Los mártires benedictinos del Pueyo (1)
Afirma el padre Santiago Cantera Montenegro, OSB en su artículo “La fecundidad de la vida monástica: monjes y ermitaños mártires en España (19361937)” que uno de los episodios martiriales más hermosos e impresionantes entre los monjes españoles es, sin duda alguna, el padecido por la Comunidad benedictina de Nuestra Señora del Pueyo, del monasterio entonces asentado sobre ese montículo y santuario mariano a las afueras de Barbastro (Huesca), la diócesis que, en proporción, sufrió la más feroz persecución religiosa (88% del clero asesinado).
Los benedictinos habían llegado a él en 1889 y enfocaron la fundación en gran medida para la formación de los monjes que habrían de ir a la misión que tenían en Australia y que había sido comenzada por la gesta evangelizadora del benedictino gallego Dom Rosendo Salvado.
Para conocer lo sucedido en 1936, es fundamental el testimonio aportado por el P. Plácido Mª Gil, monje hoy de Leyre y entonces uno de los niños colegiales en el monasterio, que salvó su vida; también otros júniores y los otros cinco colegiales que había se salvaron, así como dos hermanos legos, uno de ellos de nacionalidad francesa, que ha sido testigo de la vida carcelaria de los 18 mártires (17 del Pueyo y uno de Montserrat).
Previamente a producirse el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, los monjes del Pueyo sabían bien que el martirio podía llegarles, dado el ambiente de anticlericalismo violento que se masticaba en las izquierdas revolucionarias. Así, cuando el P. Honorato Suárez se despidió por última vez de sus padres y la madre le sugirió que marchara al extranjero, pues él estaba convencido de que les matarían, contestó: “-No, Mamá; ¿le parece poco bonito morir por Dios y subir al Cielo?”
Y el P. Mariano Sierra, al despedirse de una vecina de Barbastro el 15 de julio, le dijo: “Si no nos vemos más, ¡hasta el Cielo!”.
La noticia del Alzamiento llegó al monasterio el día 20 por la mañana y se comunicó a la Comunidad casi de inmediato, al acabar la Santa Misa conventual. El joven prior, Dom Mauro Palazuelos Maruri (en la foto), de 33 años, convino con sus monjes en dar permiso para que abandonaran El Pueyo quienes lo deseasen y que buscasen refugio donde mejor les pareciera, pero sólo unos pocos optaron en firme por esto, algunos de los cuales, sin embargo, darían finalmente su sangre por Cristo. Los demás permanecieron y prosiguieron la vida comunitaria. El día 21 fue detenido el primer monje y el resto resultó apresado el 22 por la tarde; acusaban a los religiosos de esconder armas, algo que era del todo falso, pero que era creído por los milicianos rojos, quienes por eso no se atrevían de primeras a asaltar el monasterio.
El grupo fue conducido primero a una propiedad de la Comunidad, “El Mesonet”, y al día siguiente al Colegio de las Escuelas Pías de Barbastro, donde estaban recluidos también la mayoría de los 51 claretianos y la propia comunidad de 13 escolapios, a todos los cuales se uniría el obispo de la diócesis, don Florentino Asensio Barroso, el día 23: todos ellos serían cruelmente martirizados. Los 6 colegiales benedictinos, de entre 12 y 15 años de edad, fueron primero encerrados también con ellos, pero el día 23 de agosto el Comité revolucionario de Barbastro, movido por fin por algo de humanidad, les separó y finalmente se pudieron salvar, si bien alguno de los jefes rojos intentó que corrieran la misma suerte que los mayores porque, decía, “ellos mismos se lo han buscado al no quererse separar de la Comunidad”. La penosa vida carcelaria llevó a las tres comunidades con el obispo a verse unidas y hermanadas, y, en la medida en que pudieron, los monjes celebraron la Santa Misa a escondidas y cuidaron sus prácticas piadosas y la confesión sacramental.
El 26 de julio comenzaron en Barbastro las ejecuciones de ciertas personas por su condición de católicos, concretamente unos jóvenes seglares de Acción Católica y el hermano benedictino Vicente Burrel. El 9 de agosto fue asesinado el Obispo con otros más, posiblemente entre ellos el benedictino P. Mariano Sierra (o bien éste ya el día 2); a partir de esa fecha, comenzaron las “sacas” y los consiguientes asesinatos.
La mayoría de los monjes del Pueyo sufrió el martirio en la madrugada del 28 de agosto; la señal de que la hora era inmediata fue la separación de los colegiales respecto de la Comunidad por el Comité revolucionario, un hecho a la vez doloroso y grato, pues la relación de afecto era muy estrecha, pero se sabía que seguramente los niños salvarían sus vidas al haberse tomado esta decisión. En el Colegio de los escolapios no quedaban ya más que 12 religiosos de éste (a uno se le había liberado) y los 15 monjes (pues los otros 3 asesinados lo fueron en fechas anteriores por no hallarse entre los encarcelados).
La brutalidad era evidente y los verdugos no dudaron en decir a los niños recién separados: “Pronto mataremos a los de arriba”. No obstante, a pesar de la separación, el P. Lladós hizo alguna visita furtiva a los colegiales, quienes, aunque aparte, aún seguían presos.
La vida religiosa comunitaria preparó magníficamente a los escolapios y a los benedictinos para la muerte en las horas finales. Los escolapios incluso celebraron el 27 de agosto la fiesta de su fundador, San José de Calasanz, precisamente aragonés. A las doce de la noche, sin previa forma de juicio alguno, los milicianos irrumpieron en la estancia de los monjes y los sujetaron con una larga soga; el prior, Dom Mauro, dio la absolución a todos y los sacerdotes se la dieron entre sí. Fueron subidos a un camión, en el cual enseguida comenzaron a gritar: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen del Pilar!
¡Viva la Virgen del Pueyo!” Las blasfemias de los milicianos nada pudieron contra los vivas y las alabanzas de los monjes, como han testificado muchos vecinos de Barbastro, ni tampoco los terribles culatazos de fusil que comenzaron a propinarles y que llegaron a romper los dientes de algunos y a herirles duramente en la cabeza.
Los monjes, al poco de bajar del camión en las cercanías de la ciudad, llevados como mansos corderos, perdonaron a sus verdugos, quienes les maltrataron y les dispararon. Preciosa es la muerte del prior, Dom Mauro, que con gran serenidad no dejó este mundo sin despedirse “mirando a mi Madre”, la Virgen del Pueyo, y entonándole la Salve Regina. Asimismo, un testimonio bien elocuente y bonito son las cartas que escribió el Hermano Aurelio Ángel Boix Cosials, recién profeso solemne a sus 21 años, y sobre todo la dirigida a sus padres y a su hermano; en todas ellas expresaba su gran felicidad por poder morir mártir de Cristo.
La lista de los mártires es la siguiente: PP. Mauro Palazuelos Maruri (prior, nacido en 1903), Honorato Suárez Riu (subprior y prefecto de júniores; 1902), Mariano Sierra Almázor (1869), Raimundo Lladós Salud (1881; profeso de Montserrat, según se indicó ya), Leandro Cuesta Andrés (1870), Fernando Salinas Romeo (1883), Domingo Caballé Bru (1883), Santiago Pardo López (1881), Ildefonso Fernández Muñiz (1897), Anselmo Mª Palau Sin (1902) y Ramiro Sanz de Galdeano Mañeru (1910); Dom Rosendo Donamaría Valencia (1909; diácono), Dom Lorenzo Ibáñez Caballero (1911; subdiácono), Dom Aurelio Boix Cosials (1914; tonsurado); Hermanos Lorenzo Santolaria Ester (1872), Lorenzo Sobrevia Cañardo (1874), Ángel Fuertes Boira (1889) y Vicente Burrel Enjuanes (1896). Por origen geográfico eran: 9 aragoneses, 4 castellano-viejos, 2 navarros, 2 catalanes, un asturiano y un santanderino (el prior).
El Pueyo y Barbastro
La historia de la aparición de la Virgen al pastor Balandrán data del año 1101, año siguiente a la conquista definitiva de Barbastro por obra de Pedro I. En poco tiempo, y según el deseo de la Virgen, se construyó una capilla en la cumbre del monte al lado mismo de donde se hallaba el almendro de la aparición. Así nacía el Santuario de Ntra. Sra. del Pueyo. La palabra “pueyo” indica altura o elevación del terreno que en este caso es de 603 metros sobre el nivel del mar. Unos años más tarde, en 1251, Jaime I el Conquistador fecha en Lérida un decreto por el que concede al Pueyo de Barbastro una capellanía oficial. En el mismo año de la reconquista de Barbastro por Pedro I llegó el decreto del Papa que trasladaba la diócesis desde Roda de Isábena a Barbastro. El obispo de la diócesis, San Poncio, aprobó la devoción y todo sirvió para que surgiera una sincera piedad mariana en todas la comarca y se iniciaran ya desde entonces las romerías. La ermita resultaba insuficiente y surgió ya un templo románico con su pequeño claustro que posteriormente, y con mayor devoción, dejó paso a otro más amplio de estilo gótico. Después de un tiempo de atención al Pueyo por parte de un Cabildo de cuatro Beneficiados, a las órdenes de un Prior, y dependiente del Capítulo catedralicio de Barbastro, y de una vuelta atrás retornando al sistema de los antiguos capellanes, el 13 de diciembre de 1889, inauguró su vida monacal el Santuario del Pueyo la primera comunidad de monjes benedictinos. Estuvieron 73 años hasta que en 1962 llegaron los Misioneros Claretianos en tiempos del Obispo Jaime Flores. En 2009, tras 47 años de permanencia en este santo lugar, le pasaron el relevo a los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado, congregación religiosa de derecho diocesano, fundada en Argentina en 1984 por el R. P. Carlos Miguel Buela.
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