Tú en nosotros, Señor, y nosotros en Ti
(Publicado en Zenit)
“Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 21). Esas palabras de Jesucristo son la fuente de nuestra certeza acerca de Su presencia hoy, aquí y ahora. Acabamos de celebrar la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, quien, con estos alimentos sagrados, ofrece el remedio de la inmortalidad y la prenda de la Resurrección (elog. Del Martirologio Romano). Porque con su sangre ha comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y ha hecho de ellos una dinastía sacerdotal, que sirva a Dios y reine sobre la tierra (Cf. Ap. 5,910).
¿En qué medida estamos incorporados a Cristo y somos una sola cosa con Él? Es el pan vivo, bajado del cielo, y si comemos de Él viviremos para siempre. Es la verdadera Vid que nos da vida y fecundidad a nosotros, los sarmientos. El que come su Carne y bebe su Sangre tiene vida eterna. Así podemos permanecer en Él y Él en nosotros, siempre por medio de la Iglesia.
Sin Cristo no podemos hacer nada. Necesitamos el sacramento de la Eucaristía no sólo para poder estar en Él sino simplemente para vivir. Algunos incluso instrumentalizan Su presencia para celebrar un paso de etapa en la vida de sus hijos, y no se dan cuenta que el mejor regalo de esa Primera Comunión que quizá sea la última, sólo es Él, el tesoro escondido por el que se da todo lo demás.
¿Vamos a la Eucaristía, conscientes de ese momento de Cielo, en el que celebramos el misterio de nuestra salvación, queriendo tener vida y esperando conseguir sus frutos eternos? El Pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Necesitamos siempre de ese Pan. El que va a Jesucristo no tendrá hambre y el que cree en Él no tendrá sed jamás. Pero no nos lo acabamos de creer del todo y, a menudo, le buscamos por lo que nos pueda dar y no por amor sincero.
Si comemos la carne de Jesús y bebemos su sangre habitamos en Él y Él en nosotros. Así podemos tener verdadera vida en nosotros, podremos vivir por Él para siempre. Tomémosle en serio, porque sólo teniendo en nosotros Su vida eterna Él nos resucitará el último día.
Hay dos himnos eucarísticos preciosos, Adoro te devote y Pange Lingua, que animo desde aquí a meditar, especialmente cuando recibamos a Nuestro Señor sacramentado en la comunión eucarística. Y cuando no podamos, o en cualquier circunstancia, un “¡Jesús mío y Dios mío, os amo y os adoro!” o la bella oración de la comunión espiritual: “Jesús mío creo firmemente que estás en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo tenerte en mi alma. Ya que ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven espiritualmente a mi corazón. Como si ya hubieses venido, te abrazo y me uno a ti: no permitas que me aparte de ti.”
Que compartamos el Corazón de Jesús, Amor de los amores, con todos, sobre todo familia y educandos. Y que el corazón de María nos lleve a todos a Él.