Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Francisco pide oraciones a la Virgen y a san Miguel

El Demonio no es una personalización fantástica del mal

por Piedras vivas

«Por mí se va la ciudad doliente, por mí se va a las penas eternas, por mí se va entre la gente perdida. La Justicia movió a mi supremo Autor. Me hicieron la divina potestad, la suma sabiduría y el amor primero. Antes que yo no hubo cosa creada, sino lo eterno, y yo permaneceré eternamente. Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza» (DANTE, Divina Comedia, Infierno, III).

Dios creó y elevó a los ángeles

El Papa Francisco exhorta a los fieles para pedir la protección de la Virgen María para la Iglesia en el momento actual, por cuestiones que sabemos y otras que ignoramos. Además del Rosario, propone esta conocida oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!».

También pide acudir al Arcángel san Miguel para que proteja al Pueblo de Dios de los ataques del demonio, especialmente con la oración compuesta por León XIII: «Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha. Ayúdanos contra la maldad y las insidias del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo someta a su imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, encadena en el infierno, con el poder divino, a Satanás y a los demás espíritus malvados que van por el mundo para perdición de las almas. Amén».

Algunos se toman la existencia de los ángeles o de los demonios como algo infantil o cercano a un buenismo etéreo, pero sin creer realmente en su existencia y relación con los hombres. Sin embargo, la Biblia y la doctrina cristiana reconoce su realidad como criaturas creadas buenas por Dios; con una prueba adecuada a su inmensa libertad, los ángeles se adhirieron a Dios mientras que otros se rebelaron haciéndose malvados y dispuestos siempre a entorpecer la creación divina, y especialmente destruir la imagen de Dios en los hombres. Por eso los tientan y por eso persiguen a la Iglesia de Jesucristo, con los medios propios de cada tiempo.

Hubo una batalla en el Cielo

Dice el Apocalipsis que: «Hubo una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles se levantaron a luchar contra el dragón. El dragón presentó batalla y también sus ángeles. Pero no prevaleció ni hubo lugar para ellos en el cielo. Fue arrojado el gran dragón, la antigua serpiente, el que se llama Diablo y Satanás, el que seduce al universo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él».

Cuanto más elevada se encuentre una criatura espiritual tanto peor es su caída. Por este motivo el castigo con que Dios afligió a Lucifer y a los ángeles apóstatas fue el mayor que podían recibir: expulsado del Cielo y alejado eternamente de Dios, Satanás fue arrojado por Dios al infierno, junto con sus secuaces.

El próximo santo Pablo VI enseñó que el Demonio no es un ser igual a Dios sino criatura, no es una personalización fantástica del mal, y no es una pseudorealidad. Aunque algunos han perdido la fe en la existencia y actividad de los demonios, no es sensato olvidarlos: saber que existe un reino del mal, jerárquicamente estructurado, cuyo jefe es Satanás -antes Lucifer, según la tradición- príncipe de los demonios, dotado de un poder que excede con mucho a las fuerzas humanas naturales. Un ser personal desdichado y un reino de tinieblas que se mueven activamente en lucha contra el Reino de Dios en la tierra. Un ser que es fuente mal, enemigo irreconciliable del hombre en el que odia especialmente a los hijos de Dios.

Y enseña el Compendio del Catecismo que «…La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, en quien únicamente encuentra el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. Cristo mismo expresa esta realidad con las palabras “Alejaos de mí, malditos al fuego eterno”». Dura realidad de la que el cristiano se aleja cuando reza tantas veces en el Padre nuestro ese "Líbranos del mal", y a la Madre de Jesucristo: «Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

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