¿Visitará Francisco Santiago, o visitará España?
por En cuerpo y alma
En la amable entrevista que le ha realizado en Santa Marta el periodista Carlos Herrera, el Papa Francisco ha declarado que posiblemente visitará Santiago de Compostela, pero ha estimado necesario aclarar que “no visitaría España, sino Santiago de Compostela”.
Una vez más, el Papa de las entrevistas aéreas en los incómodos aviones se veía enredado en una de esas trampas que él mismo le pone a su propia persona, con uno de esos juegos de palabras tan rocambolescos como tal vez porteños que tantas explicaciones, excusas y requiebros requieren luego.
¿Qué ha querido decir Francisco? Posiblemente sólo ha querido aclarar que no se trataría de una visita oficial bajo palio pontificio, ataviado de mitra y báculo… como la que hipotéticamente realizaría "a España". Sino de la visita de un peregrino portando la venera (la concha del peregrino) y el bordón (el bastón), y rindiendo homenaje al primer camino que unió toda Europa a partir del s. IX, cuando las calzadas romanas se hallaban cubiertas, desde hacía varios siglos ya, de medievales hierbas más que centenarias… como la que hipotéticamente realizaría "a Santiago de Compostela".
En cuanto oí la afirmación, me di cuenta, sin embargo, de que el Papa había servido en bandeja el titular. La declaración, inocua en principio, era, sin embargo, innecesaria, y lo que es aún peor, inconveniente. Casi seguro sin querer, el Papa acababa de lanzar una bomba de relojería que no tardaría en estallar. Y ha estallado.
Y no faltan razones, la verdad. En primer lugar, la declaración es, convengamos, manifiestamente antidiplomática: en el lenguaje de la diplomacia, a nadie se le ocurre ensalzar el aspecto negativo de un acto diplomático en detrimento del aspecto positivo del mismo: en otras palabras, bastaba con decir que visitaría Santiago, no era necesario añadir que “no” visitaría España. Antes al contrario, un diplomático bien avezado que no quisiera visitar España y sí Santiago, habría intentado aprovechar su visita a Santiago para hacer valer que visitaba España.
Afirmación tal, en el caso de España, -nación a la que van camino de desangrar los nacionalismos separatistas que surgen como hongos por doquier, también en Galicia y no poco-, se convierte, además, en inconveniente. ¿Qué es eso de que visita una ciudad que pertenece a un país… pero no visita el país? Sobre todo cuando se viene de afirmar, como hizo el propio pontífice, que los españoles todavía tienen pendiente el ejercicio de reconciliarse con su historia (otra afirmación arriesgada, por cierto, que daría para bastante más de un artículo).
Pero nada de esto es lo peor. Lo peor es que, finalmente, tanta “excusatio non petita” convertida en “acusatio manifiesta”, sólo revela una vez más una cosa que el Papa Francisco ha destilado, -a lo mejor sin querer pero de una manera harto evidente-, en demasiadas ocasiones ya: a Francisco, como a Erasmo de Rotterdam, “Hispania non placet”. Nadie es mejor ni peor por gustar o no gustar de España, España simplemente gusta o no gusta... como el vino, como el chocolate... Y a Francisco, no le gusta. Sin más.
El Papa ha visitado cincuenta y tres países ya a lo largo de su pontificado, algunos de ellos, por cierto, muy grandes, mucho más grandes que España y mucho más poblados: así Estados Unidos, así Brasil, así Egipto, así Francia, así Filipinas, así Méjico, y un largo etcétera. Pero no ha visitado España, tan pequeña al lado de los mencionados. Dicho sea, de paso, para un Papa que afirmaba en la misma entrevista visitar sólo países pequeños.
Me pregunto por la razón de esa displacencia, -si me permiten Vds. el palabro-, por España. Su clima no debería ser, benigno y agradable como pocos. Su idioma, el nativo del pontífice, tampoco. Tal vez no le guste la Iglesia española, pero en sus ocho años de pontificado ya ha tenido tiempo de modelarla a su gusto… y bien que lo ha hecho.
Mucho me temo que, por desgracia, Francisco participe intensamente, tan intensa como inconscientemente tal vez, del discurso impuesto en Latinoamérica (intencionadamente digo aquí “Latinoamérica”, en detrimento del término que siempre utilizo para designar lo mismo, "Hispanoamérica", más justo y preciso históricamente hablando,) que convierte a España en el ogro de los países “latinoamericanos” y en culpable de todos sus males, aunque haga ya más de doscientos años (¡dos enteros siglos!) que abandonó el escenario, que se dice pronto.
Es difícil sustraerse a tal discurso cuando, como el Papa, se proviene, precisamente, de “Latinoamérica”. Más difícil todavía cuando, contra toda lógica, se constata fehacientemente que ni siquiera los españoles se sienten mal ante el mismo y que, antes al contrario, esta generación mediocre y acobardada de compatriotas acoge los argumentos de la Leyenda Negra con la misma fruición, cuando no más, que el más antiespañol de los no españoles.
En 2015, en su visita a Bolivia, el Vicario de Cristo pidió perdón por los errores de "la evangelización". No la epitetó (otro palabro que me permito), pero evidentemente se refería a la evangelización "española", ¿cuál si no, en América? ¿la nigeriana? Dos meses después visitaba Estados Unidos: allí no pidió perdón.
¿Cuál era la diferencia? En Bolivia su audiencia estaba compuesta casi al 100% de mestizos, esa raza maravillosa y nueva formada por la mezcla de españoles e indígenas americanos al dictado de la tarea encomendada por Isabel la Católica en 1502 a los españoles que hacían las Américas, invitándoles a tomar por esposas a las mujeres americanas, y a la que con tanta obediencia y afición se pusieron inmediatamente.
En Estados Unidos, su audiencia era bien diferente: algún anglosajón, irlandeses, alemanes, italianos de origen; algunos, incluso de nación africana y raza negra y hasta mestizos hispanos… pero indios, lo que se dice indios autóctonos norteamericanos, ninguno. En Estados Unidos, los indios fueron exterminados… y no precisamente por los españoles. ¿A quién iba a pedir perdón Francisco ahora por los “errores” de la evangelización?
Aunque sólo sea por eso, tal vez no lo hicimos tan mal los españoles. Y en todo caso, si los descendientes de los españoles tienen que pedir perdón a los descendientes de los indios, los mestizos americanos, -en lo que no deja de ser un ejercicio más de "reconciliación con la propia historia"-, no tendrán más remedio que pedirse perdón a sí mismos, antes de exigir a los demás que lo hagamos.
Como quiera que sea, a Francisco, Hispania non placet... ¡qué se le va a hacer! No se es ni mejor ni peor por gustar de España... o por no gustar... Como el vino, como el chocolate.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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