Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Don Marcelino Olaechea: impulsor de los procesos de mártires

por Victor in vínculis

           Todos los Obispos españoles en cuyas diócesis se sufrió la persecución religiosa, y consecuentemente, en las que se contaba con mayor o menor cantidad de mártires, empezaron inmediatamente a dar los pasos necesarios para promover la recogida de datos, la apertura de procesos e incluso el envío de documentación a la Sagrada Congregación de Ritos (llamada hoy para las Causas de los Santos). Lo mismo hicieron los superiores generales de Órdenes y Congregaciones. De entre todos, proponemos el ejemplo del Arzobispo de Valencia. 

Monseñor Marcelino Olaechea y Loizaga
 
Marcelino nació en Baracaldo (Vizcaya) el 9 de enero de 1889. A los 16 años ingresó en la Congregación Salesiana de San Juan Bosco. Cursó los estudios de filosofía en el colegio de Carabanchel Alto (Madrid) y los de teología en el estudiantado internacional de Turín (Italia). Ordenado sacerdote en 1912 los superiores le confiaron la dirección de importantes colegios. Amplió estudios de sociología en Lieja (Bélgica) y después fue elegido provincial de Cataluña, Valencia y Madrid.
 
La Santa Sede lo nombró en 1934 visitador de los Seminarios de las provincias eclesiásticas de Valencia, Granada y Sevilla. Y un año después, el 23 de agosto de 1935, lo preconizaba obispo de Pamplona. Recibió la consagración episcopal el 27 de octubre de dicho año en la Catedral de Madrid.
 
El clima de reconciliación que supo inculcar en el pueblo navarro, dividido por la contienda civil de 1936, hizo que el papa Pío XII lo nombrase arzobispo de Valencia el 17 de febrero de 1946. La renovación espiritual y material de la Diócesis que se propuso el arzobispo Olaechea estuvo caracterizada por grandes manifestaciones e imponentes concentraciones.
 
La creación en 1948 del Instituto Social Obrero, para la instrucción y formación de los trabajadores; la fundación en 1947 del Banco de Nuestra Señora de los Desamparados, para la ayuda a los necesitados; la construcción de viviendas protegidas, etc., mostraban el deseo sincero del Arzobispo para poner remedio a las muchas necesidades que tenía la sociedad. Al cumplir los 75 años de edad, según las normas del Concilio Vaticano II, que exhortaba a los obispos a presentar la renuncia de sus diócesis, lo hizo, aceptándosela el Papa Pablo VI el 19 de noviembre de 1966. Falleció en Valencia el 21 de octubre de 1972. Sus restos mortales descansan en la capilla de Santo Tomás de Villanueva de la Iglesia Catedral de Valencia.

 
 
Monseñor Olaechea y los mártires
 
Explica don Ramón Fita, Delegado para las Causas de los Santos del Arzobispado de Valencia, en una conferencia titulada “Los seglares, testigos de Cristo en 19361939” que pronunció en Barcelona, el 29 de marzo de 2006, en la Fundación Regina Martyrum que “aunque fue inmediata la recogida de los datos exactos y documentos auténticos” que probasen el martirio, sin embargo fue Monseñor Marcelino Olaechea quien impulsó los procesos canónicos de los mártires. La mayor parte de los instruidos por dicho arzobispo ya han llegado a la meta; los individuos en ellos incluidos ya han sido beatificados.
 
Don Marcelino vino a Valencia, y junto con él trajo a varios sacerdotes a los que encomendó en la Archidiócesis cargos de responsabilidad. Citaré los más influyentes: Monseñor Jacinto Argaya Goicoechea y su hermano Baltasar, y, Cornelio Urtasun, que fue secretario de don Marcelino. Este grupo de sacerdotes vasco-navarros, al conocer la intensidad, la crueldad de la persecución religiosa en Valencia y el valiente testimonio de tantos y tantos cristianos, quedaron sobrecogidos.
 
Monseñor Jacinto Argaya desempeñó entre otros cargos el rectorado del Seminario de Pamplona. El Arzobispo Olaechea lo nombró, en 1946 Vicario General de Valencia, cargo en el que permaneció hasta 1957. Canónigo-Arcipreste de la catedral y en 1952 fue nombrado Obispo Auxiliar de Valencia, cargo en el que permaneció hasta 1957 en que la santa Sede lo nombró Obispo de Mondoñedo-Ferrol. En la foto, el 14 de noviembre de 1955, en la coronación de la Inmaculada del convento de los PP. Franciscanos de Benisa. En 1968 ocupó la Sede de San Sebastián. Murió en Valencia en 1993.
 
Desde que se hizo cargo de la Archidiócesis de Valencia, Monseñor Olaechea se impuso la empresa de trabajar por la exaltación de los mártires. Tanto el Arzobispo, como quienes con él vinieron a Valencia, vieron la persecución desde el otro ángulo. Don Marcelino admiró a quienes salieron a la guerra “a defender a Dios”, como decían los mozos navarros con frase encantadoramente ruda; pero admiró más a “los que en la otra banda de España supieron morir por Cristo con serena gallardía cristiana, sin tener el consuelo de la defensa”.
 
Decía don Marcelino:
 
Pasaron los años; y en el correr del tiempo queda a flote y permanece: la heroicidad en la fidelidad a Dios y en el amor al prójimo. Lo demás: lugares, tiempos, lenguas que denunciaron, manos que arrastraron, dedos que dieron el tiro de gracia... todo son detalles o episodios sin trascendencia ni valor”.
 
 
La Archidiócesis de Valencia, con el fin de no retrasar excesivamente los procesos que reclamaba con insistencia el pueblo fiel, escogió un grupo de 74 mártires. En el período 19361939 fueron asesinados en la Archidiócesis de Valencia por motivos religiosos 372 varones y unas 100 mujeres (en total 472 seglares), miembros de la Acción Católica y de otros movimientos de apostolado laical. El resto hasta completar el ingente número de más de 740 valencianos martirizados fueron sacerdotes y religiosos-religiosas. Don Marcelino Olaechea escogió a 37 sacerdotes y 37 seglares.
 
Con la selección hecha, el Arzobispado no tenía la intención de excluir a otros candidatos, sino más bien proceder con celeridad, para que pudieran llegar a los altares, cuanto antes, un primer grupo de mártires bien escogidos. Después se prepararon otras listas, que se conservan en el Archivo de la Delegación, en las que están los candidatos a nuevos procesos. Estas listas comprendían muchos más sacerdotes diocesanos y casi todas las mujeres, cuyas vidas y martirio estuvieran bien probadas y documentadas.
 
Pues bien, la Archidiócesis de Valencia, promovió tres procesos distintos, así lo aconsejaba la normativa canónica de entonces:
 
El proceso de 19 mujeres, encabezadas por Amalia Abad Casasempere, dio comienzo el 20 de octubre de 1955.
 
El de los 18 hombres y jóvenes de A.C., encabezado por Rafael Alonso Gutiérrez, fue solemnemente inaugurado por don Marcelino, en noviembre de 1959, como colofón de la XVIII Asamblea Diocesana de los Hombres de A.C.
 
Por último, de entre los 362 sacerdotes del clero diocesano que mataron en Valencia, fueron escogidos, en principio, 37 encabezados por José Aparicio Sanz, Arcipreste de Enguera (Valencia). La causa se inició el 14 de mayo de 1957.
 
Las amplias naves de Catedral estaban abarrotadas de familiares, sacerdotes y religiosos, asociaciones y gentes venidas de los pueblos vinculados con los mártires. La muchedumbre allí presente estaba ilusionada y esperanzada porque se iniciaba el camino hacia la glorificación de esa larga lista de sacerdotes sacrificados por su carácter sacerdotal y su fidelidad a Jesucristo.
 
 
Beato Juan Pablo II
 
Todos los procesos de beatificación de mártires españoles quedaron detenidos en 1968 temporalmente por decisión del Venerable Pablo VI, que estimó prudente dejar pasar el tiempo, para que la persecución religiosa española fuera estudiada con la mayor serenidad e imparcialidad posibles y, sobre todo, para evitar cualquier apariencia de connotación política.
 
En el último número de la revista Assumpta, órgano de la rama femenina de Acción Católica de Valencia, publicado en octubre de 1968, don Baltasar Argaya, su Consiliario, - que tanto trabajó por la beatificación de estas mártires-, escribió a este propósito un artículo en el que decía: “No olvidéis a nuestras mártires”, y terminaba con estas palabras:
 
Los que trabajamos para sacarlas del silencio de nuestros cementerios, hoy bajamos la cabeza ante el temor de que vuelvan los silencios y abandonos. Y esperamos con fe inquebrantable que los cristianos las tendrán presentes y les servirán de ejemplo”.
 
Don Baltasar Argaya falleció en 1971 y desde entonces todo quedó parado hasta que en noviembre de 1982, con motivo de la visita de Su Santidad Juan Pablo II a Valencia, las Mujeres de A.C. le entregaron un álbum con las  biografías y fotografías de las 19 Siervas de Dios, pidiéndole la reanudación de la causa.



Fueron beatificadas el 11 de marzo de 2001.
 
 
Caídos, víctimas y mártires
 
Finalmente, Monseñor Olaechea, siendo obispo de Pamplona (19351946), escribió cartas a Francisco Franco, para “salvar la vida de miles de condenados a muerte y consiguió la conmutación de muchas penas capitales, la reducción de penas y la liberación de encarcelados en el Fuerte de San Cristóbal de Pamplona, Navarra”, así lo explica Monseñor Vicente Cárcel Ortí en su libro “Caídos, víctimas y mártires” (Madrid 2008) en el que recoge la documentación inédita del Archivo Secreto Vaticano, que “sintetiza la hecatombe de 1936 y desmiente muchos tópicos y mitos de la más dramática década de la Historia de España en el siglo XX”.
 
El que fuera arzobispo de Valencia, organizó también la atención de los “huerfanitos de la guerra, como llamaba el propio prelado a los hijos de las víctimas, a los que buscó ayudas económicas e intervino en diversas ocasiones frente a las autoridades locales para conseguir la anulación de condenas”.
 
Tal fue su defensa de los detenidos políticos al terminar la Guerra Civil que centenares de presos le enviaron después cartas de agradecimiento”, según el historiador.
 
Según Cárcel Ortí, “cuando monseñor Olaechea era obispo de Pamplona centró su labor pastoral en la reconciliación del pueblo dividido por la contienda”. Al acabar la guerra, “no todo fueron fusilamientos, represiones y depuraciones, hubo también indultos, revisiones de procesos, reducciones de penas, liberaciones de encarcelados, y otros gestos de clemencia gracias a la intervención directa de la Iglesia”.

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