Hoy no, ¡mañana!
por Kairós Blog
Yo creo que una de las palabras más tristes de nuestro diccionario es CASI. La palabra CASI me habla de intentos paralizados, de proyectos abortados. Se refiere a los que casi se deciden, pero se quedan en la mitad. Casi me nombran jefe, casi me toca la lotería y casi soy cristiano, ¿qué significa? Pues que no soy jefe, ni me ha tocado la lotería, ni en realidad soy cristiano. La célebre frase “soy católico pero no practicante”, pertenece a quienes casi se deciden a dar el paso al frente y casi ponen a Jesucristo en el centro de sus vidas.
En la misma línea podríamos hablar de la palabra MAÑANA. Normalmente se trata de una excusa para no actuar y consiste en posponer una decisión que debemos tomar hoy. En la mayoría de los casos, mañana nunca llega porque hay demasiadas personas que hoy deberían tomar una decisión que produzca cambios importantes, pero no lo hacen. Lo de “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” tiene cada día menos seguidores, en beneficio de la ya famosa frase de José Mota: “Hoy no, ¡mañana!”.
Es posible que hayas escuchado estas excusas o incluso que te sientas identificado con alguna de ellas:
- Cuando llegue el verano empezaré con la “operación bikini”
- Después de las vacaciones dedicaré más tiempo a la oración
- El próximo domingo acudiré a la Eucaristía
- Dejaré la pornografía cuando me case y siente la cabeza
- En cuanto me suban el sueldo me hago socio de Cáritas
- Cuando tenga más tiempo serviré al Señor en mi parroquia
MAÑANA puede ser la excusa para la mediocridad y el recurso de los indolentes.
Me llamó la atención encontrar en el libro del Éxodo algo que Moisés dijo a los hijos de Israel: “Que nadie guarde para mañana. Mas no hicieron caso a Moisés, sino que algunos guardaron para el día siguiente; pero salieron gusanos que lo echaron a perder. Moisés se enfadó con ellos” (Ex 16,19-20). Se está refiriendo al maná que el Señor les dio a comer cada día en su travesía por el desierto, hasta que llegaron a la tierra de Canaán.
Cuando dejamos para mañana lo que debe ser para hoy, corremos el riesgo de que se eche a perder y desaparezca. En muchas ocasiones estamos demasiado seguros por el mañana, pero no debemos confiarnos: “No cantes victoria por el mañana, no sabes lo que el día te traerá” (Pro 27,1). Lo único que tenemos seguro es hoy, mañana aún no ha llegado y no sabemos si lo hará. Escribe san Bernardo que “el que obedece con fidelidad no conoce demoras, evita dejarlo para mañana, no sabe qué es el retraso”.
Desde que me encontré con el Señor por primera vez hace ya más de un cuarto de siglo, he aprendido a no diferir nada que pueda hacer hoy mismo. Me ayuda pensar que puedo enfocarme en el presente sin pensar en el mañana, provocando las cosas y haciendo que suceda aquello que está en mis manos hoy. No quiero reservarme nada para mañana en la medida que sea posible hoy, ya que podría desaparecer y no llegar nunca.
En el Evangelio nos encontramos con algunas personas que se acercaron a Jesús con la intención de seguirle:
“Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios»” (Lc 9,57-62).
Quien posterga su decisión con el Señor para el día de mañana no puede ser discípulo de Aquel que nos invita a vivir por fe. Las dudas siempre nos paralizan y le atan las manos a Dios, sin que pueda actuar en nuestra vida (Mt 13,58).
En la primavera del año 2012 mi esposa y yo recibíamos una propuesta que suponía dejar atrás nuestra ciudad natal, nuestros empleos, nuestra casa y nuestra comunidad. Al llevar a nuestra oración el fruto de una etapa de discernimiento que en esos momentos llegaba a su final, el Señor nos hizo ver con mucha claridad que esta propuesta resultaba ser la culminación de una fase, y la concreción y el inicio de una nueva aventura que comenzaba para nosotros.
No ha habido ni un solo día que haya sido fácil tomar esta decisión de poner la mano en el arado sin mirar más hacia atrás; sin embargo, el Señor siempre bendice un corazón dispuesto a no dejar para mañana lo que Él desea hacer hoy en nosotros. Ahora es cuando y hoy es el tiempo propicio que Dios nos regala para su propósito y su gloria.
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es