caridad como fundamento del tesoro de la gracia para el alma, sigue combatiendo toda impresión descabellada antes de haber alcanzado la cumbre de la meta de la piedad: el mismo Apóstol te precedió, y trae allí a sus discípulos por su oración y por su doctrina, , mostró incircuncisión, lo que vale es ser una nueva criatura. Y a todos los que siguen esta norma, paz y misericordia, así como al Israel de Dios (Ga 6, 1516). (San Gregorio de Nisa. La meta divina y la vida conforme a la verdad)
Dios nos ha dado a cada uno de nosotros una serie de dones y espera que los multipliquemos. La parábola de los talentos es nos lo deja claro. Los dones no son nuestros, nos los ha cedido Dios para que los compartamos con los demás. Un don de que esconde debajo de la almohada, es un don que no da fruto.
Un don de que se utiliza mal, es termina haciendo daño a los demás y a nosotros mismos. Un don que se utiliza para sentirse superior a los demás, termina por alejarnos de los demás de Dios mismo. Si recordamos la parábola del Publicano y el Fariseo, nos daremos cuenta cómo quien es capaz de reconocerse pecador y suplicar misericordia, encuentra la justicia de Dios. Quien se vanagloria de sus cualidades, aparte de patético, se aleja de Dios.
Los dones que Dios nos ha dado, deben ser compartidos con caridad y además de no creer que estos dones nos justifican. Estos dones no significan que seamos santos o que Dios nos ama especialmente. Dios quiere que sigamos combatiendo toda impresión descabellada antes de haber alcanzado la cumbre de la meta de la piedad. Dios nos pide que cuando afluyan hacia nosotros esta profusión de dones, nos hagamos pobres de espíritu. Nos dice San Gregorio que: la caridad jamás termina, siempre hay necesidad de buscarla y vivirla en nosotros y en los demás.
Si en algún momento nos sentimos “salvados”, es que precisamente estamos al borde del precipicio, ya que esta aparente “salvación” siempre proviene de creer que no necesitamos de Dios.
Volviendo a la parábola del Publicano y el Fariseo, es evidente que quien cumple escrupulosamente la ley es el Fariseo. Vive para cumplir la ley, olvidando que Dios es quien le ha dado los dones que le capacitan para ello. El Publicano es una persona que no es capaz de cumplir la ley con tanta fidelidad y cuidado. Se siente incapaz y clama misericordia al Señor. Ha recibido menos talentos que el Fariseo, pero sabe que sólo Dios puede ayudarle a multiplicarlos en sí mismo y en los demás. El Fariseo, ha recibido más dones que el Publicano, pero no actúa con caridad y humildad. Se siente feliz siendo lo que es, incluso se vanagloria de sus capacidades ante los demás. Ha guardado los dones para no perderlos y encima los enseña para darse importancia y sentirse superior. ¿Cuánto bien podía haber hecho el Fariseo si hubiera utilizado esos dones para ayudar a los demás? ¿Qué mejor limosna que donarse a sí mismo a los demás?